Hola a todos
Por qué hago este blog. No lo sé. Supongo que por aburrimiento, como forma de almacenar cosas que me van llegando y luego pierdo. No lo sé. Pero aquí está. Es muy probable que me canse de él pero.......
domingo, 3 de noviembre de 2013
Una historia de España (XII)
Arturo Pérez Reverte
Para el siglo XIII o por ahí, mientras en el norte se asentaban los reinos de
Castilla, León, Navarra, Aragón, Portugal y el condado de Cataluña, los moros de
Al Andalus se habían vuelto más bien blanditos, dicho en términos generales:
casta funcionarial, recaudadores de impuestos, núcleos urbanos más o menos
prósperos, agricultura, ganadería y tal. Gente por lo general pacífica, que ya
no pensaba en reunificar los fragmentados reinos islámicos hispanos, y mucho
menos en tener problemas con los cada vez más fuertes y arrogantes reinos
cristianos. La guerra, para la morisma, era más bien defensiva y si no quedaba
más remedio. La clase dirigente se había tirado a la bartola y era incapaz de
defender a sus súbditos; pero lo que peor veían los ultrafanáticos religiosos
era que los preceptos del Corán se llevaban con bastante relajo: vino, carne de
cerdo, poco velo y tal. Todo eso era visto con indignación y cierto cachondeo
desde el norte de África, donde alguna gente, menos barnizada por el confort,
miraba todavía hacia la península con ganas de buscarse la vida. De qué van
estos mierdas, decían. Que los cristianos se los están comiendo sin pelar, no se
respeta el Islam y esto es una vergüenza moruna. De manera que, entre los
muslimes de aquí, que a veces pedían ayuda para oponerse a los cristianos, y la
ambición y el rigor religioso de los del otro lado, se produjeron diversas
llegadas a Al Andalus de tropas frescas, nuevas, con ganas, guerreras como las
de antes. Peligrosas que te mueres. Una de estas tribus fue la de los almohades,
gente dura de narices, que proclamó la Yihad, la guerra santa -igual el término
les suena-, invadió el sur de la vieja Ispaniya y le dio al rey Alfonso VIII de
Castilla -otra vez se había dividido el reino entre hijos, para no perder la
costumbre, separándose León y Castilla- una paliza de padre y muy señor mío en
la batalla de Alarcos, donde al pobre Alfonso lo vistieron de primera comunión.
El rey castellano se lo tomó a pecho, y no descansó hasta que pudo montarles la
recíproca a los moros en las Navas de Tolosa, que fue un pifostio de mucha
trascendencia por varios motivos. En primer lugar, porque allí se frenó aquella
oleada de radicalismo guerrero-religioso islámico. En segundo, porque con mucha
habilidad el rey castellano logró que el papa lo proclamase cruzada contra los
sarracenos, para evitar así que, mientras se enfrentaba a los almohades, los
reyes de Navarra y León -que, también para variar, se la tenían jurada al de
Castilla, y viceversa- le hicieran la puñeta apuñalándolo por la espalda. En
tercer lugar, y lo que es más importante, en las Navas el bando cristiano,
aparte de voluntarios franceses y de duros caballeros de las órdenes militares
españolas, estaba milagrosamente formado por tropas castellanas, navarras y
aragonesas, puestas de acuerdo por una vez en su puta vida. Milagros de la
Historia, oigan. Para no creerlo ni con fotos. Y nada menos que con tres reyes
al frente, en un tiempo en el que los reyes se la jugaban en el campo de
batalla, y no casándose con lady Di o cayéndose en los escalones del bungalow
mientras cazaban elefantes. El caso es que Alfonso VIII se presentó con su tropa
de Castilla, Pedro II de Aragón, como buen caballero que era -había heredado de
su padre el reino de Aragón, que incluía el condado de Cataluña-, fue a
socorrerlo con tropas aragonesas y catalanas, y Sancho VII de Navarra, aunque se
llevaba fatal con el castellano, acudió con la flor de su caballería. Faltó a la
cita el rey de León, Alfonso IX, que se quedó en casa, aprovechando el barullo
para quitarle algunos castillos a su colega castellano. El caso es que se
juntaron allí, en las Navas, cerca de Despeñaperros, 27.000 cristianos contra
60.000 moros, y se atizaron de una manera que no está en los mapas. La
carnicería fue espantosa. Parafraseando unos versos de Zorrilla -de La
leyenda del Cid, muy recomendable podríamos decir eso de: Costumbres de
aquella era / caballeresca y feroz / donde acogotando al otro / se glorificaba a
Dios. Ganaron los cristianos, pero en el último asalto. Y hubo un momento
magnífico cuando, viéndose al filo de la derrota, el rey castellano,
desesperado, dijo «aquí morimos todos», picó espuelas y cargó ciegamente contra
el enemigo. Y los reyes de Aragón y de Navarra, por vergüenza torera y no
dejarlo solo, hicieron lo mismo. Y allá fueron, tres reyes de la vieja Hispania
y la futura España, o lo que saliera de aquello, cabalgando unidos por el campo
de batalla, seguidos por sus alféreces con las banderas, mientras la exhausta y
ensangrentada infantería, entusiasmada al verlos llegar juntos, gritaba de
entusiasmo mientras abría las filas para dejarles paso.
(Continuará).
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