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Día 09/11/2012 - 12.21h
El«Gran Capitán» durante la batalla de Ceriñola frente al cuerpo sin vida del francés Luis de Armagnac |
Gonzalo Fernández de Córdoba, «Gran Capitán». El eco
de sus proezas aún retumban en los manuales de historia militar. En Europa y
allende los mares, donde los «herederos» de sus Tercios fraguaron el
Imperio de aquella joven España. Cuando muchos nombran tan alegremente a
Sun Tzu, Clausewitz, Napoleón, Patton o Schawrzkopf, olvidan que fue este genio
militar español quien cambiaría para siempre el «arte de la guerra»: de
la pesadez medieval (caballería pesada) a la agilidad moderna
(infantería).
Reconquista de Granada, victoria sin igual
frente al francés en Nápoles, conquista de un nuevo Reino para sus
«Señores», virrey, precursor de una nueva estrategia militar fundamentada en la
infantería y visionario de un Ejército español cuyas reformas impulsaron un
cambio de mentalidad que posteriormente derivó en la creación de los populares
tercios españoles que acabarían dominando buena parte del mundo e invictos desde 1503 hasta el desastre de Rocroi en 1643.
Sin embargo, y a pesar de sus proezas, este cordobés nunca dejó de ser un
oficial cercano a sus hombres, con sentido del honor para con el contrario,
estoico y, ante todo, súbdito leal
hacia unos Reyes Católicos que iniciaban en sus hombros la aventura de una nueva
nación. Aunque no fueron pocas las desaveniencias acaecidas con sus «Señores»,
llegando a ser apartado de la «res publica» y «res militaris» de la siempre desagradecida España.
Como bien explica Fernando
Martínez Laínez, periodista y coautor del libro «El Gran
Capitán» (Ed. Edaf), Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515) se inició
pronto en la carrera militar, pues estaba destinado a dedicarse a guerrear al
ser el segundo hijo de una familia noble, cobrando su nombre más poder entre los
militares. Pronto se asoció su nombre a la
valentía. «Una de las primeras batallas en las que intervino fue la de
Albuera, cuando combatió a las huestes del rey de Portugal que
habían invadido Extremadura».
«Hacia 1497, tras una breve estancia en la Corte, los Reyes Católicos
le nombran "adalid de la Frontera", un grado que equivalía a
capitán», explica Laínez.
La Reconquista de Granada
Pero donde realmente comenzó a mostrar su ingenio militar fue durante
la «Guerra de Granada», una campaña militar que se sucedió a partir
de 1482 y en la cual los españoles pretendían expulsar a Boabdil del
último estado musulmán en la Península Ibérica. «La guerra se produjo por la
firme decisión de los Reyes Católicos, que querían acabar de una vez por todas
con el enclave musulmán de Granada, el único territorio que quedaba para
completar la unidad cristiana peninsular».
Gonzalo tomó parte en esta contienda al mando de una unidad de
«lanzas» (caballería pesada con una gruesa armadura) de la casa de Aguilar, de
la que su hermano era señor. «Fue una guerra larga, que duró casi diez años, y
se libró a base de incursiones, asedios, golpes de mano y
escaramuzas persistentes, sin grandes batallas campales», determina el
escritor.
«El Gran Capitán tuvo un papel muy destacado a lo largo de toda la
campaña, en especial en los ataques a Álora, la fortaleza de Setenil, Loja y
el asalto al castillo de Montefrío, cercano a Granada». De
hecho, algunos cronistas como Hernán Pérez afirman que, durante esta guerra.
«Gonzalo era siempre el primero en atacar y el último en retirarse».
Cuadro de José de Madrazo sobre el asalto del «Gran Capitán» en Montefrío |
Su papel más
destacado lo tuvo al final de la contienda, ya que fue una de los diplomáticos
que negoció la rendición del reino nazarí de Granada e incluso actuó como
espía. «Es totalmente cierto que llevó a cabo una hábil labor secreta,
fomentó la división de las facciones nazaríes de Granada, negoció con Boabdil la
rendición de la ciudad, y hasta acompañó al último monarca nazarí en su último
viaje por España cuando este pasó a refugiarse en África», sentencia Laínez.
Granada sería su principal manual de «lecciones aprendidas» para las guerras
venideras.
«Pronto, su valerosa actitud y dotes de mando llamaron la atención de
los Reyes Católicos, que le recompensaron con la tenencia (jefatura militar) de
Antequera, el señorío de Órgiva y una encomienda», prosigue Laínez.
Primera guerra de Italia
Sin embargo, parece que los grandes honores que recibió no fueron
suficientes para Gonzalo, pues en
1495 se embarcó hacia otra gran campaña esta vez en Nápoles. Su misión
era clara: detener el avance de los franceses, deseosos de expandirse
militarmente con la toma de algunos territorios. «La primera campaña italiana se
inició cuando el rey francés Carlos VIII invadió el reino de Nápoles (Reame) con
una gran ejército. Al poco tiempo se retiró, pero dejando la mayor parte del
Reame ocupado».
«Utilizando las tácticas aprendidas en la Guerra de Granada,
Fernández de Córdoba, limpió Calabria de enemigos, conquistó la provincia
de Basilicata y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en
Nápoles en 1496», destaca el escritor. Fue tras el asalto a esta ciudad cuando
se empezó a conocer a Gonzalo como «Gran Capitán». Tras tomar el lugar, volvió a
España como un héroe.
Segunda contienda en Nápoles
A pesar de que se firmó un tratado con Francia para que cesaran las
hostilidades, la paz no duró demasiado. El rey francés
Luis XII había firmado un tratado con Fernando el Católico para repartirse el
reino napolitano. Los franceses ocupan la mitad norte y el sur queda en poder de
las tropas españolas que manda el Gran Capitán.
Pero pronto se iniciaron las discrepancias entre españoles y franceses por cuestiones
fronterizas, lo que provocó que en 1502 se reiniciara la guerra después
de que los franceses trataran de nuevo de tomar Reame. El «Gran Capitán» no lo
dudó y se dispuso a enfrentarse a los enemigos de España. Una de las primeras
batallas de esta guerra fue la de Ceriñola (Cerignola), en la que Gonzalo
tendría que hacer uso de toda su experiencia militar para lograr salir
victorioso.
La batalla que revolucionó la Historia
La batalla de Ceriñola sin duda cambió la historia, y es que, si
hasta ese momento la fuerza de los ejércitos se medía en base a la
cantidad de caballería pesada de la que disponía, tras esta lid la
mentalidad militar evolucionó y comenzó a primar la infantería.
La batalla se desarrolló en un diminuto punto de la Apulia italiana
situado en lo alto de una colina cubierta de viñedos y olivos. En ella, las
tropas del «Gran Capitán» se defendieron de los atacantes franceses, tras verse
obligados a retirarse en varios enfrentamientos.
De hecho, el «Gran Capitán» demostró antes de la batalla su mentalidad
innovadora y revolucionara. Y es que, para llegar a la ciudad Ceriñola y poder preparar las defensas concienzudamente
antes del ataque de los franceses, Gonzalo forzó a sus caballeros a hacer algo
nunca antes visto y que suponía una afrenta a su honor.
«El Gran Capitán obligó a los caballeros de su ejército a llevar
infantería en la grupa de sus monturas en la marcha hacia Ceriñola, por terreno
arenoso y próximo a la costa, lo que hacía muy fatigosa la marcha. Eso era algo
que no se hacía nunca, pero mejoró la movilidad y la moral de la tropa y le
permitió ganar tiempo. Fue una muestra más de su ingenio táctico»,
explica el experto.
Este acto hizo que los españoles ganaran tiempo y les permitió
preparar las defensas de la ciudad, que consistieron en cavar un foso y una
pared de tierra alrededor de Ceriñola, lo que les permitía aprovechar la
situación elevada del enclave. Además, el «Gran Capitán» pudo establecer una
estrategia que más tarde sería reconocida como un preludio de la guerra
moderna.
Una reforma militar
Los franceses no se hicieron esperar y, a los pocos días, su
comandante, Luis de Armagnac, dejó ver a sus tropas.
«Por el lado francés, aunque varió según avanzaba la guerra, se contaban unos
1.000 hombres de armas (caballeros con armadura), 2.000 jinetes ligeros, 6.000
infantes, 2.000 piqueros suizos y 26 cañones». Por el contrario, Gonzalo tenía a
sus órdenes un ejército formado principalmente por infantería: «Del lado español
había solo 600 hombres de armas, 5.000 infantes y 18 cañones, más un refuerzo de
2.000 mercenarios alemanes», señala Laínez.
«En esta batalla las fuerzas estaban bastante equilibradas en
cuanto a números, pero los franceses tenían mucha superioridad en
caballería pesada y su artillería doblaba a la española. Por el contrario, los
españoles contaban con un mayor número de arcabuceros, una fuerza que se
revelaría decisiva», explica el escritor.
Para detener la fuerza arrolladora de la caballería francesa se
planteó una estrategia novedosa: situar las tropas de disparo delante de las
defensas. «El Gran Capitán colocó en
primera línea a los arcabuceros y espingarderos (hombres armados con una
escopeta de chispa muy larga), detrás a la infantería alemana y española, y más
retrasada a la caballería. Él se situó en el centro del dispositivo y revisó con
detalle el despliegue de toda la tropa».
Todo quedó preparado para un duro combate. Pero, antes siquiera de
desenvainar una espada, el «Gran Capitán» volvió a demostrar su arrojo.
Concretamente, Gonzalo se quitó el casco en los momentos previos a la batalla y,
cuando uno de sus capitanes le preguntó la causa, él contestó: «Los que mandan ejército en un día como hoy no debe ocultar el
rostro».
Comienza la batalla
La batalla se inició con la caballería francesa cargando orgullosa
contra las tropas españolas. Hasta ese momento, una de las cosas más terribles
que podía ver un enemigo de Francia era a los majestuosos
jinetes en marcha con las armas en ristre. Sin embargo, fueron recibidos
con una salva de fuego que hizo caer a un gran número de soldados.
«Cuando se inició el fuego, las balas de los arcabuceros españoles hicieron
estragos en la caballería pesada francesa, impedida de avanzar ante el
foso erizado de estacas y pinchos», explica el autor. Al no poder
avanzar, los jinetes, desesperados, trataron al galope de encontrar alguna
fisura en las defensas del «Gran Capitán», pero su intentó fue en vano y costó
la vida a Luis de Armagnac, alcanzado por varios disparos.
Tras la derrota de la caballería pesada, la infantería francesa se
dispuso a avanzar, pero sufrió grandes bajas debido al fuego español. Además,
justo antes de que los soldados alcanzaran la primera línea de arcabuceros y
acabaran con ellos, el «Gran Capitán» ordenó retirarse a estas tropas de disparo
para evitar bajas.
Después de esta estratagema, el «Gran Capitán» cargó con todos sus
infantes contra las diezmadas tropas del fallecido Armagnac que, ahora, no
tenían objetivos contra los que luchar al haberse retirado los arcabuceros
españoles. Sin apenas dificultad, las unidades de Gonzalo
dieron buena cuenta de los restos del ejército francés.
Se adelantó a Napoleón en cuatro siglos
Ni siquiera la caballería ligera francesa pudo ayudar a sus
compañeros, pues fueron arrollados por los jinetes españoles. «La batalla apenas
duró una hora y fue una victoria total. Además, quedó como un ejemplo de arte táctico, y de la importancia de la
fortificación y elección del terreno para el buen resultado de cualquier
combate», destaca Laínez.
Otro escritor, Juan Granados, autor de la novela histórica «El Gran Capitán» (Ed. Edhasa) explica que «esencialmente
demostró que en adelante las batallas se ganarían con la infantería. Utilizando
para ello compañías formadas por soldados distribuidos en
tercios, es decir, en tres partes: arcabuceros, rodeleros —soldados con
armadura muy ligera armados de espada y rodela, el típico escudo circular de
origen musulmán— y piqueros, generalmente lasquenetes alemanes, enemigos
acérrimos de los cuadros mercenarios suizos que solía emplear Francia. Se
adelantó cuatro siglos a Napoleón,
huyendo de la guerra frontal yutilizando las tácticas envolventes y las marchas forzadas de
infantería».
A finales de 1503 españoles y franceses volverían a medir sus fuerzas
en el río Garellano -que por cierto da nombre a uno de los regimientos del Ejército con más solera y cuya sede
se encuentra en Vizacaya- donde el «Gran Capitán» dio cuenta de las huestes del
marqués de Saluzzo. «El sur de Italia quedó durante más de dos siglos en poder
de España. El Gran Capitán, triunfador absoluto de estas guerras, desempeñó
funciones de virrey en Nápoles, donde fue querido y respetado, pero pronto las envidias y maledicencias cortesanas empezaron a actuar en su
contra», señala Laínez.
Pero parece que España no podía soportar a los héroes,
pues Gonzalo terminaría siendo relevado de su puesto. El escritor Juan Granados
sentencia: «Tal era la popularidad de Gonzalo de Córdoba entre sus hombres, que
llegaron a desear proclamarle rey de Nápoles. Algo que él nunca deseó, se
hubiese conformado con ser comendador de su querida orden de Santiago. Pero
Fernando el Católico era suspicaz, desconfiaba de tanto éxito,
el mismo rey de Francia, a quien había derrotado, le había ofrecido el
generalato de su ejército. Por otra parte, sí es cierto que Gonzalo era
descuidado en sus informes a su rey, tardaba en escribirle, pero nunca había
pensado en suplantarle».
El monarca pidió entonces al «Gran Capitán» un registro de gastos
para asegurarse de que no había malgastado fondos reales. Fernando
el Católico le reclamó claridad en las cuentas de sus gastos militares en
Nápoles, algo que Fernández de Córdoba consideró humillante. Como respuesta a lo
que Gonzalo consideraba una gran ofensa personal, el entonces virrey dirigió a
la monarquía un memorial conocido como las «Cuentas del Gran Capitán».
Unas cuentas curiosas
Irónicamente las cuentas incluían en el capítulo de gastos cantidades
tales como: Doscientos mil setecientos treinta y seis ducados y nueve reales en
frailes, monjas y pobres para que rogasen a Dios por la prosperidad de las armas
españolas. Cien millones en picos, palas y azadones. Diez mil ducados en guantes
perfumados para preservar a las tropas del mal olor de los cadáveres
enemigos, cincuenta mil ducados en aguardiente para las
tropas un día de combate, ciento setenta mil ducados en renovar campanas
destruidas por el uso de repicar cada día por las victorias conseguidas... y lo
mejor: «Cien millones por mi paciencia en escuchar ayer que el rey pedía
cuentas al que le ha regalado un reino».
Esto no debió de sentar muy bien al monarca que, a sabiendas de lo
que «Gran Capitán» representaba prefirió evitar el enfrentamiento directo con
él, pero no perdonó la ofensa. «El monarca decidió alejar a Gonzalo de Nápoles.
A partir de entonces el Gran Captán tuvo que adaptarse a una vida más sedentaria
en sus posesiones de España. Es el destino de casi todos los héroes, una vez que
han cumplido con su cometido en la guerra y llega la paz», finaliza Martínez
Laínez. Sin embargo, lo que sí dejó este guerrero fue una reforma militar que
duraría siglos.
La reforma militar
La herencia del «Gran Capitán» revolucionó la forma de combatir a
nivel mundial hasta la llegada de las armas de destrucción masiva. Entr otros
elementos destacables se sitúan la formación de la tropa en compañías (que luego
serían la unidad fundamental de los tercios) al mando de un capitán, y el
experto manejo de las armas de fuego individuales del combatiente de a pie,
señala Martínez Laínez.
Por otro lado, el Ejército cambió su mentalidad y comenzó a formar nuevos
soldados que, además de pelear, tuvieran la capacidad de entrenarse por sí
solos, hacer trabajos de fortificación y ponerse a punto con marchas y
ejercicios constantes. «Este método es una herencia de las antiguas legiones romanas y creó un soldado
que poco después hizo de los tercios una maquinaria invencible en toda Europa»,
destaca Laínez.
Además, el «Gran Capitán» creó también un nuevo tipo de unidad, la
coronelía. Es el antecedente más inmediato de los tercios. Tenía unos 6.000 hombres y era capaz de combatir en cualquier
terreno. Otra de sus innovaciones fue armar con espadas cortas, rodelas y
jabalinas a una parte de los soldados. «La finalidad era que se introdujeran
entre las formaciones compactas enemigas, causando en ellas terribles
destrozos», sentencia el escritor.
Enseñanzas que fueron adquiridas por el «Gran Capitán» en la guerra
de guerrillas que supuso la reconquista de Granada, con unos Reyes Católicos que
depositaron en los hombros del «Gran Capitán» sus primeros pasos militares de
una nueva nación en aquella vieja Europa llamada España.
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