Por qué hago este blog. No lo sé. Supongo que por aburrimiento, como forma de almacenar cosas que me van llegando y luego pierdo. No lo sé. Pero aquí está. Es muy probable que me canse de él pero.......
La serie documental arranca con la década de 1920, en la que España
experimenta notables transformaciones económicas y sociales.
Los años vividos - Cap. 1: Los locos años 20
Cap. 2: Tiempo de ilusiones
Documental que analiza los acontecimientos históricos más importantes
ocurridos en la primera mitad de los años 30, el ambiente de ilusiones y
esperanzas contradictorias que se creó tras la proclamación de la II República y
los intentos modernizadores que se llevaron a cabo en este periodo. Participan
personalidades relevantes del mundo social, político y cultural, que comentan en
primera persona los hechos fundamentales acaecidos en la época. Aparecen en el
documental: Olga Ramos, Juan de Avalos, Marcelino Camacho, Miguel Gila, Santiago
Carrillo, José Antonio Saenz de Santamaría, Manuel Gutiérrez Mellado, Emilio
Benavent, Luis Rosales, Gloria Fuertes, Antonio Pedrol Rius, Camilo José Cela,
José Luis Saenz de Heredia, Matías Prats, Manuel Azcarate, Carlos Fontseré, José
María Díez Alegría, Rafael Abella, Gabriel Celaya, Gonzalo Torrente Ballester,
José Manuel Lara, Emilio Romero, Joaquín Ruiz Giménez Aguilar, José Luis
Sampedro, Alfonso XIII, rey de España, Victoria Eugenia, reina de España y
Dolores Ibarruri.
Los años vividos - Cap. 2: Tiempo de ilusiones
Cap. 3: Tiempo de tragedia
Seguimos en los años 30, adentrándonos en la cruenta guerra
civil que marcaría nuestra historia.
Los años vividos - Cap. 3: Tiempo de tragedia
Cap. 4: Tiempo de posguerra
Los duros años de la posguerra civil española.
Los años vividos - Cap. 4: Tiempo de posguerra
Cap. 5: Tiempo de paréntesis
Nos detenemos en los años 50, a caballo entre la posguerra y la moderada
recuperación económica de los 60.
Los años vividos - Cap. 5: Tiempo de paréntesis
Cap. 6: Tiempo de prodigios
Un recorrido por la década de los 60
Los años vividos - Cap. 6: Tiempo de prodigios
Cap. 7: Tiempo de protesta
Un recorrido por la década de los 70.
Los años vividos - Cap. 7: Tiempo de protesta
Cap. 8: Tiempos de cambio
A comienzos de los años 90, la periodista Mercedes Odina firmó para Televisión
Española Los años vividos, una serie documental que se convirtió en la
crónica audiovisual del siglo XX español más novedosa y de mayor éxito de
aquellos años. La serie ofreció un relato televisivo de la historia de España
desde 1920 hasta 1992 tirando del hilo de la memoria de más de 150 personajes
célebres de diferentes generaciones que dieron rienda suelta a sus recuerdos
para conformar la historia de aquellos decenios. En este capítulo, José María
Aznar, Martirio, Antonio Gutiérrez, Ana Belén, Javier Gurruchaga, Pedro J.
Ramírez y Miguel Bosé, entre otros, recuerdan la segunda mitad de la década de
los 70: el nombramiento de Suárez, la aprobación de la Ley de la Reforma
política, el destape, la legalización del PCE y las primeras elecciones
democráticas no faltan en el relato de los que entonces tenían entre 20 y 30
años.
Me pide la afición otro de esos episodios históricos que cuento de vez en
cuando, más que nada porque casi nadie habla de ellos. Bien mirado, si nos
agrada que nuestras selecciones y equipos ganen partidos de fútbol, carreras
ciclistas y medallas olímpicas, y recordamos con entusiasmo el gol de Zarra o el
tour de Bahamontes, no veo por qué hemos de ignorar otra clase de
confrontaciones y campeonatos donde nuestros paisanos, durante siglos, se
estuvieron jugando algo más que una final de copa. A fin de cuentas, por poco
que nos guste aquella España y lo que tenía dentro, los jugadores del equipo
eran los nuestros. Tatarabuelos y gente así. Con nuestra camiseta.
Esta
vez le toca al socorro de Goes, cuyo 440 aniversario se cumplirá el 20 de este
mes. Corría el año 1572, y las provincias holandesas afirmaban su rebelión
contra una España que, como de costumbre, luchaba sola contra medio mundo. Ocho
mil soldados holandeses reforzados por los habituales ingleses, protestantes
alemanes y hugonotes franceses, cercaban el pequeño enclave de Goes, entre las
bocas del Escalda, donde cuatrocientos españoles aguantaban como podían, dientes
apretados, esperando socorro. Correspondía éste a un ejército enviado por el
duque de Alba, bajo el mando de don Sancho Dávila y el maestre de campo
Cristóbal de Mondragón, que se había visto detenido por falta de embarcaciones y
la solidez de la defensa enemiga. Goes iba a quedar abandonada a su suerte; y la
guarnición española, mandada por un duro capitán llamado Isidro Pacheco que
tenía orden de no rendirse ni harto de vino, sería pasada a cuchillo. La suerte
parecía echada. Y entonces, a alguien se le ocurrió un plan.
Había un vado, contaron algunos pescadores. Un paso de tres leguas y media:
diecisiete kilómetros que la marea baja descubría durante unas horas hasta la
altura del pecho de un hombre. Echándole hígados al asunto, entre dos mareas
podía intentarse cruzar de noche por ahí; con el peligro de que si quienes lo
hicieran se retrasaban o quedaban atrapados en el fango, los pillaría la
creciente y se ahogarían todos. Pero, como se decía entonces, no se pescaban
peces a bragas enjutas; así que el maestre de campo Mondragón, un correoso
veterano de los tiempos de Carlos V, las campañas de Italia, Túnez y Alemania,
dispuso una fuerza de 2.500 españoles de los tercios viejos, reforzados por
valones y tudescos. Luego los hizo formar en la playa al atardecer, y
llamándolos «compañeros míos» -funesto halago que al soldado español siempre le
anunciaba escabechina segura- largó un discurso con tres argumentos básicos: que
él iba a ir delante dando ejemplo, que si no cruzaban rápido y en silencio se
ahogarían todos, y que una vez al otro lado no iban a dejar un puto hereje vivo.
Luego le dijo al capellán que diera a todos la absolución preventiva, por si las
moscas. Y mientras la tropa se persignaba y blasfemaba por lo bajini, el maestre
de campo se quitó la botas y se metió el primero en el agua. La verdad es que
fue admirable. Imaginen a dos mil quinientos tíos, la mayor parte morenos y
bajitos -había entre ellos muchos arcabuceros vascos, por cierto-, protestando
de todo, agarrados unos a otros para que no se los llevara el agua, con la marea
por el pecho, llevando en alto los saquetes de pólvora, el pedernal y las mechas
en la punta de picas y arcabuces. Diecisiete kilómetros de noche, chapoteando a
oscuras, mojados hasta la barba, heridos los pies descalzos en las piedras y
cascajos, fatigados por lo pegadizo del fango. Sintiendo subir poco a poco la
marea mientras se preguntaban qué puñetas estaban haciendo allí, de noche y a
remojo, en vez de estar pidiendo limosna como señores en la puerta de una
iglesia de Talavera, Hernani o Sevilla. Pero hubo suerte: sólo se ahogaron
nueve. Los menos altos.
Y ahora imaginen la escena. La mala hostia con que esas criaturas llegaron a
la orilla. Esa luz gris y sucia del amanecer. Esos holandeses e ingleses que de
pronto ven asomar a dos millares y medio de homicidas barbudos, sucios de barro,
con ojos de locos y unas ganas desaforadas de quitarse el frío degollando a
mansalva. Y claro. Por mucho que corrieron hacia sus embarcaciones, no les dio
tiempo a todos. A pirarse. He buscado cantidades exactas: Fernández Duro habla
de dos mil palmados y Bentivoglio se limita a decir «mataron muchos». La cifra
más creíble son 800 holandeses e ingleses pasados por la piedra, entre los
acuchillados y los que se ahogaron intentando salvarse. Y oigan. Parece un
resultado más bien sangriento para cuartos de final. Tampoco estaba allí Manolo
el del bombo, ni Iker Casillas con arcabuz. Pero qué quieren que les diga. Eran
otras ligas. Eran otros tiempos.
Hay un proyecto, apoyado por la Real Academia Española, para
localizar los restos de Miguel de Cervantes en el subsuelo del convento de las
Trinitarias, en Madrid. El convento está en el corazón del barrio de
las Letras, cerca de la casa en la que vivió Lope de Vega y del lugar donde
estuvo la que habitaron Góngora y Quevedo -éste, tan español como el que más,
compró la vivienda del poeta cordobés para darse el gusto de echarlo a la
calle-. Respecto a Cervantes, la cosa estriba en que el autor
del Quijote, que murió viejo y pobre, recibió sepultura en un sitio que
el tiempo transformó en fosa común, y sus huesos están en algún lugar de ahí
abajo, revueltos con otros sin nombre y sin historia. La idea de quienes
impulsan el asunto es utilizar las modernas técnicas de rastreo basadas en el
georradar para, combinadas con los adecuados estudios forenses, determinar
cuáles de los huesos que se localicen corresponderían a un varón de setenta años
que en su juventud hubiera recibido, como fue el caso de Cervantes en Lepanto,
lesiones que le dejaron huellas en el pecho y estropeado el brazo izquierdo:
heridas y manquedad recibidas peleando a bordo de la galera Marquesa,
en aquella batalla que, en palabras -justificadamente orgullosas- del propio
interesado, fue «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los
presentes, ni esperan ver los venideros».
El proyecto es
caro, naturalmente. Los expertos lo estiman en unos 100.000 euros; así
que Cervantes y sus huesos sin identificar seguirán durmiendo tranquilos su
modorra de siglos, porque dudo que en estos tiempos difíciles de austeridad y
recortes alguien invierta un céntimo en removerlos. Esto no es Inglaterra con su
Shakespeare, ni Francia con su Montaigne, ni Alemania con su Goethe. Para tales
cosas, ni siquiera somos Italia -que ya nos gustaría, a algunos- con su
patriotismo cultural y su dilatado panteón de mármol y gloria. En España, o como
se llame esta descojonación de Espronceda en la que habitamos, la cultura, la
memoria y la vergüenza torera siempre fueron los primeros rehenes a ejecutar por
parte de los golfos, los fanáticos, los idiotas y los indiferentes. Las
prioridades -léase clase política y su propio estado del bienestar- son las
prioridades. Aparte el hecho de que rescatar a estas alturas del putiferio los
restos del hombre que fijó el canon del castellano, también llamado español
-Franco firmaba sus sentencias de muerte en esa lengua opresora y fascista-,
sería considerado un acto de provocación intolerable y una agresión a las
sensibilidades y lenguas periféricas; tan nobles, o incluso más, todas ellas.
Desde cualquier punto de vista, por tanto, éstos no son tiempos simpáticos para
gastar dinero removiendo huesos; y mucho menos con las incertidumbres de una
búsqueda que tiene altas probabilidades de fracaso. Sin embargo, la idea de
encontrar y honrar los restos de Cervantes sigue siendo hermosa. Y la Academia,
entre cuyos fines se cuenta «mantener vivo el recuerdo de quienes, en España
o en América, han cultivado con gloria nuestra lengua», seguirá atenta a
ello, por si algún día un mecenazgo adecuado, un ministerio de Cultura
quijotesco -y nunca sería tan adecuado el adjetivo-, una universidad extranjera
o un inesperado golpe de suerte permitiesen emprender los trabajos. Algún día.
Quizá. Tal vez. Puede ser. Quién sabe.
De todas formas, cuando lo pienso un poco, concluyo que tal vez sea
mejor así. El autor de la novela más grande e inmortal, el escritor
modernísimo que marcó para siempre la literatura universal, el soldado que nos
enseñó a hablar y a escribir una lengua bellísima y eficaz que comparten casi
500 millones de seres humanos, fue toda su vida víctima de la ingratitud, la
calumnia, la mala suerte y la envidia, vivió de fracaso en fracaso, murió
anciano, pobre y casi ignorado por sus compatriotas, y recibió sepultura en la
humilde fosa común de un convento de Madrid. Había nacido en España, y eso lo
resume todo. Así que, bien mirado, no hay para don Miguel de Cervantes túmulo
más simbólico e inequívocamente español que ese viejo convento de ladrillo
perdido en el centro de Madrid -hasta la calle, ironía póstuma, se llama Lope de
Vega-, bajo cuyos muros, revueltos con otros huesos, duermen los suyos
nobilísimos en el polvo de los siglos. Y los pocos que conocen y recuerdan, los
escasos transeúntes que pasan junto a las Trinitarias y se detienen un momento
para apoyar una mano en el muro de ladrillo mientras dedican una sonrisa triste
y agradecida a la memoria del autor del Quijote, saben que, para un
hombre como él, en patria tan miserable e ingrata como la suya, no es posible
imaginar monumento funerario más perfecto que ése.
Este primer programa, incluye tres documentales. El primero, "España, 1936", que tuvo también el título de "España leal en armas" fue producido por la Subsecretaría de Propaganda del Gobierno de la República con dirección de Jean Paul Le Chanois y producción, selección de material y guion de Luis Buñuel. El segundo documental es "El entierro de Durrutí", del que se conserva la versión inglesa, traducida para esta ocasión al castellano. El protagonista es Buenaventura Durruti, dirigente anarquista de la CNT y de la FAI. El tercer y último documental es un breve testimonio excepcional sobre la primera reunión de las Cortes republicanas tras el golpe de Estado, celebrada en Valencia el 1 de diciembre de 1936.
'La España heroica' es el título del documental que se incluye en este
programa sobre la España que comenzaron a forjar los militares sublevados y las
fuerzas políticas que los apoyaron.
'Estampas de la guerra civil española', es un largo documental de 77 minutos,
de producción hispano-alemana, enteramente construido en montaje.
TVE
CAPITULO 3
La revolución social
El primer documental de este programa es un documento
anarquista que muestra la destrucción de los símbolos del poder, el
anticlericalismo la violencia revolucionaria. El documental resume, como ningún
otro, el radicalismo del lenguaje y de la acción revolucionaria. Se muestra, en
el segundo documental, las milicias anarquistas en el frente de Aragón, la
revolución, la colectivización de la tierra, la apología del pueblo y de los
desheredados. Durruti aparece como el líder de la revolución, el héroe del
pueblo.
El último documental anarquista de este capítulo es: 'Barcelona
trabaja para el frente', producido por el Comité Central de Abastos de la CNT.
El documental trata de mostrar que esa revolución no solo llega a los medios de
producción, sino también a los bienes de consumo.
CAPITULO 4
La defensa de Madrid
Los dos primeros están producidos por el Socorro Rojo
Internacional y la Alianza de Intelectuales Antifascistas. En el primero, la
actriz Montserrat Blanch invita a los madrileños a emular las jornadas
gloriosas de mayo de 1808. El segundo se cierra con Rafael Alberti
recitando -Madrid, corazón de España-.
Los dos siguientes documentales fueron filmados por un equipo
del noticiario cinematográfico oficial soviético enviado a España como
corresponsales de guerra.
Por ultimo,-Madrid, cerco y bombardeo de la capital de
España-, es un documental franquista sobre el avance de las tropas sublevadas en
el otoño de 1936. Es la visión del bando sublevado contra la República, rodado
por un equipo cinematográfico que viajo desde Salamanca al frente de Madrid.
CAPITULO 5
Campos de batalla
Se han seleccionado para este programa 7 documentales que
reflejan la evolución de la guerra y de la política en los dos bandos en
lucha.
El primero es un documental franquista sobre un acto de
homenaje a las Brigadas Navarras celebrado en Pamplona después de la conquista
del Norte por las tropas de Franco. Ceremonias religiosas, desfiles militares y
homenajes al Caudillo seguían siendo las señas de identidad de la España de los
militares sublevados.
Los otros dos documentales también ensalzan esa visión de
España.
Los dos siguientes documentales son republicanos, de la
productora catalana Laya Films. Cierra el programa otros 2 documentales sobre
la toma de Teruel por las tropas nacionales.
La intervención internacional es lo que se refleja en
los ocho documentales que incluye este programa. En los tres primeros, los
protagonistas son los prisioneros de ambos bandos y tanto la propaganda
republicana como la franquista trataban de mostrar, para eso sirve la propaganda
en guerra, para falsear la realidad, el exquisito trato que se les daba.
Los siguientes documentales transmiten abundantes muestras de
la intervención fascista y soviética. Podemos destacar el documental británico
sobre los actos de despedida a las brigadas internacionales en el otoño de 1938
y un fragmento del documental aleman sobre la Legion Condor, que muestra
el traslado de esa unidad de combate desde España a Alemania, concluida ya la
guerra civil española.
Este capitulo refleja el triunfo de los sublevados y la puesta
en marcha del nuevo Estado presidido por el poder absoluto del General
Francisco Franco.
Los investigadores encuentran marcas que demostrarían que el
general no murió por las heridas del atentado
como se creía (vea
las imágenes).
El cuello y la nuca del cuerpo momificado del general
Prim presentan profundos surcos "compatibles con rastros de una
estrangulación por medio de correa o banda de cuero", según asegura un adelanto
de las conclusiones del estudio efectuado en el hospital Universitario de San
Joan, de Reus, por la Comisión multidisciplinar Prim de Investigación de la
Universidad Camilo José Cela de Madrid.
"El estudio médico legal del cadáver del general Prim –dice el primer
informe-, se encuentra, en estos momentos, en un punto crucial desde la
perspectiva histórica ya que se han encontrado evidencias compatibles con
lesiones externas por estrangulamiento a lazo". Estas lesiones están siendo
estudiadas y valoradas por la doctora María del Mar Robledo Acinas y por Ioannis
Koutsourais, ambos investigadores de la Comisión Prim.
María del Mar Robledo es doctora en Medicina Legal y Forense, especialista en
Antropología Forense e investigación criminal y directora del laboratorio de
Antropología Forense y Criminalística de la UCM. Ioannis Koutsourais es
especialista en Antropología Forense e Investigación Criminal, así como
fotógrafo científico.
Un surco en el cuello
Los expertos han encontrado, en el examen externo del cadáver momificado del
general, un surco desde la parte posterior del cuello que presenta continuidad
hasta la zona delantera y desde donde parte otro en dirección posterior y
ascendente. Estas marcas, en principio, son compatibles con las descritas por
diferentes autores de literatura médico legal (Balthazard, Simonín, Concheiro y
Suárez Peñaranda, López Gómez y Gisbert, Di Maio).
No obstante, es importante descartar que se trate de marcas
producidas por un artefacto postmortal, así como establecer la
diferenciación de un surco producido por un objeto de los pliegues que de forma
generalizada presentan los cuerpos momificados.
Podría decirse que, con esto, el gran misterio criminal del siglo XIX, al que
se han aplicado las técnicas más avanzadas del siglo XXI, quedaría resuelto, 142
años después de perpetrado. "En el caso que nos ocupa –sigue el adelanto de las
conclusiones-, se cuenta con la ventaja de que el cuerpo se encuentra en un
extraordinario estado de conservación, la momificación completa del
cadáver, siendo este un proceso de los denominados Procesos
conservadores del cadáver y que se caracteriza por una deshidratación
intensa del cuerpo", asegura.
Además, añade que "para que un cadáver se momifique de manera espontánea
influyen las condiciones ambientales, el sexo del individuo y la causa de la
muerte, por ejemplo, una muerte que ha cursado con grandes hemorragias favorece
la momificación, recordemos las importantes lesiones por armas de fuego que
presenta el cadáver del general Prim y la elevada pérdida de sangre a
consecuencia de estas lesiones que se evidencian en las ropas que llevaba en el
momento de sufrir el atentado. La conservación permite el estudio de las
lesiones que presenta el cadáver, tanto externas como internas a nivel
óseo".
Rematar al presidente
En manos de sus asesinos, aunque estaba en su casa, parece que éstos
decidieron rematar al presidente del Consejo de Ministros aprovechando que
estaba indefenso en la cama donde agonizaba. Así lo afirma el adelanto de las
posibles conclusiones de la investigación multidisciplinar que cambiaría todo lo
conocido acerca de este acontecimiento histórico.
Prim era masón y como tal fue enterrado bajo un rito
masónico que podría incluir ponerle ojos de cristal, un elemento extraño y nunca
antes encontrado en los restos de un cuerpo momificado de estas características.
Por eso ahora parece mirar con los ojos abiertos y su piel ha adoptado la
consistencia del cuero negro brillante. En la parte de la nuca y cuello, de una
forma profunda, resultado de una enorme presión, se distinguen grandes surcos y
marcas compatibles con una muerte por asfixia mecánica en un proceso de
estrangulación a lazo con banda de cuero.
Los surcos presentan pliegues cutáneos verticales propios de esta clase de
homicidio y en general las marcas "antemortem" coinciden con la
literatura científica consultada. Los antropólogos forenses de la
Comisión Prim han contrastado científicamente lo que parece confirmarse, y que
nunca se ha investigado bastante hasta ahora. Por eso, la comisión
universitaria, convertida en un acto docente, quiere mostrar un adelanto de lo
encontrado mostrando la verdad en exclusiva mundial, en lo que es una
demostración del poder de la ciencia contra el crimen.
El atentado
El general Prim, el hombre más poderoso de aquella época, presidente del
Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra, fue herido gravemente en
la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas), pasadas las siete de la
tarde del 27 de Diciembre de 1870. Fue atacado por una docena de sicarios
armados con pistolas, trabucos y escopetas de avancarga, que le produjeron un
enorme boquete en el hombro izquierdo, otra importante herida en el codo del
mismo lado y una tercera en la mano derecha, que le amputó parcialmente el dedo
anular y afectó los metacarpianos.
Probablemente inconsciente, el valiente general, tres veces premiado con la
laureada de San Fernando, la más alta condecoración militar, fue trasladado por
el cochero y sus ayudantes, Nandín y Moya, al palacio de Buenavista, donde
residía y que era la sede del ministro de la Guerra; ahora es el cuartel general
del Ejército, en Cibeles, Madrid.
Aunque cuenta la versión oficial que subió a pie las empinadas escaleras del
edificio es probable que fuera transportado por los citados que le acompañaban y
depositado en un sofá, o cama, en el que debió ser extendido mientras se
desangraba a chorros por sus heridas. En su casa, aunque en manos de sus
enemigos, éstos debieron observar en las primeras curas que no había sido
alcanzado en ningún órgano vital y no fiaron el buen fin de su acción a la
hemorragia, sino que debieron decidir asegurarse de que Prim no podría reponerse
de sus heridas. Dado que no había muerto en la misma calle del Turco, como
estaba previsto, uno de los sicarios de los poderosos instigadores del crimen,
debió rematarle en el propio lecho de agonía para asegurarse de que el hombre
que había sido acechado tres veces en los últimos tres meses, no habría de
escapar esta vez.
La conspiración
Mientras, el nuevo rey Amadeo de Saboya ya había puesto pie
en Cartagena y se dejaba conducir por quienes habían tomado el poder, tras la
desaparición de Prim. Amadeo I es recibido en el puerto por el almirante Topete,
partidario de Antonio de Orleans, duque de Montpensier, que
pretende el trono de España, al que el sumario apunta como presunto máximo autor
intelectual del crimen y financiero de los diversos intentos de magnicidio
sufridos por Prim.
La versión oficial indica que Topete va a recibir a Amadeo I por orden de
Prim, pero como puede imaginarse esto no es posible. Lo más probable es que
fuera enviado por el general Francisco Serrano, el regente, el de la calle
Serrano de Madrid, también montpensierista, que acabaría en muy poco tiempo
asumiendo todos los cargos de Prim: la presidencia del Consejo de Ministros y el
Ministerio de la Guerra. Desde su "jaula dorada", donde representaba al Jefe del
Estado pero no mandaba nada, vuelve al meollo del poder recuperando su
protagonismo e influencia.
El análisis forense
Los antropólogos forenses de la Comisión Prim han averiguado otros muchos
detalles sobre el curso de las heridas y los que debieron ser los últimos
instantes de vida del general con el análisis de la momia desvestida para ser
analizada en el hospital Universitari de Reus. Allí se le hizo una
endoscopia, se le introdujo en un TAC y se le tomaron radiografías,
además de un minucioso análisis macroscópico, con las técnicas más avanzadas del
siglo XXI. Así se ha configurado un retrodiagnóstico criminológico que nos
explica una parte desconocida y convertida en leyenda de nuestra propia
historia.
La Comisión de Investigación Prim, de la Universidad Camilo José Cela,
promovida por el Departamento de Criminología es una comisión multidisciplinar
de la que forman parte relevantes doctores y profesores de las universidades
Rovira y Virgili, Granada, Complutense y Valencia, además de la UCJC. Todos
ellos han actuado acompañados y ayudados por alumnos, haciendo de esta
investigación un importante acto docente.
En el seno de la Comisión hay criminólogos, historiadores, médicos, biólogos,
antropólogos forenses y juristas que pretenden poner la investigación
universitaria a la vanguardia y analizar los resultados de una completa
investigación, que empezó examinando cada uno de los folios del sumario olvidado
de Prim, continuó con la revisión criminalística de los efectos conservados en
el Museo del Ejército, y concluye con el análisis, en Reus, de
la momia del general que ha proporcionado datos sorprendentes.
Desde el "Desastre de Annual" han pasado 91 años, pero el Rey otorgado con la
máxima condecoración al Regimiento de Caballería Alcántara. Este Regimiento
participó en numerosas batallas y, en Marruecos, tuvo el mayor porcentaje de
bajas que jamás haya tenido una unidad de caballería en toda la historia.
Gonzalo Fernández de Córdoba, «Gran Capitán». El eco
de sus proezas aún retumban en los manuales de historia militar. En Europa y
allende los mares, donde los «herederos» de sus Tercios fraguaron el
Imperio de aquella joven España. Cuando muchos nombran tan alegremente a
Sun Tzu, Clausewitz, Napoleón, Patton o Schawrzkopf, olvidan que fue este genio
militar español quien cambiaría para siempre el «arte de la guerra»: de
la pesadez medieval (caballería pesada) a la agilidad moderna
(infantería).
Reconquista de Granada, victoria sin igual
frente al francés en Nápoles, conquista de un nuevo Reino para sus
«Señores», virrey, precursor de una nueva estrategia militar fundamentada en la
infantería y visionario de un Ejército español cuyas reformas impulsaron un
cambio de mentalidad que posteriormente derivó en la creación de los populares
tercios españoles que acabarían dominando buena parte del mundo e invictos desde 1503 hasta el desastre de Rocroi en 1643.
Sin embargo, y a pesar de sus proezas, este cordobés nunca dejó de ser un
oficial cercano a sus hombres, con sentido del honor para con el contrario,
estoico y, ante todo, súbdito leal
hacia unos Reyes Católicos que iniciaban en sus hombros la aventura de una nueva
nación. Aunque no fueron pocas las desaveniencias acaecidas con sus «Señores»,
llegando a ser apartado de la «res publica» y «res militaris» de la siempre desagradecida España.
Como bien explica Fernando
Martínez Laínez, periodista y coautor del libro «El Gran
Capitán» (Ed. Edaf), Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515) se inició
pronto en la carrera militar, pues estaba destinado a dedicarse a guerrear al
ser el segundo hijo de una familia noble, cobrando su nombre más poder entre los
militares. Pronto se asoció su nombre a la
valentía. «Una de las primeras batallas en las que intervino fue la de
Albuera, cuando combatió a las huestes del rey de Portugal que
habían invadido Extremadura».
«Hacia 1497, tras una breve estancia en la Corte, los Reyes Católicos
le nombran "adalid de la Frontera", un grado que equivalía a
capitán», explica Laínez.
La Reconquista de Granada
Pero donde realmente comenzó a mostrar su ingenio militar fue durante
la «Guerra de Granada», una campaña militar que se sucedió a partir
de 1482 y en la cual los españoles pretendían expulsar a Boabdil del
último estado musulmán en la Península Ibérica. «La guerra se produjo por la
firme decisión de los Reyes Católicos, que querían acabar de una vez por todas
con el enclave musulmán de Granada, el único territorio que quedaba para
completar la unidad cristiana peninsular».
Gonzalo tomó parte en esta contienda al mando de una unidad de
«lanzas» (caballería pesada con una gruesa armadura) de la casa de Aguilar, de
la que su hermano era señor. «Fue una guerra larga, que duró casi diez años, y
se libró a base de incursiones, asedios, golpes de mano y
escaramuzas persistentes, sin grandes batallas campales», determina el
escritor.
«El Gran Capitán tuvo un papel muy destacado a lo largo de toda la
campaña, en especial en los ataques a Álora, la fortaleza de Setenil, Loja y
el asalto al castillo de Montefrío, cercano a Granada». De
hecho, algunos cronistas como Hernán Pérez afirman que, durante esta guerra.
«Gonzalo era siempre el primero en atacar y el último en retirarse».
Cuadro
de José de Madrazo sobre el asalto del «Gran Capitán» en Montefrío
Su papel más
destacado lo tuvo al final de la contienda, ya que fue una de los diplomáticos
que negoció la rendición del reino nazarí de Granada e incluso actuó como
espía. «Es totalmente cierto que llevó a cabo una hábil labor secreta,
fomentó la división de las facciones nazaríes de Granada, negoció con Boabdil la
rendición de la ciudad, y hasta acompañó al último monarca nazarí en su último
viaje por España cuando este pasó a refugiarse en África», sentencia Laínez.
Granada sería su principal manual de «lecciones aprendidas» para las guerras
venideras.
«Pronto, su valerosa actitud y dotes de mando llamaron la atención de
los Reyes Católicos, que le recompensaron con la tenencia (jefatura militar) de
Antequera, el señorío de Órgiva y una encomienda», prosigue Laínez.
Primera guerra de Italia
Sin embargo, parece que los grandes honores que recibió no fueron
suficientes para Gonzalo, pues en
1495 se embarcó hacia otra gran campaña esta vez en Nápoles. Su misión
era clara: detener el avance de los franceses, deseosos de expandirse
militarmente con la toma de algunos territorios. «La primera campaña italiana se
inició cuando el rey francés Carlos VIII invadió el reino de Nápoles (Reame) con
una gran ejército. Al poco tiempo se retiró, pero dejando la mayor parte del
Reame ocupado».
«Utilizando las tácticas aprendidas en la Guerra de Granada,
Fernández de Córdoba, limpió Calabria de enemigos, conquistó la provincia
de Basilicata y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en
Nápoles en 1496», destaca el escritor. Fue tras el asalto a esta ciudad cuando
se empezó a conocer a Gonzalo como «Gran Capitán». Tras tomar el lugar, volvió a
España como un héroe.
Segunda contienda en Nápoles
A pesar de que se firmó un tratado con Francia para que cesaran las
hostilidades, la paz no duró demasiado. El rey francés
Luis XII había firmado un tratado con Fernando el Católico para repartirse el
reino napolitano. Los franceses ocupan la mitad norte y el sur queda en poder de
las tropas españolas que manda el Gran Capitán.
Pero pronto se iniciaron las discrepancias entre españoles y franceses por cuestiones
fronterizas, lo que provocó que en 1502 se reiniciara la guerra después
de que los franceses trataran de nuevo de tomar Reame. El «Gran Capitán» no lo
dudó y se dispuso a enfrentarse a los enemigos de España. Una de las primeras
batallas de esta guerra fue la de Ceriñola (Cerignola), en la que Gonzalo
tendría que hacer uso de toda su experiencia militar para lograr salir
victorioso.
La batalla que revolucionó la Historia
La batalla de Ceriñola sin duda cambió la historia, y es que, si
hasta ese momento la fuerza de los ejércitos se medía en base a la
cantidad de caballería pesada de la que disponía, tras esta lid la
mentalidad militar evolucionó y comenzó a primar la infantería.
La batalla se desarrolló en un diminuto punto de la Apulia italiana
situado en lo alto de una colina cubierta de viñedos y olivos. En ella, las
tropas del «Gran Capitán» se defendieron de los atacantes franceses, tras verse
obligados a retirarse en varios enfrentamientos.
De hecho, el «Gran Capitán» demostró antes de la batalla su mentalidad
innovadora y revolucionara. Y es que, para llegar a la ciudad Ceriñola y poder preparar las defensas concienzudamente
antes del ataque de los franceses, Gonzalo forzó a sus caballeros a hacer algo
nunca antes visto y que suponía una afrenta a su honor.
«El Gran Capitán obligó a los caballeros de su ejército a llevar
infantería en la grupa de sus monturas en la marcha hacia Ceriñola, por terreno
arenoso y próximo a la costa, lo que hacía muy fatigosa la marcha. Eso era algo
que no se hacía nunca, pero mejoró la movilidad y la moral de la tropa y le
permitió ganar tiempo. Fue una muestra más de su ingenio táctico»,
explica el experto.
Este acto hizo que los españoles ganaran tiempo y les permitió
preparar las defensas de la ciudad, que consistieron en cavar un foso y una
pared de tierra alrededor de Ceriñola, lo que les permitía aprovechar la
situación elevada del enclave. Además, el «Gran Capitán» pudo establecer una
estrategia que más tarde sería reconocida como un preludio de la guerra
moderna.
Una reforma militar
Los franceses no se hicieron esperar y, a los pocos días, su
comandante, Luis de Armagnac, dejó ver a sus tropas.
«Por el lado francés, aunque varió según avanzaba la guerra, se contaban unos
1.000 hombres de armas (caballeros con armadura), 2.000 jinetes ligeros, 6.000
infantes, 2.000 piqueros suizos y 26 cañones». Por el contrario, Gonzalo tenía a
sus órdenes un ejército formado principalmente por infantería: «Del lado español
había solo 600 hombres de armas, 5.000 infantes y 18 cañones, más un refuerzo de
2.000 mercenarios alemanes», señala Laínez.
«En esta batalla las fuerzas estaban bastante equilibradas en
cuanto a números, pero los franceses tenían mucha superioridad en
caballería pesada y su artillería doblaba a la española. Por el contrario, los
españoles contaban con un mayor número de arcabuceros, una fuerza que se
revelaría decisiva», explica el escritor.
Recreación de la
batalla de Ceriñola (1503)
Para detener la fuerza arrolladora de la caballería francesa se
planteó una estrategia novedosa: situar las tropas de disparo delante de las
defensas. «El Gran Capitán colocó en
primera línea a los arcabuceros y espingarderos (hombres armados con una
escopeta de chispa muy larga), detrás a la infantería alemana y española, y más
retrasada a la caballería. Él se situó en el centro del dispositivo y revisó con
detalle el despliegue de toda la tropa».
Todo quedó preparado para un duro combate. Pero, antes siquiera de
desenvainar una espada, el «Gran Capitán» volvió a demostrar su arrojo.
Concretamente, Gonzalo se quitó el casco en los momentos previos a la batalla y,
cuando uno de sus capitanes le preguntó la causa, él contestó: «Los que mandan ejército en un día como hoy no debe ocultar el
rostro».
Comienza la batalla
La batalla se inició con la caballería francesa cargando orgullosa
contra las tropas españolas. Hasta ese momento, una de las cosas más terribles
que podía ver un enemigo de Francia era a los majestuosos
jinetes en marcha con las armas en ristre. Sin embargo, fueron recibidos
con una salva de fuego que hizo caer a un gran número de soldados.
«Cuando se inició el fuego, las balas de los arcabuceros españoles hicieron
estragos en la caballería pesada francesa, impedida de avanzar ante el
foso erizado de estacas y pinchos», explica el autor. Al no poder
avanzar, los jinetes, desesperados, trataron al galope de encontrar alguna
fisura en las defensas del «Gran Capitán», pero su intentó fue en vano y costó
la vida a Luis de Armagnac, alcanzado por varios disparos.
Tras la derrota de la caballería pesada, la infantería francesa se
dispuso a avanzar, pero sufrió grandes bajas debido al fuego español. Además,
justo antes de que los soldados alcanzaran la primera línea de arcabuceros y
acabaran con ellos, el «Gran Capitán» ordenó retirarse a estas tropas de disparo
para evitar bajas.
Después de esta estratagema, el «Gran Capitán» cargó con todos sus
infantes contra las diezmadas tropas del fallecido Armagnac que, ahora, no
tenían objetivos contra los que luchar al haberse retirado los arcabuceros
españoles. Sin apenas dificultad, las unidades de Gonzalo
dieron buena cuenta de los restos del ejército francés.
Se adelantó a Napoleón en cuatro siglos
Ni siquiera la caballería ligera francesa pudo ayudar a sus
compañeros, pues fueron arrollados por los jinetes españoles. «La batalla apenas
duró una hora y fue una victoria total. Además, quedó como un ejemplo de arte táctico, y de la importancia de la
fortificación y elección del terreno para el buen resultado de cualquier
combate», destaca Laínez.
Otro escritor, Juan Granados, autor de la novela histórica «El Gran Capitán» (Ed. Edhasa) explica que «esencialmente
demostró que en adelante las batallas se ganarían con la infantería. Utilizando
para ello compañías formadas por soldados distribuidos en
tercios, es decir, en tres partes: arcabuceros, rodeleros —soldados con
armadura muy ligera armados de espada y rodela, el típico escudo circular de
origen musulmán— y piqueros, generalmente lasquenetes alemanes, enemigos
acérrimos de los cuadros mercenarios suizos que solía emplear Francia. Se
adelantó cuatro siglos a Napoleón,
huyendo de la guerra frontal yutilizando las tácticas envolventes y las marchas forzadas de
infantería».
A finales de 1503 españoles y franceses volverían a medir sus fuerzas
en el río Garellano -que por cierto da nombre a uno de los regimientos del Ejército con más solera y cuya sede
se encuentra en Vizacaya- donde el «Gran Capitán» dio cuenta de las huestes del
marqués de Saluzzo. «El sur de Italia quedó durante más de dos siglos en poder
de España. El Gran Capitán, triunfador absoluto de estas guerras, desempeñó
funciones de virrey en Nápoles, donde fue querido y respetado, pero pronto las envidias y maledicencias cortesanas empezaron a actuar en su
contra», señala Laínez.
Pero parece que España no podía soportar a los héroes,
pues Gonzalo terminaría siendo relevado de su puesto. El escritor Juan Granados
sentencia: «Tal era la popularidad de Gonzalo de Córdoba entre sus hombres, que
llegaron a desear proclamarle rey de Nápoles. Algo que él nunca deseó, se
hubiese conformado con ser comendador de su querida orden de Santiago. Pero
Fernando el Católico era suspicaz, desconfiaba de tanto éxito,
el mismo rey de Francia, a quien había derrotado, le había ofrecido el
generalato de su ejército. Por otra parte, sí es cierto que Gonzalo era
descuidado en sus informes a su rey, tardaba en escribirle, pero nunca había
pensado en suplantarle».
El monarca pidió entonces al «Gran Capitán» un registro de gastos
para asegurarse de que no había malgastado fondos reales. Fernando
el Católico le reclamó claridad en las cuentas de sus gastos militares en
Nápoles, algo que Fernández de Córdoba consideró humillante. Como respuesta a lo
que Gonzalo consideraba una gran ofensa personal, el entonces virrey dirigió a
la monarquía un memorial conocido como las «Cuentas del Gran Capitán».
Unas cuentas curiosas
Irónicamente las cuentas incluían en el capítulo de gastos cantidades
tales como: Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en
frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas
españolas. Cien millones en picos, palas y azadones. Diez mil ducados en guantes
perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres
enemigos, cincuenta mil ducados en aguardiente para las
tropas un día de combate, ciento setenta mil ducados en renovar campanas
destruidas por el uso de repicar cada día por las victorias conseguidas... y lo
mejor: «Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el rey pedía
cuentas al que le ha regalado un reino».
Esto no debió de sentar muy bien al monarca que, a sabiendas de lo
que «Gran Capitán» representaba prefirió evitar el enfrentamiento directo con
él, pero no perdonó la ofensa. «El monarca decidió alejar a Gonzalo de Nápoles.
A partir de entonces el Gran Captán tuvo que adaptarse a una vida más sedentaria
en sus posesiones de España. Es el destino de casi todos los héroes, una vez que
han cumplido con su cometido en la guerra y llega la paz», finaliza Martínez
Laínez. Sin embargo, lo que sí dejó este guerrero fue una reforma militar que
duraría siglos.
La reforma militar
La herencia del «Gran Capitán» revolucionó la forma de combatir a
nivel mundial hasta la llegada de las armas de destrucción masiva. Entr otros
elementos destacables se sitúan la formación de la tropa en compañías (que luego
serían la unidad fundamental de los tercios) al mando de un capitán, y el
experto manejo de las armas de fuego individuales del combatiente de a pie,
señala Martínez Laínez.
Por otro lado, el Ejército cambió su mentalidad y comenzó a formar nuevos
soldados que, además de pelear, tuvieran la capacidad de entrenarse por sí
solos, hacer trabajos de fortificación y ponerse a punto con marchas y
ejercicios constantes. «Este método es una herencia de las antiguas legiones romanas y creó un soldado
que poco después hizo de los tercios una maquinaria invencible en toda Europa»,
destaca Laínez.
Además, el «Gran Capitán» creó también un nuevo tipo de unidad, la
coronelía. Es el antecedente más inmediato de los tercios. Tenía unos 6.000 hombres y era capaz de combatir en cualquier
terreno. Otra de sus innovaciones fue armar con espadas cortas, rodelas y
jabalinas a una parte de los soldados. «La finalidad era que se introdujeran
entre las formaciones compactas enemigas, causando en ellas terribles
destrozos», sentencia el escritor.
Enseñanzas que fueron adquiridas por el «Gran Capitán» en la guerra
de guerrillas que supuso la reconquista de Granada, con unos Reyes Católicos que
depositaron en los hombros del «Gran Capitán» sus primeros pasos militares de
una nueva nación en aquella vieja Europa llamada España.
En 1873, 1931 y 1934, los
separatistas catalanes declararon la formación de su propio Estado a la fuerza.
La misma quimera que intenta imponer hoy Artur Mas, y que siempre acabó en
fracaso
Estudiantes
sevillanos contra el líder de Esquerra Republina, Francesc Macià
Hace poco
más de un mes, el portavoz del Generalitat, Francesc Homs,
aseguraba que su Gobierno iba a
proclamar el Estado catalán en el Parlamento autonómico: «Siempre he pensado que veremos una Cataluña independiente»,
dijo. De producirse, sería la cuarta vez en la historia de España que se
pruduce esta declaración unilateral e impuesta a la fuerza, en claro
enfrentamiento con el Gobierno central. Las tres primeras (en 1873, 1931
y 1934) fracasaron.
Francesc
Macià, en 1933
El primer
Gobierno español que tuvo que hacer frente a la proclamación del «Estat Català»
fue el de Estanislao Figueres, el 5 de marzo de 1873, tan sólo un mes
después de que se estableciera la Primera República. «Unos 16.000 voluntarios
han declarado independiente el Estado catalán y preso a las autoridades», contaba «La Correspondencia de España».
Este pequeño
éxito del catalanismo, que tan sólo duró dos días, se produjo en una época
realmente inestable de la historia del país. En los 22 meses que duró el primer
experimento republicano, el Gobierno acogió a nada menos que cuatro
presidentes, todos con un sinfín de problemas: la Tercera Guerra Carlista,
sublevaciones separatistas como la de Cataluña, la indisciplina militar,
conspiraciones monárquicas, etc.
La prensa
especializada destacó pronto las dificultades de organización que acarrearía el nuevo Estado:
«Ahora falta que se formen, del mismo modo, estados semi-independientes o
independientes por donde quiera. Luego surgirán las rivalidades entre ciudad y
ciudad por la capitalidad de cada Estado, entre provincia y provincia por ser
independientes unas de otras, y no por formar un estado mismo; y hasta entre
villa y villa y aldea y aldea», podía leerse en la «Revista Política».
Fueron los
federalistas José García
Viñas y Paul Brousse
(¡un andaluz y un francés!) quienes proclamaron el «Estado catalán federado
con la república española» en el Ayuntamiento de Barcelona. La experiencia
duró dos días antes de ser borrada del mapa, aunque en este tiempo se llegó a
hablar de formar un gobierno provisional, de convocar elecciones a las Cortes
catalanas y de disolver el Ejército español en la región. Pero el incidente fue
superado tras una serie de negociaciones telegráficas con los dirigentes
catalanes, a los que nadie apoyó en sus pretensiones. En Madrid fueron incluso
reprobados por los mismos catalanes que, por una vez, se veían responsables del
Gobierno central.
1931: Macià y la renuncia a su «Estado»
El segundo intento fue protagonizado por el
entonces presidente de Esquerra Republicana, Francesc Macià, el 14 de
abril de 1931. Tan sólo una hora después de que Lluís Companys saliera al
balcón del Ayuntamiento de Barcelona para proclamar la Segunda República,
Macià aparecía por sorpresa en el mismo lugar, «manifestando que, en nombre del
pueblo de Cataluña, se hacía cargo del Gobierno catalán y que en aquella casa
permanecería para defender las libertades de su patria, sin que pudiese
sacársele de allí como no fuera muerto», contaba ABC.
ABC
Lluis Companys, en 1934
La nota oficial enviada
posteriormente por el líder independentista decía: «En nombre del
pueblo de Cataluña, proclamo el Estado catalán bajo el régimen de la República
catalana, que libremente y con toda cordialidad anuncia y pide a los otros
pueblos hermanos de España su colaboración en la creación de una Confederación de
pueblos ibéricos».
La tercera y
última proclamación se produjo en octubre de 1934, inmediatamente después de
que se produjera la entrada en el gobierno de Alejandro Lerroux de tres
ministros de la CEDA, y tras desatarse la huelga revolucionaria convocada por
los socialistas.
Fue entonces
cuando el entonces presidente de la Generalitat, Lluis Companys, proclamó el
Estado catalán, tras acusar al nuevo gobierno español de «monarquizante» y
«fascista»: «Cataluña enarbola su bandera, llama a todos al cumplimiento del
deber y a la obediencia absoluta al Gobierno de la Generalitat, que desde este
momento rompe toda relación con las instituciones falseadas», dijo
El
periodista de ABC en Barcelona, Antonio Guardiola, contaba al detalle
cómo vivió la tarde de aquella «declaración sensacional», en un artículo que
titulaba «El golpe de Estado de la
Generalitat». En el se podían leer cosas como: «Horas antes nos
había chocado a varios periodistas observar que el coche del presidente
Companys no ostentaba la bandera de la República, sino solamente la catalana»,
o «a las seis de la tarde, los Mossos de Esquadra nos
invitaron a los periodistas a abandonar el Palacio de la Generalitat. Nadie,
hasta más tarde, supo lo que acababa de acordarse en la reunión que había
celebrado el Consejo momentos antes: proclamar el "Estat catalá",
rompiendo toda relación con el Gobierno central. En una palabra: declarar la
guerra al Estado español».
«¡Viva España!»
Al día
siguiente de la declaración, el editorial de este periódico, bajo el epígrafe «¡Viva España!»,
decía: «Los catalanes que representa la Esquerra quieren constituir el “Estat
Catalá” en la República Federal (?) de España. Hasta última hora son pérfidos,
ruines, cobardes y calculistas».
La respuesta del presidente
Lerroux no se hizo esperar, declarando el estado de guerra y
asegurando que «estaba en un momento de lucha y que estaba dispuesto a vencer».
Mientras, Companys llamaba a los suyos «para que vengan a Barcelona y defiendan
la Generalitat del posible ataque del Ejército español».
Las calles
de Barcelona pronto se llenaron de jóvenes de Esquerra. «Iban todos armados
–contaba ABC–. Algunos llevaban, además de una magnífica carabina Winchester,
una soberbia pistola automática, a veces ametralladora». La ciudad se
convirtió en el escenario de la batalla entre el Ejército contra los Mossos
de Esquadra y cientos de simpatizantes catalanistas.