Hola a todos

Por qué hago este blog. No lo sé. Supongo que por aburrimiento, como forma de almacenar cosas que me van llegando y luego pierdo. No lo sé. Pero aquí está. Es muy probable que me canse de él pero.......

sábado, 1 de noviembre de 2014

La División Azul: los voluntarios españoles en los campos de Rusia

ABC.es

Día 01/11/2014


«¡Rusia es culpable!». El 22 de junio de 1941 Alemania invade la URSS. Es el momento de que el país comunista «pague la deuda de sangre». En poco tiempo, España envía al Frente Ruso un cuerpo expedicionario para luchar junto a los alemanes en «la cruzada contra el bolchevismo»: la División Azul


La División Azul: los voluntarios españoles en los campos de Rusia


Durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, la si­tuación interna en España im­pide cualquier forma de participación directa en la contienda. Tras la Guerra Givil, el país está en ruinas, totalmen­te devastado y empobrecido.
Por otra parte, el régimen tiene que consolidar­se, tanto frente a la oposición armada de las guerrillas formadas por excom­batientes republicanos (muy activos sobre todo en las zonas rurales y mon­tañosas del norte peninsular), como ante las diversas facciones políticas en las que se apoya: falangistas, car­listas (requetés), monárquicos, dere­cha moderada, etc…, cada una con sus propios intereses, la más de las veces divergentes y agrupadas en dos «ban­dos» respecto a la guerra:aliadófilos —basicamente anglófilos— y germanó­filos, estos últimos más activos y con más voz en los estadios iniciales de la contienda.
Tras la caída de Francia en junio de 1940, y con los alemanes en los Piri­neos, España se acerca cada vez más a la participación armada, trocando el inicial status de neutral por el ambi­guo «no beligerante». El 23 de octubre de ese año, el general Franco se reúne con Hitler en Hendaya, para discutir la posible entrada de España en la guerra, concluyendo el encuentro sin ningún acuerdo tangible. Otra poste­rior reunión de Franco con Mussolini en Bordighera termina con idéntico resultado. Madrid, aunque colabora activamente con Berlín —espionaje, información, permiso para navegar a los u-boote, etc…—,permanece formal­mente al margen.

Formación

La situación cambia radi­calmente con la invasión de la URSS. La noticia del ataque germano provo­ca una reunión urgente del Consejo de Ministros, mientras en la calle grupos de exaltados reclaman la intervención militar española. Es la oportunidad de entrar en guerra.
Serrano Súñer, minis­tro del Exteriores, se hace eco de esa exaltación: «Rusia es culpable». Tras consultar con Alemania la viabilidad del envío de una unidad de combate, se habilitan banderines de enganche para organizar el alistamiento de los voluntarios que a miles acuden a la lla­mada de la lucha contra el comunismo.
Si bien los cuadros de lo que será la Di­visión Azul se nutrirán principalmente con militares profesionales, el grueso de los voluntarios tiene procedencia diversa: un gran porcentaje de falan­gistas, universitarios, anticomunistas en general, aventureros…, pero tam­bién algunos represaliados republica­nos que alistándose buscan aliviar la situación de exclusión social a la que están sometidos.
El primer contingente será de unos 17.000 hombres, organizados según el modelo divisionario alemán —tres regimientos, frente a los cuatro espa­ñoles—, siendo más de 45.000 los efec­tivos que servirían en la 250 Spanische Freiwilligen Division, según su termi­nología oficial, hasta su disolución. Entre el 12 y el 23 de julio, los divisio­narios llegan al campo de Grafenwöhr para recibir la instrucción, acortada de los tres meses inicialmente pre­vistos a uno: la mayoría de los inte­grantes de la división son veteranos de la Guerra Givil y tienen sobrada ex­periencia de combate y en el manejo del armamento alemán.
El 31 de julio, la división jura lealtad a Adolf Hitler («en su lucha contra el comunismo») y se traslada al frente, a pie, en una caminata de cerca de 1.000 kilómetros por la escasez en esos momentos de medios mecanizados. Aunque inicial­mente está previsto que se integre en el Grupo de Ejércitos Centro, cuyo objetivo es Moscú, tras la reunión del general Muñoz Grandes, jefe de la uni­dad, con el dictador nazi en su cuartel general en Rastenburg, se decide que la división se incorpore al Grupo de Ejércitos Norte, cuya misión es la cap­tura de Leningrado, incorporándose a primeros de octubre en el sector del río Volchov, donde tendrá su bautismo de fuego el 12 de octubre de 1941.
Du­rante casi tres años, la División Azul y su sucesora, la Legión Azul, lucharán encarnizadamente contra el Ejército Rojo, haciendo frente a las cada vez más poderosas ofensivas que preten­den levantar el sitio de la ciudad y ti­ñendo de sangre española las nevadas tierras de Rusia.

Batallas

Durante meses, los divisio­narios combatirán con éxito en Pos­sad, a ambas orillas del río Volchov, y su unidad de esquiadores se cubrirá de gloria en el lago Illmen, aunque la más importante y dura de las batallas será la de Kransy Bor, donde el Ejérci­to Rojo pretendió romper el cerco de Leningrado justamente por el sector español. Las bajas fueron enormes, pero el frente resistió a pesar de la durísima embestida.
En 1943, tras las derrotas alema­nas de Stalingrado (enero) y Kurks (julio) la situación en la guerra da un vuelco, lo que aconseja un cambio de estrategia del régimen español. La división será repatriada. A media­dos de octubre inicia su repliegue. Sin embargo, aún permanecerá en el frente una unidad reducida, la Le­gión Azul, que también es retirada unos meses después. Cuando esta última es disuelta, un grupo de di­visionarios decide quedarse por su cuenta en Alemania, reforzado por algunos elementos llegados clandes­tinamente desde España.
Integrados en diversas unidades de voluntarios extranjeros, los últimos españoles, formando parte del grupo de asalto Charlemagne, y a las órdenes del ca­pitán Ezquerra, participarán en Ber­lín en la última defensadel barrio ministerial, incluida la Cancillería del Reich.
La historia de la División no con­cluirá sin embargo hasta el 2 de abril de 1954, cuando arribe al puerto de Barcelona el buque «Semíramis» con los más de 200 divisionarios que to­davía estaban prisioneros en la URSS. Por el camino quedaban los cerca de 5.000 muertos que yacían en las hela­das tierras de Rusia o entre los casco­tes de un Berlín en ruinas.

Los personajes






sábado, 20 de septiembre de 2014

Por qué Carlos V se retiró a Extremadura

ABC.es
Día 20/09/2014 - 03.21h

Carlos V fue a Cuacos de Yuste en busca de su particular refugio del guerrero. En 1558, el emperador falleció de fiebre palúdica, causada por la picadura de un mosquito procedente de uno de los estanques de la zona


¿Por qué eligió el hombre más poderoso de su época retirarse a un pueblo de Extremadura?
MUSEO DEL PRADO


miércoles, 23 de julio de 2014

¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?

ABC.es





S. M. / MADRID
Día 23/07/2014 - 16.12h

¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Aunque los colores rojo, amarillo y rojo de la bandera nacional nos parezcan algo ya cotidiano, la insignia española tiene un largo recorrido histórico. La actual está regulada por la Constitución, pero para llegar hasta ella tuvieron que ponerse en marcha otras tres legislaciones: Ley 39/1981 por la que se regula el uso de la bandera de España y el de otras banderas y enseñas, el Real Decreto 441/1981 por el que se especifican técnicamente los colores de la Bandera de España y la Ley 39/1981, por la que se regula el su uso.

El estandarte tiene un tono de rojo específico y unas proporciones concretas. El artículo 4.1 de la Constitución Española establece sus colores y su medida, apuntando a que la banda amarilla debe tener el doble de anchura que cada banda roja.
Sin embargo, el origen de esta bandera se remonta hasta Carlos III.
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Banderas del buque de guerra y de los mercantes elegidas por Carlos III en 1785
Aunque no se puede hablar de una fecha única de creación de la bandera, el origen se remonta al reinado de Carlos III (1759-1788). En aquella época no existía una única enseña que representase el conjunto de tierras españolas en un imperio tan amplio como era entonces el español. Había tres símbolos oficiales: la bandera real, las militares y el pabellón (la bandera de popa) de la Marina.
La mayoría de los países utilizaban distintivos con elementos blancos, lo que creaba confusión en las expediciones marítimas por los buques de guerra. Por ello, encargó Antonio Valdés y Bazán, que entonces era su ministro de Marina, que convocara un concurso en el que se presentaron hasta doce bocetos, de los que el Rey escogió dos: uno que distinguiera la Marina de Guerra y otro para la mercante, con el rojo de la Corona de Castilla.
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Poco a poco el uso de esta bandera se va extendiendo hacia los castillos y otras zonas de defensa de las costas con Carlos IV (1788-1808). Por necesidades propagandísticas, en la Guerra de Independencia (1808-1814) el uso de las insignias de todo tipo se dispara.
No fue hasta el reinado de Isabel II (1833-1868) cuando la bandera llegó tambien al Ejército de Tierra con el Real Decreto de 13 de octubre de 1843 que impuso a este cuerpo las enseñas rojigualda.
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Tanto en el reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873) como en la Primera República (1873-1874) se respetaron los colores. Aunque en esta última etapa se pensó en introducir una franja morada, finalmente no se hizo. Durante el reinado de Alfonso XII (1874-1885) se publica una nueva Instrucción que refuerza las insignias nacionales.
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Con la irrupción de la Segunda República (1931-1939), se decidió dar un nuevo símbolo al estado naciente. El Gobierno provisional decretó en 1931 la introducción de una banda color moradocompletando la enseña de «tres bandas horizontales de igual ancho, siendo la roja la superior, amarilla la central».
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?

En 1936 estalló la Guerra Civil y las tropas sublevadas se restableció la bandera rojigualda gracias a la firma de un Decreto el 29 de agosto de 1936. El presidente de la Junta de Defensa Nacional, general Cabanellas, firmó un decreto el 29 de agosto de 1936, por el que «se restablece la bandera bicolor, roja y gualda, como bandera de España».
Cuando el general Francisco Franco (1939-1975) ganó la guerra impuso definitivamente la insignia. El águila de San Juan se estampó en la tela roja y gualda.
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Con la llegada de la Democracia Española, se buscó una enseña que uniera a todos los españoles y espantara las divisiones del pasado. El Rey Juan Carlos I sustituyó el reglamento franquista por el Real Decreto 1511/1977,que regulaba banderas y estandartes, guiones, insignias y distintivos.
El artículo 4.1 de la Constitución Española avisa de que «la bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas».

domingo, 16 de febrero de 2014

Lo que la Leyenda Negra contra España no cuenta de las Leyes de Indias

GUILLERMO LLONA; ABC


El cuerpo de normas que regló la vida en las colonias de América supuso el origen de lo que hoy conocemos como Derechos Humanos



T. DE BRY

Theodore de Bry ilustró la antiespañola Leyenda Negra

«Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien». Esta es la última voluntad que la Reina Isabel la Católica dirigió a sus súbditos en su testamento. Se trata sin duda de un deseo que choca con la imagen cruel que la Leyenda Negra ha propagado del Imperio español por todo el mundo.
Tal y como defiende Juan Sánchez Galera en su último libro «Vamos a Contar mentiras», y mal que les pese a los seguidores de la propaganda antiespañola, los monarcas hispanos no consolidaron la conquista de América a sablazo limpio, sino gracias a un ejército de maestros y curas. Frente a quienes presentan a los descubridores y conquistadores del Nuevo Mundo como crueles genocidas, el historiador afirma que Leyes de Indias que reglaron la vida en aquellas colonias supusieron el origen de lo que hoy conocemos como Derechos Humanos.
En 1493 el Papa Alejandro VI reconoce mediante la bula «Inter Caetera» la propiedad de la recién descubierta «terra nullis» (tierra de nadie) a los Reyes Católicos, a condición de que evangelicen a los nuevos súbditos. Pero muy pronto surge un debate en la intelectualidad española, alentado por la misma Corona, acerca de la licitud de obligar a todo el continente a pertenecer a un imperio con el que no había mantenido antes ninguna relación. Los españoles empiezan a hacerse preguntas incómodas. «Se parte completamente de cero con la premisa de establecer unas nuevas normas de convivencia entre los hombres, basadas no ya en lo que se entendía hasta ese momento como cierto en Europa, sino unos valores comunes a todos los hombres de todos los tiempos», explica Sánchez Galera.
Isabel la Católica fue la primera persona que se preocupó por los derechos de los indios: determinó que seguirían siendo los propietarios de las tierras que les pertenecían con anterioridad a la llegada de los españoles y, en el año 1500, dictó un decreto que prohibió la esclavitud. Nace así un nuevo derecho que, en palabras del autor, «reconoce que las libertades de los hombres y de los pueblos son algo inherente a ellos mismos, y que por tanto, les pertenecen por encima de las consideraciones de cualquier príncipe o Papa». Aquellas normas supusieron el punto de partida de la Leyes de Indias.
Más adelante, una junta de la Universidad de Salamanca convocada por el emperador Carlos V en 1540 concluye que «tanto el Rey, como gobernadores y encomenderos, habrían de observar un escrupuloso respeto a la libertad de conciencia de los indios, así como la prohibición expresa de cristianizarlos por la fuerza o en contra de su voluntad», cuenta Sánchez Galera. Con el tiempo se va formando un cuerpo de normas, las Leyes de Indias, que recogen, entre otros, los siguientes derechos para los indios: la prohibición de injuriarlos o maltratarlos, la obligación de pagarles salarios justos, su derecho al descanso dominical, la jornada laboral máxima de ocho horas y un grupo de normas protectoras de su salud, especialmente de la de mujeres y niños.

La esclavitud y las encomiendas

Aunque la Reina Isabel la Católica había prohibido la esclavitud, algunos colonos se ampararon en las encomiendas para sortear las leyes que llegaban desde la España europea y obligar a los indios a realizar trabajos forzados. Con todo, Sánchez Galera defiende la institución: «Los indios, fuera de ser unos desposeídos, son propietarios de pleno derecho de aquellas tierras que trabajan, y del rendimiento de las mismas pagan un tributo o servicio a su encomendero, quien a su vez tiene obligación de protegerlos y cristianizarlos. Como toda institución humana, la encomienda dio lugar a ciertos abusos, y en contados casos, incluso degeneró en una especie de esclavitud encubierta».
Lo que la Leyenda Negra contra España no cuenta de las Leyes de Indias
J. VAN MEURS
Grabado de 1671
Ya en 1518 una ley establece ya «que sólo podrán ser encomendados aquellos indios que no tengan recursos suficientes para ganarse la vida, así como que en el momento en que fuesen capaces de valerse por sí mismos habrían de cesar» en este régimen. De todos modos, Carlos V da una estocada mortal a la institución con sus Leyes Nuevas de 1542, que limitan sobremanera las situaciones en que se podía poner en práctica.
En cualquier caso, la actitud de los monarcas españoles contra la esclavitud fue decidida. Isabel la Católica y el Emperador Carlos V promulgaron decretos que vedaban esa práctica y, «si bien es cierto que Felipe II se deja presionar por los colonos del Caribe haciendo concesiones especiales para Puerto Rico y La Española, poco más tarde vuelve a dejar clara su repulsa hacia este tipo de institución, prohibiendo una vez más la esclavitud, e incluso haciendo extensiva dicha prohibición a la incipiente importación de esclavos negros», explica el autor.

Frailes y maestros

La Leyenda Negra que pesa sobre España también acusa a sus colonizadores del Nuevo Mundo de haber cometido allí un genocidio contra la población indígena. Pero si el Imperio español pudo consolidar su conquista de América no fue gracias a las armas, sino, fundamentalmente, gracias a su clero y educadores. Ciertamente, si bien los primeros escritos de los descubridores españoles describían a los habitantes de aquellas tierras como «pueblo angelical» cuya «aparente ingenuidad hacía presagiar una fácil y pronta civilización y evangelización», pronto aquellas poblaciones resistieron armadas a los abusos de los primeros colonos, estallando así los enfrentamientos bélicos.
Fernando el Católico encarga entonces un estudio jurídico-teológico al dominico Matías de Paz y al jurista Juan López de Palacios, quienes concluyen que la guerra contra los indígenas sólo será justa «cuando sus caciques y jefes prohíban la libre conversión de sus súbditos, o bien sea menester el desterrar inhumanas costumbres que se niegan a abandonar», como el canibalismo o los sacrificios de personas a los dioses. Pero dado que, pese a las limitaciones fijadas desde España, en muchas ocasiones se recurría a las armas sin que hiciese falta, una Real Orden de 1526 impuso en todas las expediciones militares la compañía de sacerdotes con el fin de poner fin a aquellos abusos.
Pacificado ya el continente, en 1573 Felipe II pone fin a la lucha armada en América, «y confía sus mayores y más ricas posesiones a un nuevo ejército compuesto, esta vez, a base de frailes y maestros.Comienza la verdadera y definitiva conquista de América», concluye Sánchez Galera.

La «Leyenda Blanca» estadounidense

Por qué la bandera tricolor de la República "constituyó un grave error"

POR JAVIER NART; ABC

El general republicano Vicente Rojo afirma en un artículo inédito que era sectaria y que divide estúpidamente a los españoles

En el Congreso de los Diputados se conserva esta bandera bicolor de la milicia de Cabezas de Buey de 1813

En este país, al que algunos nos empeñamos en seguir llamando España, se produce un fenómeno tan significativo como sorprendente: unsímbolo que debería ser común, la bandera de España, se ha convertido en bandería entre los que exhiben con orgullo la rojigualda (derechistas) y los que exhiben la tricolor republicana (izquierdistas).
España es un viejo país, pero a diferencia de todas las naciones (incluso las más modernas), las manifestaciones denominadas «progresistas» se hacen bajo las banderas de los partidos, de las Comunidades Autónomas (aunque algunas inventadas ayer mismo)… o, en el mejor de los casos, con la tricolor republicana.
Así, exhibir la rojigualda resultaría «cosa de derechas»… no de todos los españoles. Al respecto, desde el exilio, un español escribió:
«La cuestión de la bandera es uno de los motivos que estúpidamente dividen a los españoles y que tiene su origen en la conducta mezquinamente partidaria de nuestros políticos.»
»El cambio de la Bandera hecho por la República constituyó un grave error:»
»1º.-Porque no respondía a una aspiración nacional ni siquiera popular. La Bandera Republicana era desconocida por la inmensa mayoría de los españoles.»
»2º.-Porque se reemplazaba una bandera nacional por una bandera partidaria y con ello se dividía a España
»3º.-Porque no era necesario y consecuentemente solo podía producir complicaciones como ha sucedido.»
»La bandera (rojigualda) que teníamos los españoles no era monárquica sino nacional. La bandera de los Borbones fue blanca; la bandera real era un guión morado.»
»En cambio la bandera bicolor como enseña nacional fue creada por las Cortes españolas en plena efusión de liberalismo, constitucionalismo y democracia. Se tomaron colores españoles que venía usando tradicionalmente la Marina de guerra que dieron tono a los guiones reales de los Reyes Católicos (rojo) y de Carlos I (amarillo); que eran también los colores de una enseña tradicional en Aragón, Cataluña y Valencia.»
»El pueblo no anhelaba incorporar a la bandera el color morado de Castilla. No podía anhelarlo porque la masa del pueblo español ignoraba que el morado fuese el color de Castilla (...).»
»Los republicanos de la 1ª República quisieron introducir su bandera partidaria y crearon la bandera llamada republicana. Esta no llegó a tener estado oficial y ni siquiera se popularizó. Nació, según Castelar (último Presidente de la I República), en la Universidad de Barcelona, fundiendo tres colores de tres facultades. No pudo pues tener esa bandera un origen más arbitrario. Por eso no llegó a ser bandera oficial, ni nacional, ni popular. Los primeros republicanos, más sensatos que los segundos, no impusieron el cambio.»
»Ni inconmovible, ni imperdurable ni eterna es la bandera tricolor porque no ha nacido del pueblo sino de una minoría sectaria
»No crearon pues un símbolo nacional que ya estaba creado con ese carácter sino uno de lucha partidario, haciendo prevalecer a las ideas de Nación y Patria las de República
»Hoy los españoles están divididos en torno a dos banderas: tal es elfruto de aquel error (...).»
»Hay un manifiesto artificio. La injusticia de las persecuciones nada tiene que ver con los colores de la bandera de España. Algunos se apoderaron del grito de ¡Viva España! y se colgaron en sitio bien visible un crucifijo para proceder en nombre de Dios y no por eso los españoles debemos dejar de gritar ¡Viva España! ni los que sean católicos o sean protestantes deben renegar de la moral cristiana
Por qué la bandera tricolor de la República «constituyó un grave error»
ABC
Vicente Rojo
Nuestros progres tildarán este texto de reaccionario o incluso fascistoide. Les aclararé quien es el autor: el que fuera Jefe de Estado Mayor del Ejército Popular de la República, condecorado con la Placa Laureada de Madrid (máxima distinción militar otorgada únicamente en cuatro ocasiones). Se trata del Teniente General Vicente Rojo. Un hombre honrado. Un militar ejemplar. Un español orgulloso de serlo y que en este artículo reflejó no solo su sentimiento sino su conocimiento de la realidad histórica.
Recordemos que la Constitución gaditana de 1812 (ese revolucionario texto que estableció la soberanía nacional, la igualdad entre los españoles y los principios básicos del Estado moderno) creó una unidad cívica para defenderla: la Milicia Nacional.

Constitución de Cádiz

Pues bien, la bandera de esa Milicia Nacional fue la rojiguada, 23 años antes que la estableciera el Decreto de Isabel II. Esa fue también la bandera nacional de la I República presidida, entre otros, por dos ilustres catalanes, Pi i Margall y Estanislao Figueras. Y con esa bandera se envolvió a su muerte el cuerpo de su tercer Presidente, Nicolás Salmerón… uno de los responsables, ¡¡lo que son las cosas!!, de Solidaridad Catalana.
Por qué la bandera tricolor de la República «constituyó un grave error»
ABC
Rojo recuerda el discurso de Azaña como ministro de la Guerra
El hecho nacional tiene un fuerte componente sentimental, incluso irracional. Así, sentimos como propios hechos ajenos tales como las victorias de Alonso en automovilismo (aunque no sepamos conducir) o de la «roja» (aunque no nos guste el fútbol).
No tengo un criterio idolátrico de la enseña nacional. Pero todas lassociedades precisan de símbolos de unión. Y por ello envidio profundamente el respeto que, por ejemplo, en el sur de Estados Unidos se tiene por su bandera (la de la barra y estrellas)… a la que sus antepasados combatieron en la terrible Guerra de Secesión.
Asombra el grado de analfabetismo histórico, de sectarismo primario, de ceguera política de nuestros próceres que estúpidamenteacomplejados desde 1975 por nuestra historia, bandera e himno, también tiraron por la borda los criterios básicos de comunidad civil: laeducación, la lengua y la bandera. Pero «con la bandera del color morado se efectuó la represión de Octubre de 1934. La bandera rojigualda es la bandera de España y España no son los reaccionarios», afirmó Santiago Carrillo el 23/4/77, Secretario General del PC, partido que fue el gran referente antifranquista (en realidad el único operativo).
El nacionalismo disgregador, digámoslo claramente, el separatismo, se fundamenta sobre tres pilares: «escuela, lengua y bandera». Palabras de Jordi Pujol de hace 30 años, no proféticas sino programáticas. Y de las que nadie se enteró o quiso enterarse.
Y, ¿qué quieren que les diga?, yo, como Azaña, como Vicente Rojo, como Juan Martín «el Empecinado», como Estanislao Figueres, como Unamuno, como Prieto y Besteiro, como tantos otros olvidados o no leídos, pienso y creo en una sociedad con todos, en una familia común que me empecino en seguir llamando España.
Y cuya bandera, no de la Monarquía ni de los reaccionarios, sino de los españoles, es la rojigualda.

Rojo: Liberal, católico y patriota


Los ojos de la guerra

La noche temática de Televisión Española:

Testimonios de reporteros de guerra como Gervasio Sánchez, David Beriain, Sergio Caro, Hernán Zin y Mikel Ayestarán, entre otros, quienes ahondan en los conflictos de los hombres y sus consecuencias, y analizan y cuestionan la propia condición humana. Analiza aspectos como la importancia de la prensa local, el impacto de la guerra en las víctimas y la forma de tratarlas que deben tener los periodistas y el riesgo que corren los reporteros de guerra, testigos directos de las consecuencias que día a día se viven en los conflictos armados. Hacen su trabajo entre el peligro de la guerra y el deseo de contar la verdad. Con su trabajo se acercan a los conflictos armados y sus consecuencias. Son los ojos de la guerra.


Los Ojos de la Guerra from EnlaceSol on Vimeo.

lunes, 20 de enero de 2014

Tetuán, donde el Ejército español de O´Donnell arrolló a 35.000 marroquíes

Manuel P. Villatoro; ABC

En 1860, 25.000 soldados de nuestro país lograron tomar esta ciudad durante la Guerra de África


Valentía, arrojo, buena capacidad estratégica o, incluso, suerte. Fueron muchas las causas que se aunaron para que aquel 4 de febrero de 1860 25.000 soldados españoles al mando del general O'Donnell lograran tomar el campamento marroquí del comandante Muley Achmed, el cual estaba protegido por 35.000 musulmanes y defendía Tetuán. Sin embargo, ya fuese por un golpe del destino o por el buen hacer de la artillería hispana, lo cierto es que no sólo se logró el objetivo, sino que aquella victoria cambió el destino de la que, a la postre, fue denominada como la Guerra de África, pues permitió a las tropas de nuestro país entrar en una de las ciudades enemigas de mayor importancia estratégica.

Corría por entonces 1859, época en la que Leopoldo O'Donnell –político de profesión y soldado de carrera- se encontraba al frente de España, un país que, desde hacía varios años, se había acostumbrado ya al cambio de mandatarios y a los pronunciamientos militares (rebeliones castrenses, que se podría decir también). Era, en definitiva, una época en la que los cambios de gobierno por la fuerza eran muchos más de los deseados.

Sin embargo, la fragilidad del poder no era el único problema que resonaba en la cabeza de O'Donnell. Y es que, este militar estaba también hasta las fosas nasales de que los territorios españoles ubicados en África (Ceuta y Melilla) sufrieran ataques constantes por parte de grupos armados locales. En todas esas cosas debería estar pensando este general cuando, en agosto de 1859, una partida marroquí de una cabila cercana no tuvo mejor idea que asaltar espada y fusil en mano a unos operarios hispanos cerca del territorio ceutí.

Esto acabó con la paciencia de Prim quien (casi seguro que con algún que otro «hijo de…») exigió al sultán de Marruecos que castigara de forma ejemplar a aquellos molestos súbditos. En cambio, parece que la idea no gustó demasiado al regente, que denegó aquella petición. No había más que hablar y, sin dudarlo, el presidente del gobierno pidió autorización a Francia e Inglaterra para declarar la guerra al territorio africano. Con un «oui» gabacho y un «yes» británico bastó, y el 22 de octubre comenzó la Guerra de África.

Sin embargo, y a pesar de que ese ataque fue la causa oficial de la guerra, parece que, a día de hoy, todavía existe controversia sobre si hubo o no algún origen oculto que motivara esta contienda. «Varios autores consideran (al propio O'Donnell) el instigador de la Guerra de África de 1859 - 1860, con la que pretendía mantener ocupado a un ejército demasiado acostumbrado a los pronunciamientos, unificar los diferentes partidos políticos y recuperar el prestigio de España como nación», destaca Salvador Acaso Deltell en su obra «Una guerra olvidada. Marruecos 1859-1860».

Camino a África

Fuera por la causa que fuese, lo cierto es que todos los partidos políticos apoyaron la contienda. Lo mismo sucedió con los ciudadanos (especialmente vascos y catalanes), los cuales abarrotaron los centros de reclutamiento en un breve período de tiempo. Así pues, semanas más tarde partió desde Algeciras en dirección a las costas Marroquíes una hueste formado por 36.000 hombres, 75 piezas de artillería y 41 navíos. Su objetivo estaba claro: tomar la ciudad de Tetuán (a 40 Km de Ceuta). Aquel contingente, dirigido personalmente por el propio O'Donnell sería conocido como el Ejército de África.

Tras desembarcar, los españoles participaron en distintas batallas hasta que, a principios de febrero y tras varias victorias, estaban listos para tomar Tetuán. Sin embargo, para ello necesitaban conquistar el campamento militar de Muley Achmed, ubicado cerca de la ciudad y en el que se atrincheraba un numeroso ejército. Durante las jornadas posteriores, el contingente hispano acampó a varios kilómetros del enclave –cerca del río Martín- e inició los preparativos para el ataque. La batalla estaba servida.

Llegan los refuerzos catalanes

Cuando el sol despuntó el 3 de febrero sobre aquel cálido páramo, el aire ya transportaba vientos de guerra. Y es que, ya fuera por el ajetreo constante que llegaba desde los buques –de los cuales no paraban de bajar suministros destinados al Ejército de África- o por las constantes idas y venidas de los oficiales, lo cierto es que no había un solo individuo en el campamento español que no supiera que, en pocas horas, se tendría que jugar el bigote, la barba y las gónadas por su país.

Esa misma jornada, y a la par que los pertrechos, desembarcaron también los voluntarios procedentes de Cataluña. Concretamente, de los buques de transporte bajaron medio millar de hombres que, aunque carecían de experiencia en combate, se mostraron decididos a entregar su vida por la tierra española y, como no, por cada uno de sus compañeros pertenecientes al Ejército de África. Los refuerzos, al fin, habían llegado, y justo a tiempo para la lucha.

Así recuerda aquel suceso Pedro Antonio de Alarcón, un periodista que, alistado también como soldado, plasmó en sus artículos los pasos de este episodio español en Marruecos: «Son las cinco de la tarde y vengo de presenciar una escena arrebatadora. Las compañías de voluntarios catalanes (,,,) acaban de desembarcar en este momento. (…) Son cerca de quinientos hombres. Visten el clásico traje de su país; calzón y chaqueta de pana azul, gorro frigio, botas amarillas, canana por cinturón, chaleco listado, pañuelo de colores anudado al cuello y manta a la bandolera. Sus armas son el fusil y la bayoneta. Sus cantineras, bellísimas. Su jefe es un comandante, joven todavía, llamado Victoriano Sugrañés. Tres cruces de San Fernando adornan su pecho».

Novatos, sí (bisoños, que dirían entonces), pero bravos, pues no dudaron en pedir de forma unánime que se les concediera el honor de combatir en vanguardia, algo que el general en jefe –O'Donnell- les concedió. De hecho, tal era su decisión de repartir balas por España que el general Prim –también catalán- movió los hilos para que ingresaran en su cuerpo de ejército. Así pues, y al día siguiente, este veterano oficial dispararía al lado de sus paisanos.

Un discurso por la victoria

Con todo, Prim sabía que el valor de las tropas bisoñas solía decaer tras los primeros disparos enemigos, por lo que, aquella tarde, se subió a lomos de su caballo y vistió sus mejores galas para arengar a sus nuevos soldados con el siguiente discurso: «Catalanes: Acabáis de ingresar en un ejército bravo y aguerrido; el Ejército de África, cuyo renombre llena ya el universo. Vuestra fortuna es grande; pues habéis llegado a tiempo de combatir al lado de estos valientes, Mañana mismo marcharéis con ellos sobre Tetuán. Catalanes, vuestra responsabilidad es inmensa; estos bravos que os rodean (…) son los vencedores de veinte combates; han sufrido todo género de fatigas y privaciones; han luchado con el hambre y con los elementos (….) y todo lo han soportado sin murmurar. Así lo habéis de soportar vosotros».

Acto seguido, el general terminó su alocución dejando claro a sus subordinados que era mejor morir en combate que sobrevivir tras una deshonrosa retirada: «Es menester sufrir y obedecer sin murmurar; es necesario que correspondáis con vuestras virtudes al amor que yo os profeso, y que os hagáis dignos con vuestra conducta de los honores con que os ha recibido este glorioso ejército. (…) Y no queda aquí la responsabilidad que pesa sobre vosotros. Pensad en la tierra que os ha (…) enviado a esta campaña; pensad en que representáis aquí el honor y la gloria de Cataluña. (…) Uno solo de vosotros que sea cobarde labrará la desgracia y la mengua de Cataluña –Yo no lo espero-. (…) Si correspondéis a mis esperanzas y a las de todos vuestros paisanos pronto tendréis la dicha de abrazar a vuestras familias (…) y (todos) dirán llenos de orgullo: (…): “Tu eres un bravo catalán”».

Hacia el combate

A la mañana siguiente, con la llegada del alba, los soldados iniciaron el desmantelamiento del campamento, pues no concebían volver allí esa noche. Por el contrario, pretendían encontrar cobijo en el campamento enemigo tras expulsar a sus actuales inquilinos a base de guantazos. No eran ni las nueve de la mañana cuando la infantería comenzó a formar en orden perfecto cerca del río Martín.

«Un momento después no había más tiendas a las orillas del Martín que las del cuerpo de reserva, que debía permanecer allí defendiendo los fuertes últimamente construidos y protegiendo nuestra retaguardia: nuestro campamento de diez y ocho días desapareció como por encanto (…) Entre tanto, la tropa había tomado un ligero rancho y se formaba ya por batallones en el lugar que antes ocupaban sus tiendas. Dióse, por último, la señal de partir, y las tropas empezaron su movimiento, atravesando el río Alcántara por cuatro puentes que el cuerpo de ingenieros había echado la noche anterior», señala Alarcón en sus escritos.

Tras unos pocos minutos, los casi 25.000 hombres (fusil al hombro –la infantería- y lanza o espada en alto –la caballería-) se situaron en sus respectivos batallones. A la izquierda, cubriendo su flanco con el cauce del Martín, se ubicó el Tercer Cuerpo de Ejército comandado por el general Antonio Ros de Olano (el cual disponía, entre otras cosas, de tres escuadros de artillería a caballo). En el centro se posicionaron los temibles cañones pesados españoles, varias baterías dispuestas a hacer volar por los aires las convicciones marroquíes. A la derecha dispuso el Segundo Cuerpo de Ejército el general Juan Prim con los voluntarios catalanes a la cabeza. Más a la derecha -si cabe- se colocó el Cuarto Cuerpo de Ejército a cargo del general Ríos con el objetivo de evitar que el enemigo envolviera al grueso del Ejército de África. Finalmente, la División de Caballería del general Alcalá Galiano espoleó a sus monturas para instalarse en medio del contingente en retaguardia.

Al mando de todos los Cuerpos de Ejército se situó O'Donnell como general en jefe, quien no pudo más que vislumbrar con orgullo a su imponente fuerza. Sin embargo, frente a todos ellos se disponían más de 35.000 enemigos que ya habían comenzado a preparar sus defensas para, a base de espingarda (un fusil extremadamente largo) y cimitarra, obligar a los cristianos a reunirse con aquel Dios que tanto mencionaban. Sus órdenes eran simples: evitar que aquellos herejes no tomaran el acuartelamiento, pues, en ese caso, nada evitaría que entraran casi sin oposición en la próxima Tetuán.

La artillería, la heroína de la contienda

Aproximadamente a las 10 de la mañana O'Donnell dio la señal de ataque. A su orden, todos los cuerpos de ejército avanzaron como si fueran uno hacia el campamento marroquí, donde el enemigo comenzaba a cargar sus fusiles y afinaba su puntería tras la seguridad de sus muros y trincheras. Unos minutos después, los defensores iniciaron un incesante cañoneo sobre las tropas españolas, las cuales, a pesar del terror que provocaba ver caer cientos de bolardos metálicos cerca, continuaron la marcha.

Fue entonces cuando los marroquíes movieron ficha. Concretamente, de su acuartelamiento salieron 4.000 jinetes dispuestos a derramar sangre roja, amarilla y roja. Apoyados por el incesante fuego de su artillería, los caballeros giraron las riendas en dirección al flanco derecho español. Al parecer, pretendían flanquear al Ejército de África para atacarle por retaguardia. Por suerte, OŽDonnell ya había previsto este movimiento y, para evitarlo, había ubicado en el extremo del campo de batalla al general Ríos, sobre quien ahora recaía la responsabilidad de detener a los caballeros. Así pues, salva tras salva, los soldados del Cuarto Cuerpo de Ejército barrieron las líneas enemigas lanzando una constante lluvia de plomo.

Mientras, la marcha española continuó impasible hasta que las tropas se encontraron a menos de un kilómetro del campamento moro. «(Los cañones marroquíes nos causaban) insignificantes pérdidas, pues casi siempre teníamos la fortuna de que sus proyectiles cayesen en los claros de los batallones: llegamos, en fin, a encontrarnos a un kilómetro de sus baterías, y sólo entonces mandó el general en jefe hacer alto a nuestras masas y avanzar la artillería de reserva. Diez y seis cañones ocuparon instantáneamente nuestra vanguardia y rompieron un vivísimo fuego contra la posición enemiga. Una densa cortina de humo nos robó por un instante la vista del campamento moro: un largo trueno ensordeció el espacio», señala el periodista hispano.

En los siguientes minutos, las piezas de artillería españolas lanzaron una constante lluvia de fuego sobre el campamento marroquí y, más concretamente, sobre los cañones enemigos, muchos de los cuales explotaron o quedaron inservibles ante tal ataque. A su vez, los obuses hispanos acribillaron los endebles muros enemigos y a sus defensores, cuyas extremidades, según el propio Alarcón, volaron en muchos casos por los aires segadas y amputadas.

Fue entonces cuando un disparo fortuito sobre un polvorín marroquí terminó con la moral de los defensores. «¡Oh, fortuna! ¡Una granada nuestra había caído en uno de sus repuestos de pólvora y lo había volado! – ¡Qué regocijo en nuestras filas! ¡Cómo se adivinan los estragos que habrá producido este contratiempo en los reales enemigos!», completa el reportero en sus artículos. OŽDonnell sabía que debía aprovechar este golpe a la moral enemiga, y se preparó para dar la orden de ataque definitiva.

Al asalto

Con la mayoría de los cañones enemigos fuera de combate, los batallones siguieron avanzando -aunque esta vez sin oposición-, hacia los muros del campamento marroquí. Allí, los defensores se hallaban con el dedo sobre los gatillos de sus miles de espingardas, las cuales dispararían en cuanto las tropas españolas se encontrasen a una distancia recomendable. No obstante, la vista de estos fusiles no intimidó al Ejército de África y, cuando O'Donnell consideró que sus tropas se encontraban a una distancia de medio kilómetro, ordenó el asalto definitivo bayoneta en ristre.

«-¡Ahora!-¡Ya!-¡Viva la reina! ¡A la bayoneta! ¡A ellos!- grita de pronto el general O'Donnell, cuando calcula que nuestra infantería puede llegar de un solo aliento, de una sola carrera, a las trincheras moras, y saltarlas y penetrar en los campamentos. -¡A la bayoneta! ¡A ellos!- contestan veinte mil voces. Y todas las músicas, todas las cornetas, todos los tambores repiten la señal de ataque», señala Alarcón en su obra. Sin dudarlo, más de 15.000 hombres iniciaron a voz en grito el asedio bajo el fuego de los defensores que, ya sí, descargaron todas sus espingardas sobre los hispanos provocando multitud de muertos.

En vanguardia: el asedio catalán

Mientras los flancos del campamento eran rodeados por el resto del contingente español, el Segundo Cuerpo de Ejército de Prim avanzó de frente contra los marroquíes. «Los voluntarios catalanes marchaban en primera línea como solicitaron y se les concedió. En su ímpetu, llegaron a menos de veinte metros de los parapetos enemigos y se precipitaron en una zanja pantanosa disimulada con hierbas y ramas. Los marroquíes fusilaron sin piedad a los catalanes que se esforzaban en seguir avanzado. Cayeron muchos», comenta, en este caso, Salvador Acaso.

La trampa cumplió su cometido, pues los soldados bisoños se quedaron absolutamente desconcertados y dudaron entre seguir avanzado o retirarse. Por suerte, Prim, que se hallaba dirigiendo las operaciones desde la retaguardia de sus hombres, se percató de lo sucedido y, al galope vivo, se dirigió hacia la zanja en la que, a bala y plomo, estaban muriendo sus paisanos. Al hacer su aparición parece que los Voluntarios recuperaron el ímpetu y, bajo sus órdenes, pasaron por encima de sus compañeros caídos continuando el asalto a bayoneta sobre el ya cercano campamento.

Prim los acompañó en vanguardia. De hecho, la leyenda cuenta que este general accedió a través de la tronera de una batería al interior del campamento marroquí, donde causó estragos con su espada. Por entonces había pasado ya media hora de cruento combate que, de esta forma, narra Alarcón: «¡Cómo caían nuestros jefes, nuestros oficiales, nuestros soldados! ¡Cuántos, cuántos, Dios mío! – Fueron treinta minutos de lucha; treinta minutos solamente… y más de mil españoles se bañaban ya en su sangre generosa».

A continuación, los soldados españoles cayeron en masa sobre los asustados defensores. «Los Batallones de León y Saboya asaltaron igualmente los parapetos sin importarles las bajas sufridas. Los de Saboya recibieron, a cortísima distancia, la descarga de un cañón cargado de metralla y sufrieron, sólo en ese instante, más de cincuenta bajas. El resto de los batallones –Alba de Tormes, los de la Princesa y los de Córdoba- llegaron también al parapeto y lo tomaron por asalto», destaca por su parte Acaso.

La huida definitiva

A partir de ese momento los soldados de nuestro país no tuvieron más remedio que combatir dentro del campamento utilizando su fusil como espada. Allí, en ese pequeño espacio, cientos de bayonetas se tiñeron con la sangre de los marroquíes que, viendo superadas tan fácilmente sus defensas, quedaron absolutamente aturdidos. En ese momento la lucha se recrudeció ya que, a pesar de lo turbado de los defensores, ninguno de ellos estaba dispuesto a entregar su vida fácilmente. Por ello, cada militar del Ejército de África tuvo que luchar por cada centímetro de tierra.

Al ver que sus hombres estaban cayendo a cientos bajo las armas hispanas, el comandante musulmán Muley-Ahmed tocó a retirada. Así pues, en apenas un segundo toda la defensa se desmoronó y los marroquíes iniciaron una frenética carrera hasta los muros de Tetuán. «A primera hora de la tarde, Muley-Ahmed, pálido como la muerte, entró en Tetuán al galope gritando “¡Todo está perdido! ¡Tetuán es de los cristianos! No hace falta decir el efecto que tal comportamiento causó entre los habitantes de la ciudad y su ejército», destaca el autor español.

Con el campamento militar tomado por los españoles, en las jornadas siguientes los habitantes de la ciudad se reunieron y enviaron una comitiva al campamento que, hasta hacía pocas horas, estaba bajo poder musulmán. Allí, preguntaron por «El Gran Cristiano» (como llamaron a O'Donnell), con el que se reunieron y acordaron los términos para rendir la ciudad. Así acabó esta lucha, la cual hizo ganar al general en jefe el título de Duque de Tetuán.

Una vez finalizada la contienda era hora de contar los muertos, una tarea que no fue sencilla y que, a día de hoy, sigue creando controversia entre los autores. Así pues, Alarcón cifra los caídos españoles en miles (aunque no señala, por el contrario, cuántos de estos fueron únicamente heridos) mientras que, por su parte, Acaso afirma que el número no excedió los 300. A su vez, otros expertos como Juan Vázquez y Lucas Molina señalan que las bajas hispanas fueron exactamente 67. Con todo, en lo que sí coinciden es en los cientos de abatidos que hubo en el bando musulmán.