Hola a todos

Por qué hago este blog. No lo sé. Supongo que por aburrimiento, como forma de almacenar cosas que me van llegando y luego pierdo. No lo sé. Pero aquí está. Es muy probable que me canse de él pero.......

domingo, 26 de agosto de 2012

Una especie en extinción


Chirigota "Los Pavos Reales, una especie en extinción" (2004)




La historia comienza el día que la reina de Castilla
con pasión se enamoró de un muchacho
inteligente, buena gente, competente,
una persona excelente, elegante y guapetón.
Lo de menos es que era el rey de Aragón.
Aunque ella no sabía ni leer ni escribir,
luego demostró la historia que sabía latín,
pa'l estudio nunca es tarde, ella puso de su parte
y al cumplir los treinta y uno se leía sin ayuda el Micho 1.
Y ya en la luna de miel, Isabel cogió a Fernando
y pasaron to la noche, tanto monta, monta tanto,
todo el Reino de Aragón entró dentro de Castilla,
hasta la campanilla.
De este matrimonio nace, entre otros hijos,
Juana la Loca, que por su forma de ser
la pobre iba de boca en boca.
Ella que era muy beata y le tiraba lo religioso
hasta que llegó ese día que conoció a Felipe el Hermoso,
y a la llamada de Dios Juana le colgó.
Se casó muy feliz, pero al poco tiempo después,
le daba en la nariz que Felipe le era infiel,
se escuchaba en palacio: "¡Qué viene Felipe!"
culito a la pared.
Y ya se dio cuenta Juana de quién era su excelencia
porque las doncellas le hacían la reverencia,
pero mirando pa preferencia.
Juana quedó embarazada, porque a pesar de todo
ella seguía enamorada.
Un día estando en una fiesta le entró un retortijón
y cuando estaba en el váter
le vino una contracción.
Cuentan que Su Majestad, tanto tuvo que apretar,
que pensó que eran gemelos,
pero vinieron al mundo un mojón y Carlos I.
Y así vio la luz quién luego sería el más grande del mundo entero, ¡El mojón no ¿ehh?!, Carlos I,
que fue educado para que fuera un digno heredero,
luego se comprometió y en su prima se fijó,
aquello para el clero resultaba tan inmoral,
que el Papa fue a verlo y le dijo:
¡¿Con tu prima te vas a casar?!
Va a llevar "¡Tras tras!",
que es sangre de tu sangre que te corre por las venas,
Santidad: "Mi prima está mu güeña".
Este grandioso rey, lo tuvo todo en la vida,
lo más grande fue la caída,
la guerra, el hambre, la miseria,
lo llevaron a la depresión
y ya cansado, aburrido y decepcionado
¡Abdicó!, vamos que lo mandó al carajo tó.
Antes de que entrara en una depresión,
antes de que su reinado se fuera a pique,
Carlos I tuvo un hijo varón,
¿Y sabes cómo le puso? Felipe.
Felipe II se casó con María Tudor
que le ponía las pilas,
si hubiera nacido niña, le hubiera puesta Alcalina,
pero como tuvo un pibe,
¿Sabéis cómo le puso? Felipe.
Después, Felipe III, también tuvo su heredero,
dudaban entre ponerle: Eduardo o Enrique,
¿Y saben cómo le puso? Felipe.
Y luego, Felipe IV, tuvo un hijo que era un flipe,
¿Y saben cómo le puso? ¡Po no!
Le puso Carlos II y se quedó con to'l mundo.
A este Carlos II, llamaban El Hechizado,
qué forma tan diplomática de decirle: "Encarajotado".
Con él, la casa de Austrias, en España terminó,
y llega desde la Francia hasta la España el primer Borbón.
Felipe V sería, el primero de los borbones,
enseguida potenció
la industria de las hojaldrinas, las ensaimadas y los alfajores.
No he dicho nada de polvorones.
Más tarde, tres hijos suyos, llegarían al poder,
Luis I, Fernando VI y Carlos "tres",
¿Carlos "tres"? Es que tercero no rima bien.

Como dice el refrán: "A rey muerto, rey puesto",
po después de Carlos III, viene Carlos IV, por supuesto.
En Francia estalló por entonces la revolución,
y Carlos, asustado, con la guillotina,
se hizo coleguilla de Napoleón
y una manchita en el pantalón.
Su hijo Fernando VII, se enfadó,
hizo un motín y lo destronó,
pero enseguida Napoleón:
Al padre y al hijo, los citó en Bayona,
y le dijo: "Dame, trae p'acá la corona,
vamos a echarlo a suertes,
tú pares, tú nones, y la corona, pa mis cojones".
Mientras Pepe Botella reinó,
Fernando seguía en Bayona, prisionero,
y cuando a España volvió,
lo coronaron de nuevo,
cogió las Cortes de Cádiz y se las pasó por ahí.
A la hora de la sucesión, Fernando no tuvo barón,
Fernando tenía una infanta, pero claro,
había un problema, reinaban los príncipes no las infantas.
Y dijo: ¿Qué hago? ¿Qué hago?
Po cambio la ley, pa que en vez de un príncipe reina una infanta,
que eso no es trampa,
pa que reinara una mujer.
Se negaban los carlistas, Isabel le decía enfadada:
"¡Asqueroso, machista y machista!".
Y pa que no faltara de na,
Isabel se casó con un hombre que dicen, que dicen,
que era homosexual.
El Duque de Cádiz. ¿De Cádiz? ¡Me cago en la mar!
Amadeo I de Saboya, tres años estuvo de rey
Rascándose, rascándose, punto y coma (;).
Alfonso II se perdió, las colonias importantes,
menos mal que nos dejó el desodorante.
Su hijo Alfonso XIII fue rey desde que nació,
menos mal que nació sin corona
sino a la mama el "mimi" se lo desmorona.

Las cuatro mujeres de Felipe II

Por Pedro Fernández Barbadillo



El rey Felipe II casó cuatro veces. Sólo otro rey español después de él alcanzó semejante número de esposas, Fernando VII, y antes Alfonso VI de León y Castilla. La razón fundamental para tantos matrimonios fue la de dar un heredero varón al trono. La razón monárquica se agravaba con la actuación de los médicos de la corte, más sanguinarios que los piratas berberiscos.


A finales del siglo XV, los Reyes Católicos de España, Isabel y Fernando, y el emperador de Alemania Maximiliano I decidieron unir a sus familias, los Trastámara y los Habsburgo, contra el enemigo común, la Francia de los Valois. Y formalizaron la alianza con matrimonios entre sus hijos. El príncipe de Asturias, Juan, y la infanta Juana casaron con los príncipes María y Felipe de Borgoña, respectivamente. La muerte de su hermano Juan (1497), así como las de su hermana mayor Isabel (1498) y la del hijo de ésta, Miguel de la Paz (1500), convirtieron a Juana en heredera de Castilla, cuya corona recibió en 1504, al fallecer su madre.

El rey Felipe II casó cuatro veces. Sólo otro rey español después de él alcanzó semejante número de esposas, Fernando VII, y antes Alfonso VI de León y Castilla. La razón fundamental para tantos matrimonios fue la de dar un heredero varón al trono. La razón monárquica se agravaba con la actuación de los médicos de la corte, más sanguinarios que los piratas berberiscos.

A finales del siglo XV, los Reyes Católicos de España, Isabel y Fernando, y el emperador de Alemania Maximiliano I decidieron unir a sus familias, los Trastámara y los Habsburgo, contra el enemigo común, la Francia de los Valois. Y formalizaron la alianza con matrimonios entre sus hijos. El príncipe de Asturias, Juan, y la infanta Juana casaron con los príncipes María y Felipe de Borgoña, respectivamente. La muerte de su hermano Juan (1497), así como las de su hermana mayor Isabel (1498) y la del hijo de ésta, Miguel de la Paz (1500), convirtieron a Juana en heredera de Castilla, cuya corona recibió en 1504, al fallecer su madre.

De su matrimonio con Felipe I Hermoso, fallecido en Burgos en 1506, tuvo seis hijos, dos varones, Carlos y Fernando, y cuatro mujeres: Leonor, Isabel, María y Catalina. Aunque su enfermedad mental, manifestada poco después de su matrimonio la incapacitaba para reinar, su padre el rey Fernando, regente de Castilla por decisión de Isabel, la nombró en su testamento su sucesora, a la vez que entregaba la regencia de los reinos de Castilla y Aragón a su nieto varón Carlos de Habsburgo, nacido en Gante en 1500.

Éste, después de un comienzo de reinado lamentable y peligroso, obedeció a las Cortes reunidas en 1525 en Toledo, que le pidieron que aprendiera castellano, tomase consejeros de la tierra y se casase con una infanta portuguesa. Así lo hizo, y en 1526, en Sevilla, casó con su prima la infanta Isabel de Avis, hermana de Juan III de Portugal; éste se había casado el año anterior con la infanta Catalina, la menor de las hermanas de Carlos.

Planes de boda

Con la emperatriz Isabel, Carlos tuvo tres hijos, Felipe, María y Juana, que sobrevivieron a sus padres. El destino de los tres era el de celebrar matrimonios concertados para reforzar el poder del Imperio y de su dinastía. El primer proyecto para Felipe, nacido en Valladolid el 21 de mayo de 1527, y llamado luego "heredero del mundo", fue el de casar con la princesa Juana de Albret, la hija de Enrique de Albret, rey sin reino de Navarra, y de Margarita de Valois, hermana de Francisco I de Francia. Precisamente, el rey francés, enemigo de Carlos, desbarató el proyecto.

Otro plan elaborado por el emperador consistía en hacer las paces con Francia mediante un doble enlace de dos de sus hijos: el matrimonio de Felipe con la princesa Margarita de Valois, hija de Francisco I y el matrimonio de la infanta María con el duque de Orleáns, que además llevaría como dote Flandes. El mismo Felipe, pese a su poca edad y la admiración y respeto que sentía por su padre, se opuso a semejante alianza. Para él era mejor unir los dos reinos de la Península Ibérica. El joven príncipe ya era un iberista acendrado y el portugués fue la única lengua viva extranjera que dominó en su vida. En 1580, después de la extinción de los Avis, consiguió ser aceptado como rey de Portugal dado su entronque con la dinastía portuguesa.

Finalmente, la escogida como esposa del futuro rey fue la infanta María Manuela, hija del rey Juan III y de Catalina de Austria, tía de Felipe, como ya hemos visto, a pesar de que tenía la misma edad puesto que había nacido en 1527. Al principio, el rey portugués quería casar a su hija con un pariente de mayor edad, entre otros motivos para ahorrarse la dote, ya que era un gran tacaño. Su mujer le persuadió de que debía buscar la alianza con España.

Los padres de los novios tuvieron que pedir al papa Pablo III una dispensa debido al parentesco existente (los prometidos, en vez de tener ocho abuelos, tenían cuatro y para María las hermanas de Felipe no sólo eran sus cuñadas sino, también sus primas). Una vez concedida, la boda por poderes se celebró en Almeirim en mayo de 1543. Los esposos, que sólo se conocían por retratos, se reunieron en Salamanca en noviembre siguiente. La impaciencia del príncipe de España por ver la cara de su mujer era tal que salió disfrazado de cazador al encuentro del cortejo.

Visita a Juana la Loca

Después de las celebraciones el joven matrimonio se trasladó a Valladolid, pero antes hicieron una visita a un fantasma de los tiempos pasados cuya sombra estaría presente en todos los partos de las mujeres de Felipe II: pararon en Tordesillas para saludar a la reina Juana la Loca, ya de 64 años de edad, y en cuyo nombre reinaba Carlos en España como regente. Según cuentan las crónicas, Felipe y María bailaron para su abuela. La madre de María había pasado su triste infancia en compañía de la enferma y de sus crueles guardianes, los marqueses de Denia.

En julio de 1545, María dio a luz en Valladolid a un niño y murió sólo cuatro días más tarde, debido a unas infecciones y a los tratamientos de los médicos de la corte, que le causaron una pulmonía y la desangraron. Tenía 18 años de edad y había estado casada 20 meses.

Felipe se retiró unas semanas al convento franciscano de Aguilera para rezar por su mujer y después abandonó Valladolid, donde, según el cronista Alonso de Santa Cruz, "no puede resistir su pena y soledad", para trasladarse a Madrid. Aquí, escribe el historiador alemán Ludwig Pfandl (Felipe II, Áltera):
En Madrid, después de veinte meses escasos de feliz matrimonio, siéntese el joven como caído desde los cielos a lo más profundo: solo, sin madre, sin padre, sin esposa, con la pesadilla de un niño enclenque y enfermizo, rodeado de la pesadumbre de sus viejos consejeros, y por toda distracción el muy problemático alivio de los secos legajos de Estado, de los legajos de actas crujientes de arenilla y de los dolorosos recuerdos.
El hijo recibió el nombre de Carlos en honor al abuelo, pero a diferencia de éste, creció débil y deforme y heredó la locura de la familia aunque exacerbada (le gustaba insuflar dolor a las personas y los animales). Además, la mayor parte de su infancia y adolescencia se crió sin su padre, que acompañó al César Carlos en varios de sus largos viajes por Europa. Sin embargo, fue entre 1560 y hasta su muerte, ocurrida en 1568, príncipe de Asturias.

Durante los años siguientes, hasta 1554, Felipe II permaneció viudo y se casó cuando se lo ordenó su padre. Entre 1548 y 1551 acompañó a éste, que se encontraba en Alemania y Flandes combatiendo a los luteranos. Cuando regresó a España, en Valladolid conoció a su prima Ana de Austria, hija del matrimonio entre su hermana María y su primo el archiduque Maximiliano, hijo de Fernando, hermano menor de Carlos y futuro emperador. La niña, rubia y blanca como Isabel la Católica, había nacido en 1549 en Cigales. En 1570, esa misma niña, ya convertida en mujer, regresaría a España para convertirse en la cuarta esposa de Felipe II.


En socorro de una mártir: María Tudor



Enrique VIII de Inglaterra rompió con la Iglesia católica, a la que había defendido frente a Lutero, porque quería divorciarse de su esposa para tener un hijo varón. Al final, éste murió casi niño y reinaron las hijas a las que había despreciado. Una de ellas, María Tudor se casó por razones de estado con Felipe II.

Para comprender el comportamiento de Felipe II al elegir esposa hay que tener presente lo que escribe Santiago Nadal (Las cuatro mujeres de Felipe II): "Con más o menos matices, Felipe II no veía el color del pelo la tez. En la tranquilidad o el fuego de unos ojos azul oscuro, verdes, negros o azul claro veía esto: Portugal, Inglaterra, Francia y Austria."

En el siglo XVI, el mayor enemigo de España y de los Habsburgo fue Francia, que se encontraba en el centro del triángulo que formaban España y sus posesiones de Flandes y de Italia. Entonces, Inglaterra estaba lejos de ser la potencia industrial, diplomática y marítima en que se transformó en el siglo XVIII. Los reyes franceses armaban flotas contra los convoyes de Indias y, pese a su título de Rey Cristianísimo, no dudaban en aliarse con los luteranos alemanes y los turcos para debilitar a los Habsburgo.

En enero de 1552, Enrique II de Francia, sucesor de Francisco I, el gran enemigo del César Carlos, firmó el Tratado de Chambord con los príncipes alemanes protestantes. A cambio de la ayuda del francés, los alemanes le reconocieron el derecho a apoderarse de las plazas fuertes de Metz, Verdún, Toul y Cambray; es decir, la nobleza alemana permitía que Francia se acercase al Rin y sacrificaba el Imperio por sus supuestas libertades y por apoderarse de los bienes de la Iglesia. En el mismo año, Carlos estuvo a punto de caer prisionero de Mauricio de Sajonia en Innsbruck y, encima, el Concilio de Trento suspendió sus sesiones. El emperador, refugiado en Bruselas, estaba decepcionado y al borde de la muerte.

La nieta de los Reyes Católicos, en Londres

Sin embargo, al año siguiente, el 6 de julio de 1553, España recibió un golpe de suerte, que consistió en el fallecimiento del enfermizo rey de Inglaterra, Eduardo VI, por cuya esperanza Enrique VIII había roto su matrimonio con la princesa Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, y establecido una iglesia cismática de Roma.

De acuerdo con el testamento de Enrique Tudor, si Eduardo, que tenía nueve años al ser coronado en 1547, moría sin descendencia, le sucedería su hermana María, hija de Catalina, y a ésta Isabel, hija de Ana Bolena; a ambas, el despótico monarca las había hecho declarar ilegítimas.

Entonces, Carlos I vio el cielo abierto. En una carta a su hijo y fechada el 30 de julio, le planteó la boda con la reina María, que ya había recibido una oferta del rey de Portugal. A la reanimación de la alianza entre España e Inglaterra de tiempos de los Reyes Católicos contra Francia (Inglaterra tenía la plaza de Calais desde 1347), se unía la posibilidad de devolver la fe católica a la isla. Felipe dio su consentimiento y la reina María aceptó la propuesta presentada por el embajador imperial, aunque el parlamento inglés le había pedido que desposase a un compatriota.

Los ingleses reformados y los propietarios de los bienes eclesiásticos veían con preocupación este matrimonio. Pero el mayor obstáculo era la edad de la reina María I: nacida en febrero de 1516, tenía 38 años cuando se casó. Y Felipe 27 años.

Las capitulaciones matrimoniales fueron leoninas para los españoles. Felipe sería coronado rey (el resto de los consortes de reinas inglesas de los siglos siguientes no han sido más que príncipes) pero no gobernaría. Si el matrimonio tenía un heredero, éste recibiría, además de la corona, los Países Bajos españoles. Si el príncipe de Asturias, Carlos de Austria, moría sin sucesión, el príncipe inglés heredaría también el trono español. Los españoles no recibirían cargos en Inglaterra. Felipe se comprometía a no implicar al país en las guerras de España contra Francia. Y, por último, si la reina María carecía de descendencia, Felipe no tendría ningún derecho en Inglaterra.

Todo esto cedió Carlos I con la esperanza de conseguir la libertad de los católicos en Inglaterra y, también, que una nueva rama de los Habsburgo se estableciese en Londres. Según su plan, Francia quedaría cercada por todos lados por príncipes de su casa.

Felipe zarpó de La Coruña el 13 de julio de 1554, después de rezar ante la tumba del Apóstol. La boda se celebró en la catedral de Winchester el 25 de julio, fiesta de Santiago Apóstol, y el español se convirtió en Felipe I de Inglaterra. Para que una reina gobernadora se casase con un hombre de su mismo rango, el César Carlos había cedido la corona de Nápoles a Felipe, que, además de príncipe de Asturias (título sin soberanía), era duque de Milán.

Embarazos fallidos

La situación política en Inglaterra era muy inestable. Enrique VIII y Eduardo VI habían diezmado a los católicos; Londres se había convertido en una ciudadela protestante por el fuego, la palabra y el dinero; los predicadores y los agentes franceses difundían rumores sobre una invasión española; y quienes se habían apoderado de los bienes eclesiásticos temían que se les obligase a devolverlos.

Tanto Felipe como Carlos aconsejaron prudencia a la reina, hasta el punto de que obtuvieron del papa Julio III una bula que reconocía la confiscación de los bienes de la Iglesia y Felipe consiguió el regreso de la hija de Ana Bolena, a la corte. El 30 de noviembre de 1554, en un acto oficial el reino abjuró de su herejía y la reina anunció que estaba embarazada.

El 31 de diciembre, un predicador pidió a Dios la pronta muerte de María I, por lo que el Consejo Privado pidió al Parlamento una ley para castigar a los herejes. Éste, siempre sumiso a los monarcas Tudor, fueran quienes fuesen, se apresuró a aprobar dicha norma. Bajo esa ley empezó una corta persecución a algunos protestantes, ni punto de comparación con la realizada por Enrique VIII ni, después de 1559, por Isabel I.

Después de comprobar la falsedad del embarazo de la reina (la hinchazón de su vientre se atribuyó, entre otras causas, a hidropesía), en verano de 1555, Felipe marchó a Flandes llamado por su padre, que deseaba abdicar en él la corona española. En marzo de 1557, regresó a Inglaterra como rey no sólo del país, sino, también de España. María anunció de nuevo un falso embarazo que concluyó en desilusión. Y en julio de 1557, de nuevo Felipe cruzó el canal para combatir a los franceses. Ya no regresó.

Ropa negra para Felipe y amarilla para Enrique

El último año de vida de Maria I comenzó con la pérdida de Calais, tomada por los franceses el 8 de enero de 1558. En abril, María Estuardo, reina de Escocia, casó con el delfín de Francia. La reina Catalina de Aragón había derrotado a los escoceses en 1513 en la batalla de Flodden Field, mientras Enrique peleaba en Francia; casi medio siglo después, Francia y Escocia volvían a ceñir Inglaterra. Los partidarios de la reina la abandonaban; los protestantes rezaban por su muerte; y su marido estaba en Bruselas, defendiendo sus tierras y sus pueblos. El 17 de noviembre murió de gripe a los 42 años.

Cuando recibió la noticia, Felipe II se retiró a la abadía de San Grumandola, cerca de Bruselas, y en ella permaneció varios días en meditación y rezo por su esposa. ¿Amó Felipe a María? Comparemos su actitud con la de Enrique VIII cuando en enero de 1536 le comunicaron que su esposa ante Dios, ya que no ante su iglesia, Catalina de Aragón, había fallecido en el insano castillo de Kimbolton, quizás envenenada, se vistió de amarillo de pies a cabeza para mostrar su alegría.

La primera reacción de Felipe fue proponer matrimonio a la nueva reina, Isabel, la que será años más tarde uno de sus más encarnizados enemigos. En el proyecto de las nuevas capitulaciones, se excluía la cesión de los Países Bajos españoles, muestra de que Felipe ya era soberano y modificaba las directrices de la política de su padre, más afín a la dinastía, por otras de carácter español.

De sus años en Inglaterra, Felipe II aprendió una lección que luego trató de aplicar en sus reinos: la llamada tolerancia religiosa y el libre examen provocaban el caos y la discordia. La misma conclusión sacó Isabel I, que por la Ley de Uniformidad de 1559, obligó a todos los súbditos mayores de 16 años a asistir a los oficios anglicanos y, más tarde, consideró traidores a quienes asistieran a misa castigándolos con confiscación de bienes, tortura y ejecución.

Isabel de Valois, la joya de Francia


Después de numerosas derrotas militares y ante el crecimiento de las fuerzas protestantes (hugonotes), que rodeaban el trono dispuestas a destruirlo, la enemiga de los Habsburgo y de España, la Francia de los Valois, estaba dispuesta a hacer la paz. Enrique II ofreció a Felipe II su hermosa hija Isabel.

En la época de las grandes monarquías, los reyes y las reinas jugaban a las cartas con los príncipes y las princesas para hacer parejas, trenzar amistades y hasta ganar oro. En cuanto un principito empezaba a gatear, sus padres ya le buscaban compromiso. Así, la princesa niña Isabel de Valois, nacida en 1546, hermosa y culta, fue ofrecida por sus padres, Enrique II y Catalina de Médici, al rey Eduardo VI de Inglaterra, al príncipe Carlos de España y, por último, a Felipe II. Su padrino de bautismo había sido el inglés Enrique VIII, que le impuso ese nombre de pila en honor a su segunda hija.

La muerte de María I cerró la puerta a una restauración católica en Inglaterra, así como a la alianza con España. Felipe II meditó que quizá fuese mejor hacer la paz con el enemigo contra el que combatían los españoles desde 1494 que apoyarse en un aliado inseguro. Su cuñada Isabel, a la que él había favorecido en Londres hasta el punto de salvarle la cabeza, rechazó su propuesta de matrimonio y se declaró protestante.

La nueva liga organizada por el sucesor de Francisco I, su hijo Enrique II, con el papa Pablo IV y los turcos, había sido deshecha en la batalla de San Quintín (10 de agosto de 1557) por los tercios mandados por Manuel Filiberto de Saboya. Al año siguiente, una nueva victoria, la de Gravelinas (13 de julio de 1558), persuadió al rey francés para pedir la paz. Los embajadores y los correos viajaron entre Londres, París y Bruselas, residencia entonces del monarca español, que deseaba volver a la Península Ibérica, y se firmó en abril de 1559 la Paz de Cateau-Cambresis. Este tratado es el más importante del siglo XVI, ya que supuso el reconocimiento de la hegemonía española en Europa y la paz entre España y Francia hasta 1635.

Como prenda del acuerdo, Enrique II entregó su hija y a su hermana a sus vencedores: Felipe casó con Isabel, nacida en abril de 1546, y Manuel Filiberto, duque de Saboya, con Margarita, duquesa de Berry. La boda entre el monarca español y la princesa Valois se celebró por poderes en París en junio. En los festejos de la siguiente, Enrique participó en un torneo en el que una lanza se le clavó en un ojo y le mató. Le sucedió su hijo Francisco II.

Isabel y su séquito emprendieron viaje hacia España por tierra, mientras que los equipajes de la reina y sus damas eran tan voluminosos que se mandaron por mar. En enero de 1560, las dos comitivas se encontraron bajo la nieve en Roncesvalles. La reina prosiguió viaje por Pamplona y Sigüenza hasta el palacio del duque del Infantado en Guadalajara, donde se encontró con Felipe. En todos los lugares era aclamada no sólo por su belleza y juventud, sino porque era Isabel de la Paz.




Un primogénito tarado

Con ella la leyenda negra ha amasado sus mayores infamias contra Felipe II. Se le atribuyó cierto alejamiento respecto a su marido debido a la edad de éste, cuando el rey tenía 32 años y estaba en el verano de su vida. En Toledo recibieron a la francesa Juan de Austria, Alejandro de Farnesio y el contrahecho y enfermo príncipe Carlos, que en marzo de ese año fue jurado como príncipe de Asturias por las Cortes de Castilla. De esos meses se conserva una carta que Isabel escribió a su madre: "Os diré que soy la mujer más feliz del mundo". Catalina había tenido que soportar a la amante de su marido, la duquesa Diana de Potiers, en palacio.

A Catalina le costó diez años concebir a su primer hijo después de la boda. Isabel fue más precoz. El 1 de agosto de 1566, en el palacio de Valsaín (Segovia), dio a luz a su primer hijo. Como un marido del siglo XXI, Felipe asistió al parto y sostuvo la mano de su esposa. El bebé fue una niña, que recibió los nombres de Isabel Clara Eugenia. Con el tiempo esta niña fue el hijo más amado por Felipe II; a los cuatro años se decía que tenía la inteligencia de una muchacha de quince; y traducía para su padre documentos del italiano y hasta cifrados. El 10 de octubre de 1567 nació su segunda hija, Catalina Micaela. Algunos historiadores sostienen que de haber nacido un varón el rey habría depuesto al príncipe Carlos, que ya daba muestras de una locura irrefrenable, que le condujo a tener tratos con los rebeldes flamencos.


En enero de 1568 Felipe II encabezó el piquete de soldados que detuvo a su primogénito. Éste trató de matarse negándose a comer. Falleció a los 23 años de edad, en julio de 1568, y los traidores Guillermo de Orange (en quien Carlos V apoyaba su brazo en la abdicación de Bruselas) y el barón de Montigny acusaron a Felipe de haberle asesinado. En Madrid, nadie entre el pueblo sintió la desaparición de un personaje tarado.

Mientras tanto, en el verano de ese año la reina cayó enferma con fiebres, causadas por los nervios y los trastornos de la alimentación. Los médicos españoles no fueron capaces de descubrir que estaba embarazada y le aplicaron sus remedios de matarife: sangrías, purgaciones, ventosas, enemas, torniquetes... El 3 de octubre, el cuerpo agotado de Isabel dio a luz a una niña de cerca de seis meses que murió inmediatamente; su madre lo hizo horas después.

Felipe la acompañó en el trance supremo. Su amada Isabel, Isabel de la Paz, le pidió que mantuviera la paz entre España y Francia, y añadió que lamentaba dejarle sin haberle dado un hijo varón.

Cuando el cortejo fúnebre pasaba por las calles, la gente lloraba de pena. El rey se retiró dos semanas al Monasterio de los Jerónimos, sin querer recibir a nadie ni ver documento alguno; luego marchó a El Escorial; y guardó luto un año entero.

El annus horribilis para Felipe II

1568 fue el annus horribilis para la Monarquía española: muerte del enfermo príncipe de Asturias, sublevación de los moriscos de Granada, comienzo de la rebelión en Flandes (la Guerra de los Ochenta Años) y muerte de Isabel. En su biografía de Felipe II, el británico Geoffrey Parker reproduce unos párrafos de una carta que el rey escribió, a principios de 1569, a su entonces principal consejero, el cardenal Diego de Espinosa, en que le describía su desánimo y sus deseos de abdicar, como había hecho su padre en enero de 1556.

La reina Isabel murió el 3 de octubre de 1568. Ese mismo día el nuncio del papa, Pío V, impulsor de la Liga Santa que derrotó a la flota turca en Lepanto, escribió una carta a su señor describiendo la desolación en la corte, pero en una posdata cifrada añadía que todos daban por seguro que Felipe II, padre de dos niñas pequeñas, volvería a casarse, incluso daba el nombre de las candidatas: la princesa Margarita de Valois, hermana pequeña de Isabel, y la archiduquesa Ana de Austria, sobrina del rey.

En esos siglos, los monarcas debían ocuparse antes de sus deberes que de sus sentimientos. Y mientras se amortajaba a la reina muerta, el rey pensaba en su cuarta boda.