Hola a todos

Por qué hago este blog. No lo sé. Supongo que por aburrimiento, como forma de almacenar cosas que me van llegando y luego pierdo. No lo sé. Pero aquí está. Es muy probable que me canse de él pero.......

lunes, 10 de diciembre de 2012

Serie TVE: Los años vividos

Cap. 1: Los locos años 20

La serie documental arranca con la década de 1920, en la que España experimenta notables transformaciones económicas y sociales.


Cap. 2: Tiempo de ilusiones


Documental que analiza los acontecimientos históricos más importantes ocurridos en la primera mitad de los años 30, el ambiente de ilusiones y esperanzas contradictorias que se creó tras la proclamación de la II República y los intentos modernizadores que se llevaron a cabo en este periodo. Participan personalidades relevantes del mundo social, político y cultural, que comentan en primera persona los hechos fundamentales acaecidos en la época. Aparecen en el documental: Olga Ramos, Juan de Avalos, Marcelino Camacho, Miguel Gila, Santiago Carrillo, José Antonio Saenz de Santamaría, Manuel Gutiérrez Mellado, Emilio Benavent, Luis Rosales, Gloria Fuertes, Antonio Pedrol Rius, Camilo José Cela, José Luis Saenz de Heredia, Matías Prats, Manuel Azcarate, Carlos Fontseré, José María Díez Alegría, Rafael Abella, Gabriel Celaya, Gonzalo Torrente Ballester, José Manuel Lara, Emilio Romero, Joaquín Ruiz Giménez Aguilar, José Luis Sampedro, Alfonso XIII, rey de España, Victoria Eugenia, reina de España y Dolores Ibarruri.



Cap. 3: Tiempo de tragedia

Seguimos en los años 30, adentrándonos en la cruenta guerra civil que marcaría nuestra historia.


Cap. 4: Tiempo de posguerra

Los duros años de la posguerra civil española.




Cap. 5: Tiempo de paréntesis

Nos detenemos en los años 50, a caballo entre la posguerra y la moderada recuperación económica de los 60.

Cap. 6: Tiempo de prodigios

Un recorrido por la década de los 60


Cap. 7: Tiempo de protesta

Un recorrido por la década de los 70.


Cap. 8: Tiempos de cambio

A comienzos de los años 90, la periodista Mercedes Odina firmó para Televisión Española Los años vividos, una serie documental que se convirtió en la crónica audiovisual del siglo XX español más novedosa y de mayor éxito de aquellos años. La serie ofreció un relato televisivo de la historia de España desde 1920 hasta 1992 tirando del hilo de la memoria de más de 150 personajes célebres de diferentes generaciones que dieron rienda suelta a sus recuerdos para conformar la historia de aquellos decenios. En este capítulo, José María Aznar, Martirio, Antonio Gutiérrez, Ana Belén, Javier Gurruchaga, Pedro J. Ramírez y Miguel Bosé, entre otros, recuerdan la segunda mitad de la década de los 70: el nombramiento de Suárez, la aprobación de la Ley de la Reforma política, el destape, la legalización del PCE y las primeras elecciones democráticas no faltan en el relato de los que entonces tenían entre 20 y 30 años.



Cap. 9: Tiempos modernos

Un recorrido por la década de los 80.



jueves, 6 de diciembre de 2012

Cuartos de final en Goes


XLSemanal - 08/10/2012
Arturo Pérez Reverte


Me pide la afición otro de esos episodios históricos que cuento de vez en cuando, más que nada porque casi nadie habla de ellos. Bien mirado, si nos agrada que nuestras selecciones y equipos ganen partidos de fútbol, carreras ciclistas y medallas olímpicas, y recordamos con entusiasmo el gol de Zarra o el tour de Bahamontes, no veo por qué hemos de ignorar otra clase de confrontaciones y campeonatos donde nuestros paisanos, durante siglos, se estuvieron jugando algo más que una final de copa. A fin de cuentas, por poco que nos guste aquella España y lo que tenía dentro, los jugadores del equipo eran los nuestros. Tatarabuelos y gente así. Con nuestra camiseta.

Esta vez le toca al socorro de Goes, cuyo 440 aniversario se cumplirá el 20 de este mes. Corría el año 1572, y las provincias holandesas afirmaban su rebelión contra una España que, como de costumbre, luchaba sola contra medio mundo. Ocho mil soldados holandeses reforzados por los habituales ingleses, protestantes alemanes y hugonotes franceses, cercaban el pequeño enclave de Goes, entre las bocas del Escalda, donde cuatrocientos españoles aguantaban como podían, dientes apretados, esperando socorro. Correspondía éste a un ejército enviado por el duque de Alba, bajo el mando de don Sancho Dávila y el maestre de campo Cristóbal de Mondragón, que se había visto detenido por falta de embarcaciones y la solidez de la defensa enemiga. Goes iba a quedar abandonada a su suerte; y la guarnición española, mandada por un duro capitán llamado Isidro Pacheco que tenía orden de no rendirse ni harto de vino, sería pasada a cuchillo. La suerte parecía echada. Y entonces, a alguien se le ocurrió un plan.

Había un vado, contaron algunos pescadores. Un paso de tres leguas y media: diecisiete kilómetros que la marea baja descubría durante unas horas hasta la altura del pecho de un hombre. Echándole hígados al asunto, entre dos mareas podía intentarse cruzar de noche por ahí; con el peligro de que si quienes lo hicieran se retrasaban o quedaban atrapados en el fango, los pillaría la creciente y se ahogarían todos. Pero, como se decía entonces, no se pescaban peces a bragas enjutas; así que el maestre de campo Mondragón, un correoso veterano de los tiempos de Carlos V, las campañas de Italia, Túnez y Alemania, dispuso una fuerza de 2.500 españoles de los tercios viejos, reforzados por valones y tudescos. Luego los hizo formar en la playa al atardecer, y llamándolos «compañeros míos» -funesto halago que al soldado español siempre le anunciaba escabechina segura- largó un discurso con tres argumentos básicos: que él iba a ir delante dando ejemplo, que si no cruzaban rápido y en silencio se ahogarían todos, y que una vez al otro lado no iban a dejar un puto hereje vivo. Luego le dijo al capellán que diera a todos la absolución preventiva, por si las moscas. Y mientras la tropa se persignaba y blasfemaba por lo bajini, el maestre de campo se quitó la botas y se metió el primero en el agua. La verdad es que fue admirable. Imaginen a dos mil quinientos tíos, la mayor parte morenos y bajitos -había entre ellos muchos arcabuceros vascos, por cierto-, protestando de todo, agarrados unos a otros para que no se los llevara el agua, con la marea por el pecho, llevando en alto los saquetes de pólvora, el pedernal y las mechas en la punta de picas y arcabuces. Diecisiete kilómetros de noche, chapoteando a oscuras, mojados hasta la barba, heridos los pies descalzos en las piedras y cascajos, fatigados por lo pegadizo del fango. Sintiendo subir poco a poco la marea mientras se preguntaban qué puñetas estaban haciendo allí, de noche y a remojo, en vez de estar pidiendo limosna como señores en la puerta de una iglesia de Talavera, Hernani o Sevilla. Pero hubo suerte: sólo se ahogaron nueve. Los menos altos.
Y ahora imaginen la escena. La mala hostia con que esas criaturas llegaron a la orilla. Esa luz gris y sucia del amanecer. Esos holandeses e ingleses que de pronto ven asomar a dos millares y medio de homicidas barbudos, sucios de barro, con ojos de locos y unas ganas desaforadas de quitarse el frío degollando a mansalva. Y claro. Por mucho que corrieron hacia sus embarcaciones, no les dio tiempo a todos. A pirarse. He buscado cantidades exactas: Fernández Duro habla de dos mil palmados y Bentivoglio se limita a decir «mataron muchos». La cifra más creíble son 800 holandeses e ingleses pasados por la piedra, entre los acuchillados y los que se ahogaron intentando salvarse. Y oigan. Parece un resultado más bien sangriento para cuartos de final. Tampoco estaba allí Manolo el del bombo, ni Iker Casillas con arcabuz. Pero qué quieren que les diga. Eran otras ligas. Eran otros tiempos.

La tumba olvidada


XLSemanal - 19/11/2012

Arturo Pérez-Reverte





Hay un proyecto, apoyado por la Real Academia Española, para localizar los restos de Miguel de Cervantes en el subsuelo del convento de las Trinitarias, en Madrid. El convento está en el corazón del barrio de las Letras, cerca de la casa en la que vivió Lope de Vega y del lugar donde estuvo la que habitaron Góngora y Quevedo -éste, tan español como el que más, compró la vivienda del poeta cordobés para darse el gusto de echarlo a la calle-. Respecto a Cervantes, la cosa estriba en que el autor del Quijote, que murió viejo y pobre, recibió sepultura en un sitio que el tiempo transformó en fosa común, y sus huesos están en algún lugar de ahí abajo, revueltos con otros sin nombre y sin historia. La idea de quienes impulsan el asunto es utilizar las modernas técnicas de rastreo basadas en el georradar para, combinadas con los adecuados estudios forenses, determinar cuáles de los huesos que se localicen corresponderían a un varón de setenta años que en su juventud hubiera recibido, como fue el caso de Cervantes en Lepanto, lesiones que le dejaron huellas en el pecho y estropeado el brazo izquierdo: heridas y manquedad recibidas peleando a bordo de la galera Marquesa, en aquella batalla que, en palabras -justificadamente orgullosas- del propio interesado, fue «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros».

El proyecto es caro, naturalmente. Los expertos lo estiman en unos 100.000 euros; así que Cervantes y sus huesos sin identificar seguirán durmiendo tranquilos su modorra de siglos, porque dudo que en estos tiempos difíciles de austeridad y recortes alguien invierta un céntimo en removerlos. Esto no es Inglaterra con su Shakespeare, ni Francia con su Montaigne, ni Alemania con su Goethe. Para tales cosas, ni siquiera somos Italia -que ya nos gustaría, a algunos- con su patriotismo cultural y su dilatado panteón de mármol y gloria. En España, o como se llame esta descojonación de Espronceda en la que habitamos, la cultura, la memoria y la vergüenza torera siempre fueron los primeros rehenes a ejecutar por parte de los golfos, los fanáticos, los idiotas y los indiferentes. Las prioridades -léase clase política y su propio estado del bienestar- son las prioridades. Aparte el hecho de que rescatar a estas alturas del putiferio los restos del hombre que fijó el canon del castellano, también llamado español -Franco firmaba sus sentencias de muerte en esa lengua opresora y fascista-, sería considerado un acto de provocación intolerable y una agresión a las sensibilidades y lenguas periféricas; tan nobles, o incluso más, todas ellas. Desde cualquier punto de vista, por tanto, éstos no son tiempos simpáticos para gastar dinero removiendo huesos; y mucho menos con las incertidumbres de una búsqueda que tiene altas probabilidades de fracaso. Sin embargo, la idea de encontrar y honrar los restos de Cervantes sigue siendo hermosa. Y la Academia, entre cuyos fines se cuenta «mantener vivo el recuerdo de quienes, en España o en América, han cultivado con gloria nuestra lengua», seguirá atenta a ello, por si algún día un mecenazgo adecuado, un ministerio de Cultura quijotesco -y nunca sería tan adecuado el adjetivo-, una universidad extranjera o un inesperado golpe de suerte permitiesen emprender los trabajos. Algún día. Quizá. Tal vez. Puede ser. Quién sabe.


De todas formas, cuando lo pienso un poco, concluyo que tal vez sea mejor así. El autor de la novela más grande e inmortal, el escritor modernísimo que marcó para siempre la literatura universal, el soldado que nos enseñó a hablar y a escribir una lengua bellísima y eficaz que comparten casi 500 millones de seres humanos, fue toda su vida víctima de la ingratitud, la calumnia, la mala suerte y la envidia, vivió de fracaso en fracaso, murió anciano, pobre y casi ignorado por sus compatriotas, y recibió sepultura en la humilde fosa común de un convento de Madrid. Había nacido en España, y eso lo resume todo. Así que, bien mirado, no hay para don Miguel de Cervantes túmulo más simbólico e inequívocamente español que ese viejo convento de ladrillo perdido en el centro de Madrid -hasta la calle, ironía póstuma, se llama Lope de Vega-, bajo cuyos muros, revueltos con otros huesos, duermen los suyos nobilísimos en el polvo de los siglos. Y los pocos que conocen y recuerdan, los escasos transeúntes que pasan junto a las Trinitarias y se detienen un momento para apoyar una mano en el muro de ladrillo mientras dedican una sonrisa triste y agradecida a la memoria del autor del Quijote, saben que, para un hombre como él, en patria tan miserable e ingrata como la suya, no es posible imaginar monumento funerario más perfecto que ése.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

La guerra filmada

CAPITULO 1

La República en Guerra

Este primer programa, incluye tres documentales. El primero, "España, 1936", que tuvo también el título de "España leal en armas" fue producido por la Subsecretaría de Propaganda del Gobierno de la República  con dirección de Jean Paul Le Chanois y producción, selección de material y guion de Luis Buñuel. El segundo documental es "El entierro de Durrutí", del que se conserva la versión inglesa, traducida para esta ocasión al castellano. El protagonista es Buenaventura Durruti, dirigente anarquista de la CNT y de la FAI. El tercer y último documental es un breve testimonio excepcional sobre la primera reunión de las Cortes republicanas tras el golpe de Estado, celebrada en Valencia el 1 de diciembre de 1936.



CAPITULO 2

La España sublevada

'La España heroica' es el título del documental que se incluye en este programa sobre la España que comenzaron a forjar los militares sublevados y las fuerzas políticas que los apoyaron.
'Estampas de la guerra civil española', es un largo documental de 77 minutos, de producción hispano-alemana, enteramente construido en montaje.


TVE

CAPITULO 3

La revolución social


El primer documental de este programa es un documento anarquista que muestra la destrucción de los símbolos del poder, el anticlericalismo la violencia revolucionaria. El documental resume, como ningún otro, el radicalismo del lenguaje y de la acción revolucionaria. Se muestra, en el segundo documental, las milicias anarquistas en el frente de Aragón, la revolución, la colectivización de la tierra, la apología del pueblo y de los desheredados. Durruti aparece como el líder de la revolución, el héroe del pueblo.

El último documental anarquista de este capítulo es: 'Barcelona trabaja para el frente', producido por el Comité Central de Abastos de la CNT. El documental trata de mostrar que esa revolución no solo llega a los medios de producción, sino también a los bienes de consumo.






CAPITULO 4



La defensa de Madrid 



Los dos primeros están producidos por el Socorro Rojo Internacional y la Alianza de Intelectuales Antifascistas. En el primero, la actriz Montserrat Blanch invita a los madrileños a emular las jornadas gloriosas de mayo de 1808. El segundo se cierra con Rafael Alberti recitando -Madrid, corazón de España-.

Los dos siguientes documentales fueron filmados por un equipo del noticiario cinematográfico oficial soviético  enviado a España como corresponsales de guerra.

Por ultimo,-Madrid, cerco y bombardeo de la capital de España-, es un documental franquista sobre el avance de las tropas sublevadas en el otoño de 1936. Es la visión del bando sublevado contra la República, rodado por un equipo cinematográfico que viajo desde Salamanca al frente de Madrid.






CAPITULO 5



Campos de batalla



Se han seleccionado para este programa 7 documentales que reflejan la evolución de la guerra y de la política en los dos bandos en lucha.

El primero es un documental franquista sobre un acto de homenaje a las Brigadas Navarras celebrado en Pamplona después de la conquista del Norte por las tropas de Franco. Ceremonias religiosas, desfiles militares y homenajes al Caudillo seguían siendo las señas de identidad de la España de los militares sublevados.

Los otros dos documentales también ensalzan esa visión de España.

Los dos siguientes documentales son republicanos, de la productora catalana Laya Films. Cierra el programa otros 2 documentales sobre la toma de Teruel por las tropas nacionales.




CAPITULO 6

La guerra internacional


La intervención internacional es lo que se refleja en los ocho documentales que incluye este programa. En los tres primeros, los protagonistas son los prisioneros de ambos bandos y tanto la propaganda republicana como la franquista trataban de mostrar, para eso sirve la propaganda en guerra, para falsear la realidad, el exquisito trato que se les daba.


Los siguientes documentales transmiten abundantes muestras de la intervención fascista y soviética. Podemos destacar el documental británico sobre los actos de despedida a las brigadas internacionales en el otoño de 1938 y un fragmento del documental aleman sobre la Legion Condor, que muestra el traslado de esa unidad de combate desde España a Alemania, concluida ya la guerra civil española.


CAPITULO 7

Resistir, vencer. Hacia el final de la guerra

Los dos documentales que cierran este programa son franquistas y pertenecen al Noticiario Español, de febrero de 1939.
El primero presenta imagenes histOricas de la conquista de Cataluña por las tropas de Franco y del avance hasta la frontera francesa.
El segundo proporciona nuevos detalles de la ocupacion de Barcelona.



CAPITULO 8

La victoria


Este capitulo refleja el triunfo de los sublevados y la puesta en marcha del nuevo Estado presidido por el poder absoluto del General Francisco Franco.


domingo, 18 de noviembre de 2012

Descubren que Prim fue estrangulado

Francisco Pérez Abellán
Los investigadores encuentran marcas que demostrarían que el general no murió por las heridas del atentado como se creía (vea las imágenes).



El cuello y la nuca del cuerpo momificado del general Prim presentan profundos surcos "compatibles con rastros de una estrangulación por medio de correa o banda de cuero", según asegura un adelanto de las conclusiones del estudio efectuado en el hospital Universitario de San Joan, de Reus, por la Comisión multidisciplinar Prim de Investigación de la Universidad Camilo José Cela de Madrid.
"El estudio médico legal del cadáver del general Prim –dice el primer informe-, se encuentra, en estos momentos, en un punto crucial desde la perspectiva histórica ya que se han encontrado evidencias compatibles con lesiones externas por estrangulamiento a lazo". Estas lesiones están siendo estudiadas y valoradas por la doctora María del Mar Robledo Acinas y por Ioannis Koutsourais, ambos investigadores de la Comisión Prim.
María del Mar Robledo es doctora en Medicina Legal y Forense, especialista en Antropología Forense e investigación criminal y directora del laboratorio de Antropología Forense y Criminalística de la UCM. Ioannis Koutsourais es especialista en Antropología Forense e Investigación Criminal, así como fotógrafo científico.

Un surco en el cuello

Los expertos han encontrado, en el examen externo del cadáver momificado del general, un surco desde la parte posterior del cuello que presenta continuidad hasta la zona delantera y desde donde parte otro en dirección posterior y ascendente. Estas marcas, en principio, son compatibles con las descritas por diferentes autores de literatura médico legal (Balthazard, Simonín, Concheiro y Suárez Peñaranda, López Gómez y Gisbert, Di Maio).
No obstante, es importante descartar que se trate de marcas producidas por un artefacto postmortal, así como establecer la diferenciación de un surco producido por un objeto de los pliegues que de forma generalizada presentan los cuerpos momificados.
Podría decirse que, con esto, el gran misterio criminal del siglo XIX, al que se han aplicado las técnicas más avanzadas del siglo XXI, quedaría resuelto, 142 años después de perpetrado. "En el caso que nos ocupa –sigue el adelanto de las conclusiones-, se cuenta con la ventaja de que el cuerpo se encuentra en un extraordinario estado de conservación, la momificación completa del cadáver, siendo este un proceso de los denominados Procesos conservadores del cadáver y que se caracteriza por una deshidratación intensa del cuerpo", asegura.
Además, añade que "para que un cadáver se momifique de manera espontánea influyen las condiciones ambientales, el sexo del individuo y la causa de la muerte, por ejemplo, una muerte que ha cursado con grandes hemorragias favorece la momificación, recordemos las importantes lesiones por armas de fuego que presenta el cadáver del general Prim y la elevada pérdida de sangre a consecuencia de estas lesiones que se evidencian en las ropas que llevaba en el momento de sufrir el atentado. La conservación permite el estudio de las lesiones que presenta el cadáver, tanto externas como internas a nivel óseo".

Rematar al presidente

En manos de sus asesinos, aunque estaba en su casa, parece que éstos decidieron rematar al presidente del Consejo de Ministros aprovechando que estaba indefenso en la cama donde agonizaba. Así lo afirma el adelanto de las posibles conclusiones de la investigación multidisciplinar que cambiaría todo lo conocido acerca de este acontecimiento histórico.
Prim era masón y como tal fue enterrado bajo un rito masónico que podría incluir ponerle ojos de cristal, un elemento extraño y nunca antes encontrado en los restos de un cuerpo momificado de estas características. Por eso ahora parece mirar con los ojos abiertos y su piel ha adoptado la consistencia del cuero negro brillante. En la parte de la nuca y cuello, de una forma profunda, resultado de una enorme presión, se distinguen grandes surcos y marcas compatibles con una muerte por asfixia mecánica en un proceso de estrangulación a lazo con banda de cuero.
Los surcos presentan pliegues cutáneos verticales propios de esta clase de homicidio y en general las marcas "antemortem" coinciden con la literatura científica consultada. Los antropólogos forenses de la Comisión Prim han contrastado científicamente lo que parece confirmarse, y que nunca se ha investigado bastante hasta ahora. Por eso, la comisión universitaria, convertida en un acto docente, quiere mostrar un adelanto de lo encontrado mostrando la verdad en exclusiva mundial, en lo que es una demostración del poder de la ciencia contra el crimen.

El atentado

El general Prim, el hombre más poderoso de aquella época, presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra, fue herido gravemente en la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas), pasadas las siete de la tarde del 27 de Diciembre de 1870. Fue atacado por una docena de sicarios armados con pistolas, trabucos y escopetas de avancarga, que le produjeron un enorme boquete en el hombro izquierdo, otra importante herida en el codo del mismo lado y una tercera en la mano derecha, que le amputó parcialmente el dedo anular y afectó los metacarpianos.
Probablemente inconsciente, el valiente general, tres veces premiado con la laureada de San Fernando, la más alta condecoración militar, fue trasladado por el cochero y sus ayudantes, Nandín y Moya, al palacio de Buenavista, donde residía y que era la sede del ministro de la Guerra; ahora es el cuartel general del Ejército, en Cibeles, Madrid.
Aunque cuenta la versión oficial que subió a pie las empinadas escaleras del edificio es probable que fuera transportado por los citados que le acompañaban y depositado en un sofá, o cama, en el que debió ser extendido mientras se desangraba a chorros por sus heridas. En su casa, aunque en manos de sus enemigos, éstos debieron observar en las primeras curas que no había sido alcanzado en ningún órgano vital y no fiaron el buen fin de su acción a la hemorragia, sino que debieron decidir asegurarse de que Prim no podría reponerse de sus heridas. Dado que no había muerto en la misma calle del Turco, como estaba previsto, uno de los sicarios de los poderosos instigadores del crimen, debió rematarle en el propio lecho de agonía para asegurarse de que el hombre que había sido acechado tres veces en los últimos tres meses, no habría de escapar esta vez.

La conspiración

Mientras, el nuevo rey Amadeo de Saboya ya había puesto pie en Cartagena y se dejaba conducir por quienes habían tomado el poder, tras la desaparición de Prim. Amadeo I es recibido en el puerto por el almirante Topete, partidario de Antonio de Orleans, duque de Montpensier, que pretende el trono de España, al que el sumario apunta como presunto máximo autor intelectual del crimen y financiero de los diversos intentos de magnicidio sufridos por Prim.
La versión oficial indica que Topete va a recibir a Amadeo I por orden de Prim, pero como puede imaginarse esto no es posible. Lo más probable es que fuera enviado por el general Francisco Serrano, el regente, el de la calle Serrano de Madrid, también montpensierista, que acabaría en muy poco tiempo asumiendo todos los cargos de Prim: la presidencia del Consejo de Ministros y el Ministerio de la Guerra. Desde su "jaula dorada", donde representaba al Jefe del Estado pero no mandaba nada, vuelve al meollo del poder recuperando su protagonismo e influencia.

El análisis forense

Los antropólogos forenses de la Comisión Prim han averiguado otros muchos detalles sobre el curso de las heridas y los que debieron ser los últimos instantes de vida del general con el análisis de la momia desvestida para ser analizada en el hospital Universitari de Reus. Allí se le hizo una endoscopia, se le introdujo en un TAC y se le tomaron radiografías, además de un minucioso análisis macroscópico, con las técnicas más avanzadas del siglo XXI. Así se ha configurado un retrodiagnóstico criminológico que nos explica una parte desconocida y convertida en leyenda de nuestra propia historia.
La Comisión de Investigación Prim, de la Universidad Camilo José Cela, promovida por el Departamento de Criminología es una comisión multidisciplinar de la que forman parte relevantes doctores y profesores de las universidades Rovira y Virgili, Granada, Complutense y Valencia, además de la UCJC. Todos ellos han actuado acompañados y ayudados por alumnos, haciendo de esta investigación un importante acto docente.
En el seno de la Comisión hay criminólogos, historiadores, médicos, biólogos, antropólogos forenses y juristas que pretenden poner la investigación universitaria a la vanguardia y analizar los resultados de una completa investigación, que empezó examinando cada uno de los folios del sumario olvidado de Prim, continuó con la revisión criminalística de los efectos conservados en el Museo del Ejército, y concluye con el análisis, en Reus, de la momia del general que ha proporcionado datos sorprendentes.

martes, 13 de noviembre de 2012

Condecoración al Regimiento de Caballería Alcántara

Onda Cero: Carlos Herrera y Carlos Roca

Desde el "Desastre de Annual" han pasado 91 años, pero el Rey otorgado con la máxima condecoración al Regimiento de Caballería Alcántara. Este Regimiento participó en numerosas batallas y, en Marruecos, tuvo el mayor porcentaje de bajas que jamás haya tenido una unidad de caballería en toda la historia.



viernes, 9 de noviembre de 2012

"Gran Capitán", el terror de los franceses en la batalla que cambió la historia de España

ABC
Día 09/11/2012 - 12.21h


El«Gran Capitán» durante la batalla de Ceriñola frente al cuerpo sin vida del francés Luis de Armagnac
Gonzalo Fernández de Córdoba, «Gran Capitán». El eco de sus proezas aún retumban en los manuales de historia militar. En Europa y allende los mares, donde los «herederos» de sus Tercios fraguaron el Imperio de aquella joven España. Cuando muchos nombran tan alegremente a Sun Tzu, Clausewitz, Napoleón, Patton o Schawrzkopf, olvidan que fue este genio militar español quien cambiaría para siempre el «arte de la guerra»: de la pesadez medieval (caballería pesada) a la agilidad moderna (infantería).

Reconquista de Granada, victoria sin igual frente al francés en Nápoles, conquista de un nuevo Reino para sus «Señores», virrey, precursor de una nueva estrategia militar fundamentada en la infantería y visionario de un Ejército español cuyas reformas impulsaron un cambio de mentalidad que posteriormente derivó en la creación de los populares tercios españoles que acabarían dominando buena parte del mundo e invictos desde 1503 hasta el desastre de Rocroi en 1643.

Sin embargo, y a pesar de sus proezas, este cordobés nunca dejó de ser un oficial cercano a sus hombres, con sentido del honor para con el contrario, estoico y, ante todo, súbdito leal hacia unos Reyes Católicos que iniciaban en sus hombros la aventura de una nueva nación. Aunque no fueron pocas las desaveniencias acaecidas con sus «Señores», llegando a ser apartado de la «res publica» y «res militaris» de la siempre desagradecida España.

Como bien explica Fernando Martínez Laínez, periodista y coautor del libro «El Gran Capitán» (Ed. Edaf), Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515) se inició pronto en la carrera militar, pues estaba destinado a dedicarse a guerrear al ser el segundo hijo de una familia noble, cobrando su nombre más poder entre los militares. Pronto se asoció su nombre a la valentía. «Una de las primeras batallas en las que intervino fue la de Albuera, cuando combatió a las huestes del rey de Portugal que habían invadido Extremadura».

«Hacia 1497, tras una breve estancia en la Corte, los Reyes Católicos le nombran "adalid de la Frontera", un grado que equivalía a capitán», explica Laínez.

La Reconquista de Granada

Pero donde realmente comenzó a mostrar su ingenio militar fue durante la «Guerra de Granada», una campaña militar que se sucedió a partir de 1482 y en la cual los españoles pretendían expulsar a Boabdil del último estado musulmán en la Península Ibérica. «La guerra se produjo por la firme decisión de los Reyes Católicos, que querían acabar de una vez por todas con el enclave musulmán de Granada, el único territorio que quedaba para completar la unidad cristiana peninsular».

Gonzalo tomó parte en esta contienda al mando de una unidad de «lanzas» (caballería pesada con una gruesa armadura) de la casa de Aguilar, de la que su hermano era señor. «Fue una guerra larga, que duró casi diez años, y se libró a base de incursiones, asedios, golpes de mano y escaramuzas persistentes, sin grandes batallas campales», determina el escritor.

«El Gran Capitán tuvo un papel muy destacado a lo largo de toda la campaña, en especial en los ataques a Álora, la fortaleza de Setenil, Loja y el asalto al castillo de Montefrío, cercano a Granada». De hecho, algunos cronistas como Hernán Pérez afirman que, durante esta guerra. «Gonzalo era siempre el primero en atacar y el último en retirarse».

Cuadro de José de Madrazo sobre el asalto del «Gran Capitán» en Montefrío

Su papel más destacado lo tuvo al final de la contienda, ya que fue una de los diplomáticos que negoció la rendición del reino nazarí de Granada e incluso actuó como espía. «Es totalmente cierto que llevó a cabo una hábil labor secreta, fomentó la división de las facciones nazaríes de Granada, negoció con Boabdil la rendición de la ciudad, y hasta acompañó al último monarca nazarí en su último viaje por España cuando este pasó a refugiarse en África», sentencia Laínez. Granada sería su principal manual de «lecciones aprendidas» para las guerras venideras.

«Pronto, su valerosa actitud y dotes de mando llamaron la atención de los Reyes Católicos, que le recompensaron con la tenencia (jefatura militar) de Antequera, el señorío de Órgiva y una encomienda», prosigue Laínez.

Primera guerra de Italia

Sin embargo, parece que los grandes honores que recibió no fueron suficientes para Gonzalo, pues en 1495 se embarcó hacia otra gran campaña esta vez en Nápoles. Su misión era clara: detener el avance de los franceses, deseosos de expandirse militarmente con la toma de algunos territorios. «La primera campaña italiana se inició cuando el rey francés Carlos VIII invadió el reino de Nápoles (Reame) con una gran ejército. Al poco tiempo se retiró, pero dejando la mayor parte del Reame ocupado».

«Utilizando las tácticas aprendidas en la Guerra de Granada, Fernández de Córdoba, limpió Calabria de enemigos, conquistó la provincia de Basilicata y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en Nápoles en 1496», destaca el escritor. Fue tras el asalto a esta ciudad cuando se empezó a conocer a Gonzalo como «Gran Capitán». Tras tomar el lugar, volvió a España como un héroe.

Segunda contienda en Nápoles

A pesar de que se firmó un tratado con Francia para que cesaran las hostilidades, la paz no duró demasiado. El rey francés Luis XII había firmado un tratado con Fernando el Católico para repartirse el reino napolitano. Los franceses ocupan la mitad norte y el sur queda en poder de las tropas españolas que manda el Gran Capitán.

Pero pronto se iniciaron las discrepancias entre españoles y franceses por cuestiones fronterizas, lo que provocó que en 1502 se reiniciara la guerra después de que los franceses trataran de nuevo de tomar Reame. El «Gran Capitán» no lo dudó y se dispuso a enfrentarse a los enemigos de España. Una de las primeras batallas de esta guerra fue la de Ceriñola (Cerignola), en la que Gonzalo tendría que hacer uso de toda su experiencia militar para lograr salir victorioso.

La batalla que revolucionó la Historia

La batalla de Ceriñola sin duda cambió la historia, y es que, si hasta ese momento la fuerza de los ejércitos se medía en base a la cantidad de caballería pesada de la que disponía, tras esta lid la mentalidad militar evolucionó y comenzó a primar la infantería.

La batalla se desarrolló en un diminuto punto de la Apulia italiana situado en lo alto de una colina cubierta de viñedos y olivos. En ella, las tropas del «Gran Capitán» se defendieron de los atacantes franceses, tras verse obligados a retirarse en varios enfrentamientos.

De hecho, el «Gran Capitán» demostró antes de la batalla su mentalidad innovadora y revolucionara. Y es que, para llegar a la ciudad Ceriñola y poder preparar las defensas concienzudamente antes del ataque de los franceses, Gonzalo forzó a sus caballeros a hacer algo nunca antes visto y que suponía una afrenta a su honor.

«El Gran Capitán obligó a los caballeros de su ejército a llevar infantería en la grupa de sus monturas en la marcha hacia Ceriñola, por terreno arenoso y próximo a la costa, lo que hacía muy fatigosa la marcha. Eso era algo que no se hacía nunca, pero mejoró la movilidad y la moral de la tropa y le permitió ganar tiempo. Fue una muestra más de su ingenio táctico», explica el experto.

Este acto hizo que los españoles ganaran tiempo y les permitió preparar las defensas de la ciudad, que consistieron en cavar un foso y una pared de tierra alrededor de Ceriñola, lo que les permitía aprovechar la situación elevada del enclave. Además, el «Gran Capitán» pudo establecer una estrategia que más tarde sería reconocida como un preludio de la guerra moderna.

Una reforma militar

Los franceses no se hicieron esperar y, a los pocos días, su comandante, Luis de Armagnac, dejó ver a sus tropas. «Por el lado francés, aunque varió según avanzaba la guerra, se contaban unos 1.000 hombres de armas (caballeros con armadura), 2.000 jinetes ligeros, 6.000 infantes, 2.000 piqueros suizos y 26 cañones». Por el contrario, Gonzalo tenía a sus órdenes un ejército formado principalmente por infantería: «Del lado español había solo 600 hombres de armas, 5.000 infantes y 18 cañones, más un refuerzo de 2.000 mercenarios alemanes», señala Laínez.

«En esta batalla las fuerzas estaban bastante equilibradas en cuanto a números, pero los franceses tenían mucha superioridad en caballería pesada y su artillería doblaba a la española. Por el contrario, los españoles contaban con un mayor número de arcabuceros, una fuerza que se revelaría decisiva», explica el escritor.

Recreación de la batalla de Ceriñola (1503)



Para detener la fuerza arrolladora de la caballería francesa se planteó una estrategia novedosa: situar las tropas de disparo delante de las defensas. «El Gran Capitán colocó en primera línea a los arcabuceros y espingarderos (hombres armados con una escopeta de chispa muy larga), detrás a la infantería alemana y española, y más retrasada a la caballería. Él se situó en el centro del dispositivo y revisó con detalle el despliegue de toda la tropa».

Todo quedó preparado para un duro combate. Pero, antes siquiera de desenvainar una espada, el «Gran Capitán» volvió a demostrar su arrojo. Concretamente, Gonzalo se quitó el casco en los momentos previos a la batalla y, cuando uno de sus capitanes le preguntó la causa, él contestó: «Los que mandan ejército en un día como hoy no debe ocultar el rostro».

Comienza la batalla

La batalla se inició con la caballería francesa cargando orgullosa contra las tropas españolas. Hasta ese momento, una de las cosas más terribles que podía ver un enemigo de Francia era a los majestuosos jinetes en marcha con las armas en ristre. Sin embargo, fueron recibidos con una salva de fuego que hizo caer a un gran número de soldados.

«Cuando se inició el fuego, las balas de los arcabuceros españoles hicieron estragos en la caballería pesada francesa, impedida de avanzar ante el foso erizado de estacas y pinchos», explica el autor. Al no poder avanzar, los jinetes, desesperados, trataron al galope de encontrar alguna fisura en las defensas del «Gran Capitán», pero su intentó fue en vano y costó la vida a Luis de Armagnac, alcanzado por varios disparos.
Tras la derrota de la caballería pesada, la infantería francesa se dispuso a avanzar, pero sufrió grandes bajas debido al fuego español. Además, justo antes de que los soldados alcanzaran la primera línea de arcabuceros y acabaran con ellos, el «Gran Capitán» ordenó retirarse a estas tropas de disparo para evitar bajas.

Después de esta estratagema, el «Gran Capitán» cargó con todos sus infantes contra las diezmadas tropas del fallecido Armagnac que, ahora, no tenían objetivos contra los que luchar al haberse retirado los arcabuceros españoles. Sin apenas dificultad, las unidades de Gonzalo dieron buena cuenta de los restos del ejército francés.

Se adelantó a Napoleón en cuatro siglos

Ni siquiera la caballería ligera francesa pudo ayudar a sus compañeros, pues fueron arrollados por los jinetes españoles. «La batalla apenas duró una hora y fue una victoria total. Además, quedó como un ejemplo de arte táctico, y de la importancia de la fortificación y elección del terreno para el buen resultado de cualquier combate», destaca Laínez.

Otro escritor, Juan Granados, autor de la novela histórica «El Gran Capitán» (Ed. Edhasa) explica que «esencialmente demostró que en adelante las batallas se ganarían con la infantería. Utilizando para ello compañías formadas por soldados distribuidos en tercios, es decir, en tres partes: arcabuceros, rodeleros —soldados con armadura muy ligera armados de espada y rodela, el típico escudo circular de origen musulmán— y piqueros, generalmente lasquenetes alemanes, enemigos acérrimos de los cuadros mercenarios suizos que solía emplear Francia. Se adelantó cuatro siglos a Napoleón, huyendo de la guerra frontal yutilizando las tácticas envolventes y las marchas forzadas de infantería».

A finales de 1503 españoles y franceses volverían a medir sus fuerzas en el río Garellano -que por cierto da nombre a uno de los regimientos del Ejército con más solera y cuya sede se encuentra en Vizacaya- donde el «Gran Capitán» dio cuenta de las huestes del marqués de Saluzzo. «El sur de Italia quedó durante más de dos siglos en poder de España. El Gran Capitán, triunfador absoluto de estas guerras, desempeñó funciones de virrey en Nápoles, donde fue querido y respetado, pero pronto las envidias y maledicencias cortesanas empezaron a actuar en su contra», señala Laínez.

Pero parece que España no podía soportar a los héroes, pues Gonzalo terminaría siendo relevado de su puesto. El escritor Juan Granados sentencia: «Tal era la popularidad de Gonzalo de Córdoba entre sus hombres, que llegaron a desear proclamarle rey de Nápoles. Algo que él nunca deseó, se hubiese conformado con ser comendador de su querida orden de Santiago. Pero Fernando el Católico era suspicaz, desconfiaba de tanto éxito, el mismo rey de Francia, a quien había derrotado, le había ofrecido el generalato de su ejército. Por otra parte, sí es cierto que Gonzalo era descuidado en sus informes a su rey, tardaba en escribirle, pero nunca había pensado en suplantarle».

El monarca pidió entonces al «Gran Capitán» un registro de gastos para asegurarse de que no había malgastado fondos reales. Fernando el Católico le reclamó claridad en las cuentas de sus gastos militares en Nápoles, algo que Fernández de Córdoba consideró humillante. Como respuesta a lo que Gonzalo consideraba una gran ofensa personal, el entonces virrey dirigió a la monarquía un memorial conocido como las «Cuentas del Gran Capitán».

Unas cuentas curiosas

Irónicamente las cuentas incluían en el capítulo de gastos cantidades tales como: Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas españolas. Cien millones en picos, palas y azadones. Diez mil ducados en guantes perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres enemigos, cincuenta mil ducados en aguardiente para las tropas un día de combate, ciento setenta mil ducados en renovar campanas destruidas por el uso de repicar cada día por las victorias conseguidas... y lo mejor: «Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el rey pedía cuentas al que le ha regalado un reino».

Esto no debió de sentar muy bien al monarca que, a sabiendas de lo que «Gran Capitán» representaba prefirió evitar el enfrentamiento directo con él, pero no perdonó la ofensa. «El monarca decidió alejar a Gonzalo de Nápoles. A partir de entonces el Gran Captán tuvo que adaptarse a una vida más sedentaria en sus posesiones de España. Es el destino de casi todos los héroes, una vez que han cumplido con su cometido en la guerra y llega la paz», finaliza Martínez Laínez. Sin embargo, lo que sí dejó este guerrero fue una reforma militar que duraría siglos.

La reforma militar

La herencia del «Gran Capitán» revolucionó la forma de combatir a nivel mundial hasta la llegada de las armas de destrucción masiva. Entr otros elementos destacables se sitúan la formación de la tropa en compañías (que luego serían la unidad fundamental de los tercios) al mando de un capitán, y el experto manejo de las armas de fuego individuales del combatiente de a pie, señala Martínez Laínez.

Por otro lado, el Ejército cambió su mentalidad y comenzó a formar nuevos soldados que, además de pelear, tuvieran la capacidad de entrenarse por sí solos, hacer trabajos de fortificación y ponerse a punto con marchas y ejercicios constantes. «Este método es una herencia de las antiguas legiones romanas y creó un soldado que poco después hizo de los tercios una maquinaria invencible en toda Europa», destaca Laínez.

 

Además, el «Gran Capitán» creó también un nuevo tipo de unidad, la coronelía. Es el antecedente más inmediato de los tercios. Tenía unos 6.000 hombres y era capaz de combatir en cualquier terreno. Otra de sus innovaciones fue armar con espadas cortas, rodelas y jabalinas a una parte de los soldados. «La finalidad era que se introdujeran entre las formaciones compactas enemigas, causando en ellas terribles destrozos», sentencia el escritor.

Enseñanzas que fueron adquiridas por el «Gran Capitán» en la guerra de guerrillas que supuso la reconquista de Granada, con unos Reyes Católicos que depositaron en los hombros del «Gran Capitán» sus primeros pasos militares de una nueva nación en aquella vieja Europa llamada España.


jueves, 8 de noviembre de 2012

La proclamación del Estado Catalán: una historia de intentos fallidos

ABC: 

En 1873, 1931 y 1934, los separatistas catalanes declararon la formación de su propio Estado a la fuerza. La misma quimera que intenta imponer hoy Artur Mas, y que siempre acabó en fracaso

Día 08/11/2012 - 16.32h

Estudiantes sevillanos contra el líder de Esquerra Republina, Francesc Macià

Hace poco más de un mes, el portavoz del Generalitat, Francesc Homs, aseguraba que su Gobierno iba a proclamar el Estado catalán en el Parlamento autonómico: «Siempre he pensado que veremos una Cataluña independiente», dijo. De producirse, sería la cuarta vez en la historia de España que se pruduce esta declaración unilateral e impuesta a la fuerza, en claro enfrentamiento con el Gobierno central. Las tres primeras (en 1873, 1931 y 1934) fracasaron.

Francesc Macià, en 1933
 El primer Gobierno español que tuvo que hacer frente a la proclamación del «Estat Català» fue el de Estanislao Figueres, el 5 de marzo de 1873, tan sólo un mes después de que se estableciera la Primera República. «Unos 16.000 voluntarios han declarado independiente el Estado catalán y preso a las autoridades», contaba «La Correspondencia de España».

Este pequeño éxito del catalanismo, que tan sólo duró dos días, se produjo en una época realmente inestable de la historia del país. En los 22 meses que duró el primer experimento republicano, el Gobierno acogió a nada menos que cuatro presidentes, todos con un sinfín de problemas: la Tercera Guerra Carlista, sublevaciones separatistas como la de Cataluña, la indisciplina militar, conspiraciones monárquicas, etc.


1873: una declaración federalista

La primera proclamación del Estado catalán no fue realmente una declaración de independencia, sino federalista republicana promovida por una burguesía que utilizó el independentismo como arma de presión.

La prensa especializada destacó pronto las dificultades de organización que acarrearía el nuevo Estado: «Ahora falta que se formen, del mismo modo, estados semi-independientes o independientes por donde quiera. Luego surgirán las rivalidades entre ciudad y ciudad por la capitalidad de cada Estado, entre provincia y provincia por ser independientes unas de otras, y no por formar un estado mismo; y hasta entre villa y villa y aldea y aldea», podía leerse en la «Revista Política».

Fueron los federalistas José García Viñas y Paul Brousse (¡un andaluz y un francés!) quienes proclamaron el «Estado catalán federado con la república española» en el Ayuntamiento de Barcelona. La experiencia duró dos días antes de ser borrada del mapa, aunque en este tiempo se llegó a hablar de formar un gobierno provisional, de convocar elecciones a las Cortes catalanas y de disolver el Ejército español en la región. Pero el incidente fue superado tras una serie de negociaciones telegráficas con los dirigentes catalanes, a los que nadie apoyó en sus pretensiones. En Madrid fueron incluso reprobados por los mismos catalanes que, por una vez, se veían responsables del Gobierno central.

1931: Macià y la renuncia a su «Estado»

El segundo intento fue protagonizado por el entonces presidente de Esquerra Republicana, Francesc Macià, el 14 de abril de 1931. Tan sólo una hora después de que Lluís Companys saliera al balcón del Ayuntamiento de Barcelona para proclamar la Segunda República, Macià aparecía por sorpresa en el mismo lugar, «manifestando que, en nombre del pueblo de Cataluña, se hacía cargo del Gobierno catalán y que en aquella casa permanecería para defender las libertades de su patria, sin que pudiese sacársele de allí como no fuera muerto», contaba ABC

ABC
Lluis Companys, en 1934
La nota oficial enviada posteriormente por el líder independentista decía: «En nombre del pueblo de Cataluña, proclamo el Estado catalán bajo el régimen de la República catalana, que libremente y con toda cordialidad anuncia y pide a los otros pueblos hermanos de España su colaboración en la creación de una Confederación de pueblos ibéricos».
Esta proclamación fue el primer problema que tuvo que afrontar el Gobierno Provisional de la Segunda República, que tuvo que enviar tres ministros a Barcelona para negociar con Macià. Estos consiguieron que Esquerra Republicana renunciara a su «Estado propio», a cambio del compromiso del Gobierno de presentar en las futuras Cortes Constituyentes el Estatuto de Autonomía que decidiera Cataluña. Un fracaso no tan amargo si tenemos en cuenta que de aquel acuerdo salía el germen de la futura Generalitat.


1934: Companys y el estado de guerra

La tercera y última proclamación se produjo en octubre de 1934, inmediatamente después de que se produjera la entrada en el gobierno de Alejandro Lerroux de tres ministros de la CEDA, y tras desatarse la huelga revolucionaria convocada por los socialistas.

Fue entonces cuando el entonces presidente de la Generalitat, Lluis Companys, proclamó el Estado catalán, tras acusar al nuevo gobierno español de «monarquizante» y «fascista»: «Cataluña enarbola su bandera, llama a todos al cumplimiento del deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalitat, que desde este momento rompe toda relación con las instituciones falseadas», dijo

El periodista de ABC en Barcelona, Antonio Guardiola, contaba al detalle cómo vivió la tarde de aquella «declaración sensacional», en un artículo que titulaba «El golpe de Estado de la Generalitat». En el se podían leer cosas como: «Horas antes nos había chocado a varios periodistas observar que el coche del presidente Companys no ostentaba la bandera de la República, sino solamente la catalana», o «a las seis de la tarde, los Mossos de Esquadra nos invitaron a los periodistas a abandonar el Palacio de la Generalitat. Nadie, hasta más tarde, supo lo que acababa de acordarse en la reunión que había celebrado el Consejo momentos antes: proclamar el "Estat catalá", rompiendo toda relación con el Gobierno central. En una palabra: declarar la guerra al Estado español».

«¡Viva España!»

Al día siguiente de la declaración, el editorial de este periódico, bajo el epígrafe «¡Viva España!», decía: «Los catalanes que representa la Esquerra quieren constituir el “Estat Catalá” en la República Federal (?) de España. Hasta última hora son pérfidos, ruines, cobardes y calculistas».

La respuesta del presidente Lerroux no se hizo esperar, declarando el estado de guerra y asegurando que «estaba en un momento de lucha y que estaba dispuesto a vencer». Mientras, Companys llamaba a los suyos «para que vengan a Barcelona y defiendan la Generalitat del posible ataque del Ejército español».

Las calles de Barcelona pronto se llenaron de jóvenes de Esquerra. «Iban todos armados –contaba ABC–. Algunos llevaban, además de una magnífica carabina Winchester, una soberbia pistola automática, a veces ametralladora». La ciudad se convirtió en el escenario de la batalla entre el Ejército contra los Mossos de Esquadra y cientos de simpatizantes catalanistas.

A la mañana siguiente, Companys, los consejeros de la Generalitat, el alcalde de Barcelona y varios concejales de Esquerra fueron detenidos en la sede del Gobierno. Las calles fueron quedando vacías de gente y todo fue volviendo a la normalidad.

Más de 70 años después, la proclamación del Estado catalán vuelve a estar en boca de algunos, sobre todo tras la multitudinaria marcha independentista de la Diada, el pasado 11 de septiembre. Y Artur Mas parece haber recogido el testigo de los Macià, Companys y compañía, en esta lucha interminable.