Hola a todos

Por qué hago este blog. No lo sé. Supongo que por aburrimiento, como forma de almacenar cosas que me van llegando y luego pierdo. No lo sé. Pero aquí está. Es muy probable que me canse de él pero.......

domingo, 31 de mayo de 2015

La niña a la que Hitler no besó

Libertad Digital
"La falsificación del pasado es la manera como la izquierda ha pretendido elaborar el futuro" (Nicolás Gómez Dávila).
Una anciana cuyo nombre prefiero omitir acaba de publicar en catalán sus memorias, tituladas Una nena catalana als camps nazis. El episodio más destacado en las entrevistas es el de que esta niña, hija de un maestro republicano que pasó a Francia huyendo de los franquistas, recibió un beso de Hitler.
Según su libro, vivía con una familia francesa favorable a los nazis y un día la "pusieron guapa" y la llevaron a un festival (sic), donde se encontró con Adolf Hitler y el mariscal Philippe Pétain.
Sí, Hitler me dio un beso. Siempre me estoy frotando la mejilla izquierda. Lo tenía a mi izquierda. Era un festival en el que estaban Hitler y el general (sic) Pétain. Me sentaron entre Hitler y Pétain.
Bien pudo ocurrir que la hicieran participar en un festival o una representación de teatro con gerifaltes nazis y colaboracionistas, pero que recibiera un beso de Hitler y en las circunstancias que describe es imposible. Hitler y Pétain sólo se encontraron una vez y fue en la estación de tren de Montoire, el 24 de octubre de 1940. No hubo festivales ni niños.

La sociedad Ikea

Tal como corresponde a una sociedad líquida o, como prefiero llamarla yo, una sociedad Ikea, donde nada es permanente, ni los compromisos, ni las familias, ni los empleos, tampoco son inamovibles los hechos ni los documentos. En esta sociedad Ikea el sentimiento y la lágrima se han convertido en los principios que establecen lo que es bueno y justo, y también lo que entra en los medios de comunicación.
Es por tanto normal que, como dijo Herbert Lottmann, los historiadores delestablishment tengan alergia a los documentos.
Quizá es (…) porque hay tanto polvo que muchos historiadores franceses prefieren acudir a los platós de televisión en vez de encerrarse en los archivos.
No tiene que extrañarnos que así la historia contemporánea se transmute en memoria histórica. ¿Que la memoria es incompleta, dudosa y manipulable por los sentidos, el tiempo y la propaganda? ¡Qué importa! Afecta a las víctimas y moldea nuestro existir. Los datos son fríos y hasta reaccionarios.

La cartilla de racionamiento

Veamos unos casos más.
En El País la redactora especializada en memoria histórica Natalia Junquera publicó una entrevista a una combatiente antinazi y antifranquista que se definía como "masona, republicana, roja". Para ilustrar sobre la maldad del régimen franquista, la comunista aseguró:
En Francia, al día siguiente de que terminara la guerra ya había de todo. ¡Y aquí, en el 50, seguían con las cartillas de racionamiento!
Junquera no creyó pertinente consultar la Wikipedia para cotejar las declaraciones de su entrevistada con la realidad. El régimen franquista instauró el racionamiento el 14 de mayo de 1939, para toda España. En la zona republicana, el racionamiento lo estableció en marzo de 1937 el Gobierno del socialista Francisco Largo Caballero. Por el contrario, en la zona nacional no existió nunca el racionamiento, sino medidas como el día del plato único (al principio, dos veces al mes) y el día sin postre. El Gobierno franquista extendió la cartilla a toda España, en concreto a su zona.
En Francia, país rico, el racionamiento concluyó en 1949, no, como dice la veterana antifranquista, al día siguiente de terminar la guerra, en mayo de 1945. En España, las cartillas de racionamiento se suprimieron en 1952. Y en Gran Bretaña, otro país vencedor de la guerra y con un inmenso imperio colonial, el racionamiento se derogó en 1954.
Nuevo ejemplo de escasa fiabilidad de las fuentes orales y de la memoria, encontrado en el periódico global. La misma Junquera y su mentor, Jesús Duva, entrevistaron a una mujer que declaró que una monja le arrebató con amenazas a su hija recién nacida en la primavera de 1982, con la que se reunió 29 años después. Según la explicación dada por la madre, que estaba embarazada de un hombre que no era su marido,
la monja le amenazó con denunciarle por adulterio, lo que supondría que perdería a la hija habida de su matrimonio.
El adulterio había sido despenalizado como delito en mayo de 1978, casi cuatro años antes, noticia publicada varias veces por El País, por lo que nadie podía amenazarle con una denuncia por un delito inexistente.
¿Aceptó la madre entregar en adopción irregular a su hija para darle una vida mejor o la abandonó y luego se arrepintió? No lo sabemos, pero cualquier observador imparcial debe sospechar de la explicación.

Aviones alemanes con esvástica

El historiador Vicente Talón es célebre por haber documentado que las autoridades del Gobierno autónomo vasco suspendieron el tradicional mercado que se celebraba en Guernica horas antes de que se produjese el bombardeo, pese a lo cual la mentira se sigue repitiendo por parte de historiadores y políticos. En la página 274 de su libro El holocausto de Guernica (1987) reproduce el testimonio de José de Arteche, un peneuvista alistado en las tropas franquistas: el 5 de mayo de 1937 un avión alemán realizó acrobacias sobre él y sus compañeros. "Tanto ha descendido que se le distinguía perfectamente (sic) la bandera con la cruz gamada".
Y así replica Talón:
Recordemos que ningún avión (alemán) llevó la bandera de la cruz gamada. Ni tan siquiera una cruz gamada a secas, como no fuese la documentación personal del piloto, metida en su cartera.
Pío Moa también le ocurrió lo mismo:
Tengo experiencia sobre el influjo de la propaganda en la memoria de muchos testigos. En una conferencia que di en el Ateneo madrileño acerca de la batalla de Madrid, al citar la presencia de tanques y aviones rusos, dos de los presentes se levantaron airados asegurando que no había habido tal cosa, pues los republicanos apenas disponían de unos pocos fusiles. ¡Ellos habían vivido aquellas jornadas y podían dar fe! También han sido típicas de años recientes las personas que sin haber movido un dedo contra el franquismo 'recordaban' de pronto hazañas que habrían protagonizado en manifestaciones estudiantiles, etc.

La clase moralmente superior

Para no alargar estas muestras de la debilidad humana, citemos sólo alfarsante Enric Marco, que se hizo pasar por español deportado en campos de concentración nazis, y el anciano que vio con sus propios ojos a los falangistas asesinar a miles de personas en un barranco en el pueblo de Órgiva (luego se descubrió que los huesos hallados eran de animales, pese a lo cual la Junta de Andalucía organiza homenajes a los asesinados).
Impostores siempre los ha habido, así como personas que reinventan su vida por poder, vergüenza, soberbia o dinero, como la española que fingió ser una víctima del 11-S. ¿Qué es lo que hace diferentes, y peligrosos, los relatos de monjas que amenazan a embarazadas, falangistas asesinos y niños besados por Hitler? Que forman parte de dos fantochadas que se han convertido en disciplinas académicas: la historia oral y la memoria histórica. Con ellas un sector político, siempre el mismo, busca imponer su propaganda, ennoblecida con el testimonio del dolor, como verdad histórica para alzarse como la clase moralmente superior.
"La prensa de izquierda le fabrica a la izquierda los grandes hombres que la naturaleza y la historia no le fabrican" es otro de los geniales aforismos de Nicolás Gómez Dávila. Ahora que nadie lee prensa de papel, la izquierda ha confiado a la universidad esa misión de ser su fábrica de grandes hombres.
Y la derecha digiriendo en paz, porque la economía es lo único importante.

lunes, 6 de abril de 2015

El general Balmes no fue asesinado: murió en un accidente


ABC.es

MANUEL DE LA FUENTE / MADRID

ABC confirma en exclusiva que Franco no tuvo nada que ver en su muerte, como desvela Moisés Domínguez Núñez




Aquellos tórridos días de julio del 36 España estaba ardiendo. El 12 de julio militantes de extrema derecha habían asesinado al Teniente Castillo de los Guardias de Asalto, héroe de la guerra en el Rif, simpatizante socialista y activísimo miembro de la UMRA (Unión Militar Republicana Antifascista). Esa misma madrugada, la del 13 de julio, se servía la venganza, y no en frío, con el asesinato del líder de la derecha parlamentaria, José Calvo Sotelo, voz en el Congreso de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas).

Todo el mundo sabe que algo va a pasar, que algo va a estallar. Los cuarteles echan humo. Los militares se enfrentan abiertamente en los patios de armas, republicanos por un lado, facciosos por el otro. Los falangistas planchan sus camisas azules, lustran sus botas de media caña y, tras unos tragos de vino, recorren las calles de Madrid cantando el «Cara al Sol». En la acera de enfrente se les responde con «La Internacional» y «A las barricadas». Los obreros quieren armas ¡ya! Los ultraderechistas ya las tienen. Muchos militares han decidido que toca zafarrancho de combate.

El Gobierno es totalmente inoperante. En las Canarias, el general Franco y otros compañeros se preparan, la asonada está prevista para la madrugada del 18 de julio. Pero dos días antes, el 16 de julio, uno de sus cabecillas, el general Balmes, gobernador militar de Las Palmas, muere de un disparo. Franco aprovecha el suceso para desplazarse a Gran Canaria, asistir al entierro de su camarada y comenzar los planes definitivos del golpe militar. Pero comienzan las sospechas sobre su proceder. Hasta el último momento, ha dudado si sumarse a la conspiración, e incluso hay quien apunta a que la muerte de Balmes no ha sido accidental, sino propiciada por el propio Franco para quitarse un enemigo en sus planes de estar al frente de los sublevados (el 20 de julio la muerte del general Sanjurjo también despertará sospechas, como la del general Mola el 3 de junio de 1937). Pero hagamos historia.

La muerte por un disparo en el estómago de Balmes ha sido aprovechada por algún historiador de izquierdas para sumarse a la teoría de la conspiración a la española. Hasta ahora, en que un joven investigador, Moisés Domínguez Núñez, ha encontrado todos los documentos necesarios para dictar un veredicto definitivo e inapelable: Franco es inocente.
Chismes fuera

Moisés Domínguez ha investigado la figura de Amadeo Balmes Alonso, como él mismo subraya, buscando «sobre todo la verdadera perspectiva histórica del personaje, lejos de chismes y elucubraciones. He consultado todos y cada de uno de los archivos militares y civiles en busca de esos documentos “perdidos” y demuestro que Balmes jamás fue un general republicano. La propia prensa de izquierdas lo tenía por golpista. Balmes tuvo un trayectoria inequívocamente monárquica antes de su muerte y participó en los prolegómenos y preparación del alzamiento militar». Así lo explica uno de sus subordinados, el que fuera sargento de infantería Juan López Morales, como aporta el investigador: «Tenía recibidas órdenes (del General Balmes) de que al personal designado se le enseñara a montar bien a caballo al objeto de que cuando fuera preciso llevar cualquier orden urgente y lo efectuaran a caballo, supieran hacerlo...».

Núñez también ha localizado el informe de la autopsia realizada al militar, los testimonios de todos los oficiales que estuvieron implicados en este affaire, así como del único testigo que estuvo presente en el momento del accidente, y ha accedido al número de registro de la pistola Astra modelo 400 del 9 largo con la que el General tuvo el accidente».

Como conclusión, Moisés Domínguez subraya igualmente algo que considera un «dato relevante»: «Balmes antes de morir estuvo consciente aunque fueran quince o veinte minutos. Antes de expirar habló con muchas personas y estos testigos directos, ni antes ni por supuesto en plena democracia, hablaron de un homicidio. Los cuatro forenses que participaron en la autopsia podrían haber hablado para aclarar el asunto y sin embargo guardaron silencio».

Los amantes de la Conspiración (que no son pocos) tendrán que buscarse otra historia. Ésta, la ha aclarado para siempre Moisés Domínguez Núñez.

martes, 31 de marzo de 2015

Los enigmas en torno al caso Escobedo: el asesinato que autorizó un rey.



ABC.es
CÉSAR CERVERA / MADRID

Un 31 de marzo de 1578, el secretario de Juan de Austria fue atravesado «de lado a lado» con la espada de unos asaltantes a pocos metros del Alcázar Real. Antonio Pérez, con el consentimiento de Felipe II, perseguía su muerte desde hace meses. Fue el cuarto y último intento por acabar con su vida

Los enigmas en torno al caso Escobedo: el asesinato que autorizó un Rey



A las siete de la tarde de un 31 de marzo de 1578, justo hoy hacen 437 años, Juan de Escobedo, secretario y mano derecha de Don Juan de Austria, el hermano bastardo del Rey, encontró la muerte en la calle Almudena de Madrid. El secretario cantabro había estado «gran rato, hasta ser de noche» en casa de Ana de Mendoza y de la Cerda, princesa de Éboli y viuda de Ruy Gómez de Silva. Cuando regresó a su hospedaje junto a dos criados y un paje, los cuales iban alumbrando su paso con antorchas, fue emboscado por un grupo de hombres armados. Uno de ellos le mató de una sola estocada que «atravesó su cuerpo de lado a lado». La estocada parecía firmada por un soldado profesional. Los testigos del ataque se lanzaron a la captura de los asaltantes, que, pese a perder dos capas, un arcabuz, un puñal y un ferrarolo en el forcejeo, consiguieron huir amparados en la oscuridad. A primera hora de la mañana siguiente, Felipe II, que se encontraba enSan Lorenzo de El Escorial pasando la Semana Santa, recibió una nota del también secretario de Estado Mateo Vázquez que le comunicaba el asesinato. «Fue muy bien enviarme luego lo de Escobedo, que vi en la cama, porque la nueva ha sido extraña», contestó el Monarca en uno de sus habituales notas breves (en una ocasión presumió de haber firmado 400 fichas en una sola mañana).


¿Por qué la muerte de Escobedo resultaba «extraña» a ojos del Rey? No podía parecerle tan extraño algo que había autorizado él y que había ocurrido a pocos metros del Alcázar Real. Como Gregorio Marañónseñaló en su libro «Antonio Pérez. El hombre, el drama, la época» (1947), las transcripciones de los documentos copiados en los «Procesos de Castilla contra Antonio Pérez» demuestran más allá de toda duda que «a Felipe II no se le puede absolver de una parte importante de la culpabilidad en este crimen». Así, las evidencias históricas demuestran que el Rey, si bien no conocía los detalles ni habría estado de acuerdo posiblemente con un plan tan escandaloso, había autorizado tres meses atrás a Antonio Pérez para que preparara el asesinato del secretario de Don Juan de Austria.


Ni siquiera era el primer intento de acabar con su vida. A principios de año, Diego de Martínez, mayordomo de Antonio Pérez, arrojó unos polvos en «en el puchero en el que guisaban la comida de Escobedo» durante una comida en la casa que el secretario del Rey tenía en la Plaza del Cordón. Sin que hiciera efecto grave en Escobedo, salvo cierta indisposición en el secretario, Pérez ordenó una tercera tentativa a Diego Martínez justificándose en «que convenía al servicio de Su Majestad». Finalmente, Juan Rubio, un joven pícaro contratado por Martínez, echó «un dedal de ciertos polvos» en la olla de Escobedo, en ese momento recuperándose de la indisposición en su vivienda familiar. No obstante, Escobedo se percató de que algo olía mal en esa sopa y acusó a una esclava morisca encargada de la cocina de intentar envenenarle. La esclava fue arrestada y torturada, tras lo cual confesó sorprendentemente que sí portaba un veneno, pero que su verdadero objetivo era la esposa de Escobedo, quien le propinaba gran número de palizas. Fue ahorcada por la supuesta tentativa.
Los enigmas en torno al caso Escobedo: el asesinato que autorizó un Rey
Calle de la Almudena (Madrid), donde fue asesinado Escobedo, en la actualidad

Cansado de los fracasos, Antonio Pérez reunió a un grupo dispuesto a asesinar de forma directa a Escobedo. En el grupo estabaMartínez, mayordomo del poderoso secretario; Antonio Enríquez, antiguo paje del secretario; Miguel Bosque, un medio-hermano de Enríquez; Juan de Mesa, otro antiguo criado de Pérez; el galopínJuan Rubio y un espadachín llamado Insausti. Una vez perpetrado el ataque con éxito, los seis homicidas huyeron hacia Aragón, lejos de la autoridad de los magistrados de Castilla, donde recibieron su recompensa acordada. Además de oro, Antonio Pérez facilitó a tres de ellos «una cédula y carta firmada de Su Majestad, de 20 escudos de entretenimiento, con título de alférez en uno de los presidios españoles en Italia».


Por si la recompensa que recibió el grupo de asesinos de manos del Rey no dejó bastante clara su implicación en el suceso, el propio Felipe II admitió su responsabilidad durante el proceso de 1589 en el que se investigó el caso, y pidió a los jueces que interrogaran a Pérez sobre las falsas causas que le presentó «para que Su Majestad diese su consentimiento a la muerte de Escobedo». Por tanto, la principal duda que se platean hoy los historiadores es: ¿Autorizó Felipe II el asesinato en la vía pública, que definió como «extraño», o solo los envenenamientos? El hispanista Geoffrey Parker expone en su biografía definitiva sobre Felipe II que «hay evidencias, tanto directas como indirectas, de la complicidad del Rey en todas las etapas del asesinato. Primero, se había dejado convencer por Pérez de que Juan de Austria y su secretario eran unos traidores; y, segundo, de que el asesinato de Escobedo, por cualquier medio, constituía la única forma de frustrar su traición…».
¿Por qué quería Antonio Pérez acabar con Escobedo?


En 1574, Pérez designó a su antiguo «criado» Juan de Escobedo –entonces secretario de Hacienda– como secretario personal de Don Juan de Austria con la intención de que diera meticulosa cuenta delos asuntos del hermano del Rey, quien en 1576 fue nombrado Gobernador de los Países Bajos. Sin embargo, el carismático Don Juan de Austria no tardó en ganarse la lealtad de su secretario, por lo que dejó de informar de sus movimientos. Al contrario, Escobedo viajó varias a España para reclamar el envío de tropas y fondos a Flandes. En su último viaje, a principios de 1578, Escobedo habría intentado chantajear a Pérez a cambio de apoyos en Flandes con la amenaza de revelar al Rey cierta información. Así, se especula con que Escobedo era capaz de demostrar que Pérez aceptaba sobornos y dávisas; y que sabía detalles sobre la relación de Pérez con la Princesa de Éboli, viuda de Ruy Gómez, amigo y consejero de Felipe II.


Pérez utilizó la manipulación para presentar al hermanastro del Rey y a su secretario como dos conspiradores que planeaban derrocarle. Para ello, el secretario argumentó que las conversaciones que había mantenido en secreto Don Juan de Austria con el Papa Gregorio XIII y con el líder de los católicos franceses, el duque de Guisa, perseguían «venir a ganar a España y echar a su Majestad». El Monarca, «desconfiado por naturaleza», albergaba sospechas especialmente profundas sobre las ambiciones de su hermano en Flandes y en Inglaterra, donde había visto con buenos ojos un plan del Papa para atacar las islas y casarse con la católica María de Estuardo. La idea, por tanto, no sonó nada inverosímil a oídos del Rey, que en las navidades de 1577 autorizó el asesinato.


«Deseo en el alma poner la vida en defensa de esta verdad, y si me es lícito, suplico, humildemente a Vuestra Majestad me dé licencia para hacerlo, diciendo a Antonio Pérez cuán mala y falsamente miente y que se lo haré conocer de mi persona a la suya. Será que Antonio Pérez salga del mundo y reciba en él la debida pena por su atrevimiento», firmó Andrés de Prada, el sucesor de Escobedo como secretario de Don Juan de Austria, en una carta al Rey poco después de la muerte de Escobedo. Si bien la implicación de Antonio Pérez en el asesinato era un secreto a voces, incluso en Flandes, el Rey protegió a su secretario e hizo oídos sordos a quienes advirtieron de que Pérez «quitaba de los billetes los pares y daba los nones» –como escribió en una ocasión Gaspar de Quiroga– hasta que un acontecimiento inesperado removió la conciencia del Monarca.


La muerte de Don Juan de Austria en Flandes en circunstancias trágicas y sintiéndose abandonado por su hermano supuso el principio del fin de Antonio Pérez, que había continuado con su vida plagada de lujo en Madrid sin sentir amenazada la red de mentiras y sobornos que sostenía a costa de la credulidad del Rey. Tras una ofensiva encabezada por Mateo Vázquez para demostrar las intrigas de Pérez, el secretario hizo llegar al Monarca la correspondencia de Don Juan de Austria, que demostraba que nunca había estado implicado en un complot contra su hermano, y pruebas que destapaban la red de sobornos. Felipe II ordenó la detención de Pérez la noche del 28 de julio de 1579.





jueves, 26 de febrero de 2015

La gran mentira del nacionalismo: los Países Catalanes, ese invento moderno

ABC.es

CÉSAR CERVERA / MADRID

El término data del siglo XIX y hace referencia a los territorios de la Corona de Aragón, que, en realidad, fue un conjunto de reinos sometidos al Rey de Aragón entre los siglos XII y XV


La gran mentira del nacionalismo: los Países Catalanes, ese invento moderno
Origen falso y mitolológico del escudo del condado de Barcelona por Wilfredo «el Velloso»
A pesar de la tendencia de los historiadores nacionalistas catalanes de retorcer la naturaleza "catalana-aragonesa" de la Corona de Aragón, nunca ha existido nada, en la historia medieval, y mucho menos en los tiempos modernos, que pudiera considerarse ni de lejos un embrión del Estado catalán, excepto en las imaginaciones más románticas y soñadoras», explica en uno de sus trabajos el historiadorEnric Ucelay-Da Cal.

Frente a la incapacidad para encontrar un germen de nación en la historia de este región española, la mitología romántica acuñó a finales del siglo XIX el término Países Catalanes (o Gran Cataluña). El primero en usarlo fue el valenciano Bienvenido Oliver, sin intenciones políticas, para englobar los territorios de habla catalana y sus variantes. Así, el mapa de los Países Catalanes se extiende por Cataluña –excepto el Valle de Arán–, las Islas Baleares, Andorra, la Comunidad Valenciana, la región histórica francesa del Rosellón, la zona de Aragón limítrofe con Cataluña denominada actualmente Franja de Aragón y una pequeña comarca murciana, entre otras regiones.

No en vano, lo que era una simple denominación de carácter lingüístico se convirtió en boca de los nacionalistas en una especie de tierra prometida. Un ente que sirve para justificar, con supuestas raíces en la Edad Media, las actuales reivindicaciones políticas. Sin ir más lejos, la Generalitat de Cataluña da la información meteorológica de la Comunidad Valenciana en la TV3 a través de lo que designa como «Países Catalanes». El servicio de Meteorología del Gobierno catalán, dependiente de la Conselleria de Territorio y Sostenibilidad, suele incluir a la Comunidad Valenciana junto a Cataluña y Baleares en sus mapas, con claras intenciones políticas.

La Corona de Aragón y el Reino de Aragón

Para alcanzar este mito de los Países Catalanes, los grupos independentistas tuvieron que retorcer y distorsionar la naturaleza «catalana-aragonesa» de la Corona de Aragón. La zona que hoy corresponde a la comunidad autonómica de Cataluña estuvo desde el siglo XII unida al Reino de Aragón y solo durante un breve periodo fue un ente propio, incluso entonces dependiente de otros reinos. Así, tras el colapso de la Hispania Visigoda –que se extendía por prácticamente toda la Península Ibérica– y la invasión musulmana en el 718 d.C, el Imperio carolingio estableció una marca defensiva como frontera meridional con Al-Ándalus. Esto supuso la ocupación por los francos durante el último cuarto del siglo VIII de las actuales comarcas pirenaicas, de Gerona y, en el 801, de Barcelona. Este antiguo territorio visigodo se organizó políticamente en diferentes condados dependientes del rey franco.

Conforme el poder central del Imperio se debilitaba en el siglo X, los condados catalanes, que estaban vertebrados por Barcelona, Gerona y Osona, fueron progresivamente desvinculándose de los francos. En el año 987, el conde Borrell II fue el primero en no prestar juramento al monarca de la dinastía de los Capetos, pero se sometió en vasallaje al poderoso Califato de Córdoba. En este punto, las leyendas nacionalistas sitúan erróneamente al noble Wifredo «el Velloso» –el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca– como el artífice, no ya de la independencia de los condados catalanes, sino del nacimiento de Cataluña y sus símbolos. Así ocurre con la bandera de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, que, en realidad, no fue usada por los Condados hasta la unión con Aragón. Por el contrario, el emblema tradicional de los condes de Barcelona fue la cruz de San Jorge (una cruz de gules sobre campo de plata).

En el siglo XII, el conde Ramón Berenguer IV se casó con Petronila de Aragónconforme al derecho aragonés, es decir, en un tipo de matrimonio donde el marido se integraba a la casa principal como un miembro de pleno derecho. El acuerdo supuso la unión del condado de Barcelona y del Reino de Aragón en la forma de lo que luego fue conocido como Corona de Aragón. En un contexto de alianzas medievales, la asociación de ambos territorios no fue, pues, el fruto de una fusión ni de una conquista, sino el resultado de una unión dinástica pactada entre la Casa de Aragón y la poseedora del Condado de Barcelona. De hecho, originalmente los territorios que formaron la Corona mantuvieron por separado sus leyes, costumbres e instituciones. A lo largo del segundo cuarto del siglo XIII, se incorporaron a esta Corona las Islas Baleares y Valencia. Este último territorio, el Reino de Valencia, pasó a convertirse en un reino con sus propias Cortes y fueros.
Es por ello que los Países Catalanes –una delimitación solo basada en la similitud lingüística– nunca existió como sujeto político ni hay menciones a ella en las fuentes del periodo. A grandes rasgos, los independentistas suelen confundirla con la Corona de Aragón, pero ésta fue otra cosa: el conjunto de reinos que estuvieron sometidos al Rey de Aragón, entre los siglos XII y XV, donde se encontraban no solo el territorios de lengua catalana, sino también otras reinos como por ejemplo la propia Aragón, Valencia parcialmente, Sicilia, Córcega, Cerdeña, Nápoles y los ducados de Atenas y Neopatria. Es decir, no fue la lengua el eje vertebrador de la Corona de Aragón sino la sumisión a la jurisdicción de un Rey y de una dinastía, la Casa de Aragón.

La nacionalidad no es solo una lengua

La muerte sin descendencia del Rey de la Corona de Aragón Martín I «el Humano» en 1410 abrió una grave crisis sucesoria. Los intereses comerciales terminaron favoreciendo al candidato de la dinastía castellana de los Trastámara, Fernando de Antequera –hermano del Rey de Castilla Enrique III–, quien, tras el llamado Compromiso de Caspe de 1412, fue nombrado Monarca de la Corona de Aragón. Posteriormente, el matrimonio de Fernando II de Trastámara con Isabel de Trastámara, Reina de Castilla, celebrado en Valladolid en 1469,condujo a la Corona de Aragón a una unión dinástica con Castilla, efectiva a la muerte del primero, en 1516, pero ambos reinos conservaron sus instituciones políticas y sus privilegios administrativos (lo que el independentismo catalán designa como «libertades»).
Con el surgimiento de las corrientes nacionalistas de finales de siglo XIX, las teorías lingüísticas hicieron las veces de elemento aglutinante –a falta de una base histórica– identificando a la nación con la lengua. Bajo esta falsa premisa, los nacionalistas consideran que todos los que hablan catalán o sus variantes son igualmente catalanes y conformaron la ficción histórica de los «Països Catalans». El error de base está en estimar que la lengua es el único elemento definidor de una nacionalidad (con desprecio de la religión, la idiosincrasia, la geografía, la historia, etc).

sábado, 1 de noviembre de 2014

La División Azul: los voluntarios españoles en los campos de Rusia

ABC.es

Día 01/11/2014


«¡Rusia es culpable!». El 22 de junio de 1941 Alemania invade la URSS. Es el momento de que el país comunista «pague la deuda de sangre». En poco tiempo, España envía al Frente Ruso un cuerpo expedicionario para luchar junto a los alemanes en «la cruzada contra el bolchevismo»: la División Azul


La División Azul: los voluntarios españoles en los campos de Rusia


Durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, la si­tuación interna en España im­pide cualquier forma de participación directa en la contienda. Tras la Guerra Givil, el país está en ruinas, totalmen­te devastado y empobrecido.
Por otra parte, el régimen tiene que consolidar­se, tanto frente a la oposición armada de las guerrillas formadas por excom­batientes republicanos (muy activos sobre todo en las zonas rurales y mon­tañosas del norte peninsular), como ante las diversas facciones políticas en las que se apoya: falangistas, car­listas (requetés), monárquicos, dere­cha moderada, etc…, cada una con sus propios intereses, la más de las veces divergentes y agrupadas en dos «ban­dos» respecto a la guerra:aliadófilos —basicamente anglófilos— y germanó­filos, estos últimos más activos y con más voz en los estadios iniciales de la contienda.
Tras la caída de Francia en junio de 1940, y con los alemanes en los Piri­neos, España se acerca cada vez más a la participación armada, trocando el inicial status de neutral por el ambi­guo «no beligerante». El 23 de octubre de ese año, el general Franco se reúne con Hitler en Hendaya, para discutir la posible entrada de España en la guerra, concluyendo el encuentro sin ningún acuerdo tangible. Otra poste­rior reunión de Franco con Mussolini en Bordighera termina con idéntico resultado. Madrid, aunque colabora activamente con Berlín —espionaje, información, permiso para navegar a los u-boote, etc…—,permanece formal­mente al margen.

Formación

La situación cambia radi­calmente con la invasión de la URSS. La noticia del ataque germano provo­ca una reunión urgente del Consejo de Ministros, mientras en la calle grupos de exaltados reclaman la intervención militar española. Es la oportunidad de entrar en guerra.
Serrano Súñer, minis­tro del Exteriores, se hace eco de esa exaltación: «Rusia es culpable». Tras consultar con Alemania la viabilidad del envío de una unidad de combate, se habilitan banderines de enganche para organizar el alistamiento de los voluntarios que a miles acuden a la lla­mada de la lucha contra el comunismo.
Si bien los cuadros de lo que será la Di­visión Azul se nutrirán principalmente con militares profesionales, el grueso de los voluntarios tiene procedencia diversa: un gran porcentaje de falan­gistas, universitarios, anticomunistas en general, aventureros…, pero tam­bién algunos represaliados republica­nos que alistándose buscan aliviar la situación de exclusión social a la que están sometidos.
El primer contingente será de unos 17.000 hombres, organizados según el modelo divisionario alemán —tres regimientos, frente a los cuatro espa­ñoles—, siendo más de 45.000 los efec­tivos que servirían en la 250 Spanische Freiwilligen Division, según su termi­nología oficial, hasta su disolución. Entre el 12 y el 23 de julio, los divisio­narios llegan al campo de Grafenwöhr para recibir la instrucción, acortada de los tres meses inicialmente pre­vistos a uno: la mayoría de los inte­grantes de la división son veteranos de la Guerra Givil y tienen sobrada ex­periencia de combate y en el manejo del armamento alemán.
El 31 de julio, la división jura lealtad a Adolf Hitler («en su lucha contra el comunismo») y se traslada al frente, a pie, en una caminata de cerca de 1.000 kilómetros por la escasez en esos momentos de medios mecanizados. Aunque inicial­mente está previsto que se integre en el Grupo de Ejércitos Centro, cuyo objetivo es Moscú, tras la reunión del general Muñoz Grandes, jefe de la uni­dad, con el dictador nazi en su cuartel general en Rastenburg, se decide que la división se incorpore al Grupo de Ejércitos Norte, cuya misión es la cap­tura de Leningrado, incorporándose a primeros de octubre en el sector del río Volchov, donde tendrá su bautismo de fuego el 12 de octubre de 1941.
Du­rante casi tres años, la División Azul y su sucesora, la Legión Azul, lucharán encarnizadamente contra el Ejército Rojo, haciendo frente a las cada vez más poderosas ofensivas que preten­den levantar el sitio de la ciudad y ti­ñendo de sangre española las nevadas tierras de Rusia.

Batallas

Durante meses, los divisio­narios combatirán con éxito en Pos­sad, a ambas orillas del río Volchov, y su unidad de esquiadores se cubrirá de gloria en el lago Illmen, aunque la más importante y dura de las batallas será la de Kransy Bor, donde el Ejérci­to Rojo pretendió romper el cerco de Leningrado justamente por el sector español. Las bajas fueron enormes, pero el frente resistió a pesar de la durísima embestida.
En 1943, tras las derrotas alema­nas de Stalingrado (enero) y Kurks (julio) la situación en la guerra da un vuelco, lo que aconseja un cambio de estrategia del régimen español. La división será repatriada. A media­dos de octubre inicia su repliegue. Sin embargo, aún permanecerá en el frente una unidad reducida, la Le­gión Azul, que también es retirada unos meses después. Cuando esta última es disuelta, un grupo de di­visionarios decide quedarse por su cuenta en Alemania, reforzado por algunos elementos llegados clandes­tinamente desde España.
Integrados en diversas unidades de voluntarios extranjeros, los últimos españoles, formando parte del grupo de asalto Charlemagne, y a las órdenes del ca­pitán Ezquerra, participarán en Ber­lín en la última defensadel barrio ministerial, incluida la Cancillería del Reich.
La historia de la División no con­cluirá sin embargo hasta el 2 de abril de 1954, cuando arribe al puerto de Barcelona el buque «Semíramis» con los más de 200 divisionarios que to­davía estaban prisioneros en la URSS. Por el camino quedaban los cerca de 5.000 muertos que yacían en las hela­das tierras de Rusia o entre los casco­tes de un Berlín en ruinas.

Los personajes






sábado, 20 de septiembre de 2014

Por qué Carlos V se retiró a Extremadura

ABC.es
Día 20/09/2014 - 03.21h

Carlos V fue a Cuacos de Yuste en busca de su particular refugio del guerrero. En 1558, el emperador falleció de fiebre palúdica, causada por la picadura de un mosquito procedente de uno de los estanques de la zona


¿Por qué eligió el hombre más poderoso de su época retirarse a un pueblo de Extremadura?
MUSEO DEL PRADO


miércoles, 23 de julio de 2014

¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?

ABC.es





S. M. / MADRID
Día 23/07/2014 - 16.12h

¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Aunque los colores rojo, amarillo y rojo de la bandera nacional nos parezcan algo ya cotidiano, la insignia española tiene un largo recorrido histórico. La actual está regulada por la Constitución, pero para llegar hasta ella tuvieron que ponerse en marcha otras tres legislaciones: Ley 39/1981 por la que se regula el uso de la bandera de España y el de otras banderas y enseñas, el Real Decreto 441/1981 por el que se especifican técnicamente los colores de la Bandera de España y la Ley 39/1981, por la que se regula el su uso.

El estandarte tiene un tono de rojo específico y unas proporciones concretas. El artículo 4.1 de la Constitución Española establece sus colores y su medida, apuntando a que la banda amarilla debe tener el doble de anchura que cada banda roja.
Sin embargo, el origen de esta bandera se remonta hasta Carlos III.
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Banderas del buque de guerra y de los mercantes elegidas por Carlos III en 1785
Aunque no se puede hablar de una fecha única de creación de la bandera, el origen se remonta al reinado de Carlos III (1759-1788). En aquella época no existía una única enseña que representase el conjunto de tierras españolas en un imperio tan amplio como era entonces el español. Había tres símbolos oficiales: la bandera real, las militares y el pabellón (la bandera de popa) de la Marina.
La mayoría de los países utilizaban distintivos con elementos blancos, lo que creaba confusión en las expediciones marítimas por los buques de guerra. Por ello, encargó Antonio Valdés y Bazán, que entonces era su ministro de Marina, que convocara un concurso en el que se presentaron hasta doce bocetos, de los que el Rey escogió dos: uno que distinguiera la Marina de Guerra y otro para la mercante, con el rojo de la Corona de Castilla.
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Poco a poco el uso de esta bandera se va extendiendo hacia los castillos y otras zonas de defensa de las costas con Carlos IV (1788-1808). Por necesidades propagandísticas, en la Guerra de Independencia (1808-1814) el uso de las insignias de todo tipo se dispara.
No fue hasta el reinado de Isabel II (1833-1868) cuando la bandera llegó tambien al Ejército de Tierra con el Real Decreto de 13 de octubre de 1843 que impuso a este cuerpo las enseñas rojigualda.
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Tanto en el reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873) como en la Primera República (1873-1874) se respetaron los colores. Aunque en esta última etapa se pensó en introducir una franja morada, finalmente no se hizo. Durante el reinado de Alfonso XII (1874-1885) se publica una nueva Instrucción que refuerza las insignias nacionales.
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Con la irrupción de la Segunda República (1931-1939), se decidió dar un nuevo símbolo al estado naciente. El Gobierno provisional decretó en 1931 la introducción de una banda color moradocompletando la enseña de «tres bandas horizontales de igual ancho, siendo la roja la superior, amarilla la central».
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?

En 1936 estalló la Guerra Civil y las tropas sublevadas se restableció la bandera rojigualda gracias a la firma de un Decreto el 29 de agosto de 1936. El presidente de la Junta de Defensa Nacional, general Cabanellas, firmó un decreto el 29 de agosto de 1936, por el que «se restablece la bandera bicolor, roja y gualda, como bandera de España».
Cuando el general Francisco Franco (1939-1975) ganó la guerra impuso definitivamente la insignia. El águila de San Juan se estampó en la tela roja y gualda.
¿Por qué la bandera de España es roja y amarilla y roja?
Con la llegada de la Democracia Española, se buscó una enseña que uniera a todos los españoles y espantara las divisiones del pasado. El Rey Juan Carlos I sustituyó el reglamento franquista por el Real Decreto 1511/1977,que regulaba banderas y estandartes, guiones, insignias y distintivos.
El artículo 4.1 de la Constitución Española avisa de que «la bandera de España está formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas».